"...Con los pies en el suelo.
Las alas en el cielo.
El corazón en las manos.
Y el espíritu en todos lados..."
- Arnau de Tera –
Las alas en el cielo.
El corazón en las manos.
Y el espíritu en todos lados..."
- Arnau de Tera –
El sol calentaba la tarde del sur
y nosotros (con Flor) nos encontramos en un auto sin rumbo cierto. La idea, que
no siempre es una buena idea, era ir al lago y a medida que fuimos circulando,
el destino se fue presentando sin ciencia cierta.
Y ahí, cuando descubres tu camino,
ya no hay marcha atrás. Sólo quedó seguirlo aún sin saber a dónde llegaríamos.
Y empezamos a recorrer kilómetros y besamos las orillas de Playa Bonita y un
poco más adelante llegamos al pie del cerro Campanario, donde hay elevadores
que trasladan al viajero hasta la cumbre.
Pero nosotros, no teníamos cumbre
ni elevadores en nuestro camino, sólo era ir. Y a todo esto, sobre el lado
derecho de la carretera, el Lago Nahuel Huapi, que todo lo contemplaba.
Y la primavera, floreciendo en
los poros de las retamas amarillas, zigzagueando el camino asfáltico y la vida,
que te lleva para un lado y te devuelve, hacia la dirección contraria.
Y los cerros, puntas de algodón apuntando
al corazón del cielo: Tronador, catedral, Otto y López. Casi todos nevados,
como helados de crema, deleitaban el paisaje.
En tanto, el sol, se fue
escondiendo entre las montañas. Mostrándonos desnudos ante tanta inmensidad. Y frente
a nuestros ojos que no terminaban de mirar, un espejo de agua, que nos devolvía
sombras, para reconocernos, que es suficiente para empezar a cambiar. Y
cambiarnos.
Caminando por el Puente Romano y
por la vida, fuimos acariciando toda la naturaleza que nos abrazaba en el
sendero. Y Flor, incipiente estudiante de las plantas y sus orígenes, iba
relatando sus dichas y sus propiedades.
Entonces, reconociendo su vida,
sus respiraciones y su sentir, fuimos un cóctel de vida. Entre las hierbas, el
agua, el aire y los cerros.
Ya de regreso, por la carretera 77
hacia Bariloche, tomamos unos mates con la panorámica del LLao LLao y el lago
Perito Moreno. Y el movimiento fue una eternidad. Donde el alma sobrevoló
nuestros cuerpos, acariciando los cerros y el viento, susurro patagónico, hizo
vibrar los cimientos de la Pacha.
Como una grieta, a pura lentitud,
fue abriendo nuestro camino. Cambiando. Transformando lo que fuimos hace un
instante. Y nos fuimos, para volver, a lo que no queremos ser.
Así, el mate, se enfrío como la
tarde. Y nos despedimos…
Hasta la Próxima Estación, Centro
Cívico.