no tengo un amigo ingles tengo uno en Uruguay
Si digo che me dice vooo
Si digo si me dice taaaaa
Ta todo bien, esta de mas
Y con la chiva va a pedalear...
Marcos Luna
Después de despedirnos de la familia y de los amigos,
empezaba el viaje en sí, el viaje en dos ruedas por las calles de Buenos Aires
hasta el Puerto de Colonia Express. Tamara, Eliana, Marcelo, el negrito Luna y
Gonzalo.
Las bicis, equipadas para la aventura, empezaron a mostrar
sus primeras falencias, el portaequipaje de la rusa se quebró y se arreglo con
precintos pues, el viaje no se podía detener. Los 10 km por la ciudad mostró la
primera cara de coraje de las chicas y del grupo en general.
Los autos, a las 6.30 hs son tantos que la ciudad parece
nunca dormir. Casi una hora después, llegamos a destino y realizamos los
trámites correspondientes. La emoción y el cansancio, fueron los primeros
síntomas del equipo.
Así, llegamos a suelo uruguayo, más precisamente a Colonia,
en donde recorrimos sus calles empedradas y su historia mientras cebábamos unos
mates a orillas del río. Las fotos y las risas, fueron parte de nuestro tiempo.
Tiempo que pierde tiempo cuando no es apresurado ni controlado por la máquina
del tiempo.
Las bicis rumbeando por la ruta 1 fue la constante de esta
jornada. Las lomadas hacían sufrir al equipo y las bajadas hacían gozar el
vientito en la cara. Y en esta oportunidad, también implementamos pedalear 10
km y para 15 minutos para alimentarnos y refrescarnos.
Después de 30 km recorridos en tierra de Artigas, mientras
estirábamos las piernas y comíamos barras de cereales, apareció la camioneta de
Nico y la alegría supero todo dolor muscular. Entre abrazos y sonrisas, fuimos
un fuego encendido de energías. Energías positivas…
De esta manera, hicimos los 17 km que nos separaban de Juan
Lacaze, la primera parada. Después de dejar la ruta y de pedalear los 7 km que
nos separaban de dicho pueblo, llegamos a la respuesta de que no había campings
ni alojamientos para darle descanso y un baño a los huesos.
Finalmente, nos reencontramos con Nico en La Bombonerita, un
pequeño bosque a la orilla del río, en donde decidimos dejar las carpas y
gracias a la buena voluntad de Lorena, pudimos bañarnos en las duchas de un
Polideportivo Municipal.
Así, fuera de las normas y con el mundo girando a nuestro
alrededor, prendimos el fuego para cocinar unos capelettines con salsa, para
cerrar el día.
En ese ínterin, se acercó una moto y se presentó, el
muchacho se hacía llamar William y nos enseñó toda su gratitud. Nos trajo una
garrafa con mechero, un colador y otra olla para preparar la salsa. Sin dudas,
la magia de la carretera, se presenta cotidianamente cuando uno se expone a
estos encuentros inesperados y sin aviso.
El mundo que gira, solo se torna alrededor de una bici, una
carretera, unas botellas de agua y algo para alimentar la máquina que es el
cuerpo mismo. Y ese mundo, se llena de actos y eventos con las personas que se
van cruzando y acercando.
La luna, se hizo presente frente al río y como un pañuelo sucio,
decoró nuestras retinas y la del bosque, que se regocijaba con el viento y con
la luz.
Próxima estación, el destino…
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