viernes, 30 de mayo de 2014

Estación Cali

“Las cloacas del poder se ponen en marcha:
Los culpables tienen que ser eliminados.
Y si no se hallan, se inventan”
José Saramago

La ciudad de Cali, era una cuenta pendiente, ya que en nuestro anterior paso por Colombia, habíamos esquivado este punto del mapa.
Así fue que desde Bogotá nos subimos a un bus cerca del medio día ($55 mil colombianos = u$s 27 cada uno) para llegar al sitio indicado cerca de las 23 horas.
En esta oportunidad, no llegamos con la incertidumbre de saber a dónde dormir pues, Adriana nos esperaba en su morada que muy amablemente nos había invitado por vía facebook.
Después de cruzar la ciudad de norte a sur, dimos con la casa y luego de conocernos, nos fuimos a descansar con la premisa de levantarnos bien temprano puesto que las elecciones presidenciales obligaban a Adriana ser parte de las mesas fiscalizadoras.
Debido a esto, nos fuimos a recorrer el casco antiguo de una ciudad dormida. Paradójicamente, no por el horario sino por la pasividad en que vivieron un hecho tan trascendental para la vida de un país como el sufragio universal.
Justamente, parecía un domingo más del calendario, en donde el ciudadano iba a correr al parque o salía a almorzar en familia. Quizás, los colombianos se tendrían que preguntar ¿Por qué hubo tantos votos en blanco? ¿Por qué se presentó el 40% del total del padrón? A su vez, nosotros nos preguntamos ¿por qué el voto no es obligatorio por estas latitudes?
Con este panorama, regresamos a casa y encontramos a Adriana desahuciada por el poco compromiso del ciudadano: “a las dos de la tarde sólo se habían presentado 70 de los 320 votantes de mi mesa” y concluyó “a las cuatro se cerraron las mesas y una hora después ya habíamos concretado el conteo final”.
El resultado de las elecciones, que determinó que santos y Zuluaga vayan a segunda vuelta es el reflejo del pesimismo, de lo apresivo, que creen que la situación no tiene salida y que están condenados al fracaso. Una muestra del sálvese quien pueda y los demás que se pudran. Los demás, son los pobres, los incontables hombres y mujeres que vimos deambular por las calles de Cali.
Seamos razonables, a quien le pasaría por la cabeza saber a priori el tan bajo porcentaje de participación y ver personas votando masivamente en blanco sin que nadie lo hubiera ordenado.
En fin, nuestros días en la ciudad de la salsa, no terminaron con las elecciones. Con Adriana, compartimos una caminata, muchas charlas, rondas de mate y además, visitamos el Lago de las Garzas.
Y después de tres noches, decidimos partir hacia la frontera. Agradecidos de encontrarnos en el viaje a personas que le dan vida a nuestro caminar. Gracias Adriana, por el hospedaje, por la confianza, por la amistad y por la torta de chocolate con helado…

¿Qué pasa por la calle? Desparramadas  por las orillas andan perdidas las esperanzas sobre el río Cali. Deambulan pálidas y desiertas en las corrientes y desembocan en las miradas de gente que las ha resignado para otra vida mejor.
Omar corre pausado y camina ligero, hace una pausa en su recorrido matutino de cada domingo y se detiene ante nosotros. Una charla de fútbol deriva en una invitación al santo ritual del mate, -Significa comunión, amistad, hermandad- le decimos. Entonces Omar toma uno; revuelve la bombilla, huele el perfume de la yerba. Nos mira y sonríe.-¡Cuidado que está caliente!- y bebe pausado, saboreando el agua, fuente de vida, que sabe a norte argentino, que sabe atierra uruguaya, que sabe a América del Sur.
Toma otro mate y nos mira:-Comunión- repite sonriente.- Ahora somos amigos- nos dice.
Tiene alrededor de cincuenta vidas sobre su mirada. Fue inmigrante en el viejo continente que lo expulsó con menos esperanzas que las que llevaba, dejó allí dos hijos y sueños perdidos. La guerrilla entre Colombia y Ecuador le arrebató el último recurso material que le quedaba para resistir a la pobreza y quedó sin casa, sin tienda y sin dinero; mas nadie fue lo suficientemente ruin para arrebatarle su dignidad de hombre.
Vive en un barrio popular en el centro de Cali. Su rancho es humilde al igual que la humildad que denotan sus palabras. No posee riquezas materiales pues el sistema lo priva hasta de una heladera en una ciudad en la que la temperatura mínima ronda los 27º en el mes de mayo. – Mi presupuesto no me permite comprar un agua mineral todos los días- nos cuenta. Así que Omar enfría su “agua de grifo” (como el le llama) en el ciber vecino.
-Gracias a un amigo que me dio una mano tengo trabajo- y gasta nueve horas de cada día laburando de empleado en una casa de música por el sueldo mínimo. Almuerza en comedores populares pues su casa no tiene cocina pero tiene un pana, vecino que comparte con él la sabiduría de aquel que entiende que la vida es la mayor riqueza que posee el ser humano.
Caminamos los tres juntos las orillas del río Cali y en un mediodía caluroso compartimos mates y buena música. Su soledad quedó rezagada por medio día y nos ofreció lo mejor que tenía para darnos: su morada cálida y humilde, una ducha de agua fría y la intensidad de un hombre que vive la vida arraigado a los momentos felices.
Me senté en un escalón de la plaza San Antonio y al pensar en mi amigo comencé a llorar sin consuelo. Me sentí triste porque su resignación significaba la pobreza de identidad de un país que disputa su poder entre dos bandas narcos, olvidando cientos de miles de sueños y de futuros, vidas de personas que, abandonados a la suerte, deambulan por las calles sin mayor meta que la resignación permanente.
- Esto no cambia más por eso no fui a votar- y allí se quedaron los sueños y las ilusiones de este hombre gentil y noble cuya integridad me perforó los cinco sentidos del alma.
Resuena como un eco la desilusión de los caminantes de Cali y la voz de Omar renace en un colombiano que trabaja duro para sostener a su mujer y su hijita de dos años. –Aquí, el pobre cada vez es más pobre y el rico más rico.- nos cuenta con una naturalidad que espanta.- Yo soy pobre pero agradezco a Dios tener mi negocio- Aquí hay gente que no tiene nada, que sale a la calle a vender lo que sea para alimentar a sus hijos.
Y este cuarenton de ojos cálidos y piel curtida ayer salió a comprar una gaseosa fría para su hija y en el camino encontró a una familia aún mas pobre que él, entonces les convidó comida y llenó sus vasos de gaseosa fría y compartió con ellos lo que no le sobraba, lo poco que tenía.
Y así andan mis panas colombianos, formando parte de un sistema que los excluye y viste de cifras en un porcentaje que cada año crece y crece sin retorno. Estos “pobres materiales” entregan lo que no tienen para rescatar del infortunio a otros tantos desposeídos.
Escribimos estas líneas para homenajearlos pues no sólo de paisajes está hecha la carretera. Ellos nos alientan a la eterna rebelión, a caminar con paso mas firme, a arraigar nuestros ideales. Por ellos luchamos y educamos. Por ellos alzamos la voz en un grito ensordecedor pues en Colombia a los pobres les apagan la voz, quedaron mudos entre tanta desidia. Presos de la inercia, no tienen fuerzas para reclamar, gritar o indignarse. Permanecen estáticos ante un poder absolutamente corrompido por el oro blanco que negocia sus campos, sus fuentes de trabajo y vende sus sueños como si fueran mercancía barata.
Que el eco de su silencio resuene en nuestras voces y lleguen a oídos de los más sordos. Que este grito los indigne tanto como a nosotros.
Nos duele Colombia. Nos duele Cali. Gracias Omar esta maravillosa lección de vida y dignidad.
“Para todos, Todo”.

jueves, 29 de mayo de 2014

Estación Bogotá

"Colombianos, las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad"
Francisco de Paula Santander 

Tierra de Gabo, del olor a café y el sonido a violines, teatros y museos que se visten de fiesta cada mañana. En ellos, moran artes de Botero, Dalí y de Picasso. La historicidad de las monedas en el Museo de la Moneda, nos relata el ocaso de las civilizaciones antiguas y el saqueo de los tiranos en una dicotomía perpetua entre conquistadores y conquistados.
Llegamos a la gran Bogotá pasadas las siete y media de la mañana, después de catorce horas de viaje desde la ciudad de Cúcuta. El bus costó unos $110000 ($500) por los 561 km que separan a ambas ciudades.
El micro nos dejo en la terminal principal de colectivos que a simple vista parece un aeropuerto. Bajamos nuestras mochilas y nos dispusimos a tomar una buseta que nos dejara en el barrio “la candelaria”, el centro histórico de Bogotá.
Finalmente caminamos unas siete cuadras hasta Carrera 19 (Avenida 19) y allí tomamos el colectivo que nos acercaría al centro. El costo del boleto por cada uno fue de $1600 ($7.5). 
En el trayecto conocimos a unos mochileros europeos que nos preguntaron si teníamos hospedaje. Nos recomendaron un hotel en el que ellos paraban hacía ya dos meses, de los más baratos de la ciudad.
Decidimos acompañarlos. Bajamos del bus y caminamos unas diez cuadras con nuestras mochilas a cuestas. Las calles iban en subida y el recorrido parecía eterno. Afortunadamente, después de quince minutos de caminata, llegamos al Hostel Music Logic, ubicado en carrera 10 calle de la agonía. Allí nos recibió Christofer. El costo por día en una habitación compartida era de $16000 ($80 c/u) con desayuno incluido. Nuestra habitación se llamaba Regee y dormimos junto a un gringo del cual supimos menos que nada.
El lugar era hermoso. Un recibidor con carteles en ingles, horarios, disposiciones del lugar, etc. A la derecha, un salón de usos múltiples con maquinas e internet y una tv pantalla plana. Hacia la izquierda, el resto de la casona. Alrededor de diez habitaciones llenaban los patios internos de la posada. El hospedaje contaba con dos patios internos, una cocina común y un bar que a la vez se utilizaba como desayunador.
El sitio era atendido además, por Lucas, un mendocino que hacia ya tres meses estaba allí de voluntario, trabajando por la comida y la cama al igual que Daniel, un costarricense que, además trabajaba fuera del hotel para ahorrar una moneda..
Desayunamos y salimos a recorrer el casco histórico: afortunadamente llegamos en la semana de los museos. Vimos obras del gran Botero, Dalí y Picasso. Pinturas y esculturas por montones. Citas de Gabriel Gracia Márquez y una muestra fotográfica de la Bogotá de los años treinta, cuarenta y cincuenta.
Nuestra estadía en la capital colombiana duró dos noches, las suficientes para hacernos de amigos increíbles y revoluciones libertarias.

La ciudad: Bogotá se viste de fiesta cada tarde, mañana y noche. Sus casitas coloniales llenas de colores hoy funcionas como distintos negocios. Instituciones y hogares de familia. La plaza principal es Simón Bolívar y la rodean cuatro catedrales que datan del Medioevo.
Llegamos a Bogotá en plena semana de elecciones presidenciales, reclamos (pocos) y resignaciones (en demasía).
Las avenidas son amplias, como indefinidas las cantidades de vendedores ambulantes, artistas y negocios que las habitan. La plaza el Chorro de Quevedo sabe y huele a arte, cervezas y chicha de Guayaba. Es tan colorida como un arco iris en pleno día nublado. Allí el arte domina las calles, los rincones, el aire. Y las miradas.
“Tengo un par de gringos que me arruinan el paisaje” Al llegar, al irnos, al recordar, al repensar, los vemos andar sin andar, consumiendo de las calles lo frívolo, lo escaso, lo insípido, lo absurdo (desde nuestra perspectiva). Sus noches suelen ser más largas que sus días y sus días pasan sumidos en la fatiga que la noche (mal o bien vivida depende desde que punto de vista se lo mire) deja como huella. Para un latino, se complica en costos que están puestos para gringos, se complica en un idioma que no entendemos pues viajamos buscando, precisamente, todo eso que hemos perdido, que creímos perder o que nos intentaron hacer creer que no merecíamos en absoluto. Al mostrarnos su espejo notamos las distancias que nos separan, que no residen simplemente en kilómetros de océanos y rutas, sino en una manera de ver la vida, de sentirse humano, de compartir un mundo en común. Venimos de ellos muchos de nosotros pero hacia ellos no necesitamos volver, de eso estoy segura. Bogotá nos dejó el sabor de las calles arrebatadas por cientos de extranjeros que se alejan de nosotros en idiosincrasia, en tiempos de búsquedas, en metas, en paisajes encontrados. Por momentos nos sentimos extraños en una tierra que es nuestra y nos pertenece por derecho y por sangre derramada. Volveremos siempre pues Latinoamérica nos pertenece, nos duele, nos da esperanzas y, lo más importante: nos brinda IdEnTiDaD.
Celebración de la amistad: Se llama Daniel, un costarricense con cientos de sueños cargados en una mochila que aún no encuentra el momento para salir de caminata, sin tiempos y sin rumbos. Nos abrazamos fuerte la última noche en el hotel que nos abrigó; compartimos con él lo mejor de nosotros: el mate y el fernet con pomelo. Es dulce su sonrisa, inocente, espontánea. Se ríe a carcajadas con cada palabra típica argenta que sale de nuestras bocas sin darnos cuenta: Pomelo, capo, chabón, gil, huevòn, boludo, minita, groso, banana, langa, etc. Nos contó de su historia, de su pueblito, allá en Costa Rica, nos dice que todavía falta para que Costa Rica tenga un líder como Chávez o como Evo o como Fidel o como Néstor; que van en camino, que se sintió feliz porque aprobaron el sistema de salud para homosexuales, que ese detalle le da esperanzas. Un episodio desafortunado lo dejó sin su cámara en un barrio popular de Medellín; le arrebataron su cámara pero no sus sueños. Quiere recorrer Latinoamérica filmando documentales sociales para relatarle al mundo a través de los lentes de su cámara como vive y respira este continente amado. También quiere visitar Argentina y estudiar en la Universidad De Las Madres. Cuando Pechu le contó que había hecho una especialización en economía política en esa universidad sus ojos se le llenaron de luces y esperanzas. – Te esperamos en Santa Teresita, en nuestro hogar!- Le dijimos. No sabes los locos que tenemos allá, te vas a cagar de risa!. Asado y mucho fernet te esperan en nuestro quinchito.- Tenes que venirte! Y quedó una llave abierta para dentro de poco o mucho. Nos abrazamos fuerte y tomamos una foto para pasar por el corazón cada día luego de este día. A las nueve y media de la mañana el desayuno nos encontró hablando con Emiliano y David. Dos argentinos de regreso a la patria supuestamente derrotados por negocios y sueños que no pudieron llevarse a cabo durante su estadía en Colombia. La llave se abrió rápido, casi, casi, en la primer mirada que compartimos. Porque es así cuando estas lejos de tu tierra y te encontras con un camarada, entonces él se vuelve los hermanos que están lejos, la sonrisa de ese amigo que hace meses no escuchas, el fútbol con los pibes, el asado en la parrilla y el fernet con pomelo. Cerca de las dos, a punto de despedirnos con una fotografía del encuentro, Los pibes se dieron cuenta que faltaban sus únicos cien dólares con los que contaban para regresar a Lanús. Mucha bronca, mucha impotencia, mucha injusticia. Entonces nos miramos y entendimos que éramos llaves, panas, camaradas, amigos. Sacamos el vil metal de nuestros bolsillos y nos reconocimos en Emi y en David. Pagaron su noche de hotel y de sus bocas salieron un perdón y un gracias. Prometimos unas birritas cuando nos encontremos en Buenos Aires. Nosotros les decimos desde acá: Gracias a ustedes por el encuentro y por agregar a nuestras vidas nuevos amigos que va dejando la carretera.

“En los suburbios de La Habana, llaman al amigo mi tierra o mi sangre. En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave: pana, por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma y llave por... -Llave, por llave -me dice Mario Benedetti. Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron.” Eduardo Galeano. El Libro de los Abrazos.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Estación Cúcuta

La memoria del corazón elimina los malos recuerdos
y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado.
Gabo

Es difícil cerrar una etapa cerrar una etapa y Venezuela, es una de esas tierras en las cuales uno no se puede ir sin congoja alguna porque es caliente, es amable, es paradisiaca, es rebelde y por sobre todas las cosas, es chavista.
Entonces, para que la pena se ahogue por la carretera, decidimos subirnos al bus y que nuestro destino sea bajo otra bandera pero con los mismos colores, Colombia.
Para esto, partimos de Cumaná a las 7.30 am y llegamos a caracas pasadas las 16 (el pasaje nos costó 250 Bs. c/u). Cerca de las 20 horas, viajamos de la ciudad capital hacia San Cristóbal por 450 Bs. c/u.
Mediante el viaje, habíamos pensado dormir allí para descansar el cuerpo y seguir viaje al otro día pero como las elecciones presidenciales colombianas hacían presumir el cierre de la frontera por unos días, nos subimos a un carro junto a una familia venezolana y sin escala, rumbeamos hacia la tierra del café y la salsa.
Justamente, la frontera no era igual a todas las salidas de un país que nos tocó atravesar en otra oportunidad: había un par de tanques, una compleja barrera móvil, unos cuantos policías y soldados armados con uniformes de campaña.
Pues, superamos incontables controles y en San Antonio, sellamos la salida de la Rep. Bolivariana de Venezuela. Paso siguiente, fue seguir viajando hasta el Puente Internacional Simón Bolívar y visar el ingreso a Colombia.
Con el sol, en lo más alto del cielo, llegamos a Cúcuta para poder dormir en una cama luego de 30 horas de viaje.
Sion dudas, Cúcuta, es tierra caliente. En donde el calor supera los 30 grados y el andar de miles de carros y motos que transitan la ciudad, le dan más voltaje a la temperatura ambiental.
En fin, vamos sin prisa porque éstas son pésimas consejeras. Nos gusta el tiempo que nos toca vivir. Aunque estamos con dudas: ¿la libertad o la esperanza? Qué cantidad de cada una será conveniente para no hacer incomible lo que nos espera. Llegando a este punto, nuestro destino es el viaje y no la meta.
Próxima Estación, Bogotá…

Estación Venezuela

Ciudades visitadas: Maiquetía - Caracas - Puerto La Cruz - Isla de Margarita (Punta Piedras - Porlamar - Playa el Agua - Playa Caribe - Juan Griego) - Cumaná - Parque Nacional Mochima (Playa Blanca) - San Crist{obal - San Antonio.

Kilómetros recorridos: 2.200 km.

Dinero gastado: u$s 135 cada uno.

Días: 16

Transporte: avión - bus - subte - taxi - ferry - lancha


lunes, 26 de mayo de 2014

Estacion Parque Nacional Mochima

Nos habían hablado de este sitio y de sus playas. Entonces, de Cumana arribamos un taxi junto a otra pareja venezolana y después de media hora de viaje al valor de Bs. 50 cada uno, llegamos al destino trazado. 
El Parque Nacional Mochima se encuentra a 600 m. sobre el nivel del mar, al noreste de Venezuela, entre las ciudades de Barcelona, Puerto la Cruz y Cumaná, y se extiende a lo largo de la costa a lo largo de un área de 94,935 hectáreas. 
Su belleza es diversa: playas espectaculares como el Golfo de Santa Fe, el Archipiélago de la Borracha, la Península de Manare y la Bahía de Mochima, múltiples islas, muchas de ellas prácticamente vírgenes, como las Islas Caracas y las Islas Chimaná, y una singular combinación de montañas que besan el mar.  A todas estas maravillas se puede llegar con el servicio de botes del área.
En la zona alta, la vegetación es exuberante y abundan los helechos y las orquídeas, la flor Nacional Venezolana. Dentro de la zona baja, se consiguen iguanas, conejos, lagartos negros, serpientes, pelícanos y pájaros bobos o tijeretas.  
El Parque Nacional  Mochima es uno de los destinos turísticos más deseados de Venezuela. Playa Colorada es mundialmente famosa por su fina arena de color dorado, casi rojizo, que da nombre al lugar.
 Para recorrer dichas playas, debíamos abordar una lancha y optamos para bañarnos, luego de navegar 45 minutos, por la Playa Blanca.
La misma, tenia algunos balnearios, unos Yates en la costa y sobre todo mucha agua mala, que impedían bañarse con normalidad por los picazones que producían en el cuerpo. Pero a pesar de esto, disfrutamos del ultimo día en playas venezolanas.
Sabiendo que a lo largo del viaje ya no encontraríamos un mar cristalino y de arenas blancas pues, el pacifico sera nuestro próximo encuentro con la inmensidad del mar.

Estacion Cumaná

Llegamos a la ciudad alrededor de las cuatro de la tarde. Compramos una tarjeta de colectivo y nos subimos a un bus del estado. Hermoso microbús equipado con aire acondicionado, asientos especiales, cámaras de seguridad, muy limpio y cuidado. 
Consultamos con el chofer que nos dejó en una parada donde podríamos tomar otro bondi con destino a una playa llamada San Luis. Nada de parecido tenía este colectivo “de línea” con aquel que tomamos  a la salida del ferri. En Venezuela, como en la mayoría de los países de Sudamérica exceptuando a la Argentina, los colectivos funcionan dentro de un caos sumamente ordenado. Autobuses rústicos, asientos duros, música al palo, paradas constantes. El copiloto se para en la puerta del móvil y, a gritos pelados, recorre las calles de la ciudad anunciando su destino.
Los pasajeros se suben y al bajar abonan el pasaje que difícilmente supere los cinco bolos ($0.80). Todo es caótico pero en ese caos la gente se entiende. La característica principal de los pasajeros que suben a estas líneas son obreros, estudiantes, gente laburante. Sumamente perezosos, con tal de no caminar ni media cuadra, anuncian parada a cada rato.
Otra característica de estos buses es que no existen paradas estipuladas, ni timbres de descenso. El timbre resuena a la voz de: -“Parada chofer”-. Y entonces el bus para; detiene su marcha en cualquier lugar, ya sea sobre la banquina o en mitad de la calle. Además nadie corre el colectivo sino que el bus los espera previo anuncio de bocina.
La bocina se utiliza para todos los casos. Es el primer recurso que utilizan los transportes venezolanos para indicar cualquier acción: cruce, piropo, pasada ligera. No se respetan los semáforos: da lo mismo si indica rojo, amarillo o verde. No existen las señales de tránsito, ni el respeto por el peatón, ni el traspaso por la izquierda, ni ninguna otra norma de tránsito conocida por nosotros.
Las motos son un caso a parte cuyas maniobras son imposibles de describir. En una palabra: hacen lo que quieren.
Bajamos en playa San Luis. Una autopista camino a Santa fe la bordea, del otro lado el mar caribeño. Nada había allí, exceptuando hoteles caros que costaban alrededor de 2500 bolos por noche ($250).
Partimos de ahí desesperados pero la bienaventuranza nunca nos abandonó y la virgencita de la isla amparó nuestro camino con un hombre proveniente de Cumanacoa (pueblito de donde era oriunda Araceli). Antonio nos acompañó en un taxi al que indicó, nos deje en el centro de la ciudad. Nos regaló el viaje y se despidió de nosotros con una enorme sonrisa.
El taxista nos dejó en medio de un puente, en una de las calles principales de Cumaná. Rodeada de motos taxi y puestos de comidas, de estudiantes y gentes que iban y venían. Cargamos las mochilas y caminamos tres cuadras hacia la calle principal.
Una callecita tranquila, rodeada de casitas de colores, una comisaría y varios hoteles constituía el caso histórico del barrio Santa Inés. Todos los edificios allí datan de la época colonial.
Paramos en el hotel Italia, nos atendieron muy mal pero la pagamos 1280 bolos ($200) por las cuatro noches que nos quedamos en la ciudad. Denominamos la habitación “la cámara frigorífica” porque estaba revestida de azulejos blancos en su totalidad y no daba la luz del sol pero teníamos tele y aire acondicionado.
En Cumana a las siete de la tarde la ciudad muere. No andan buses y cierran la mayoría de los negocios. Almorzábamos por Bs. 44 los dos ($7 argentinos). La ciudad despierta muy temprano, a las seis de la mañana el movimiento pareciera el de las dos de la tarde en cualquier otra ciudad. El calor es insoportable desde muy temprano, unos 30 grados a esa hora del día y baja a mediados de las cuatro de la tarde.
Conocimos las playas de San Luis que en nada se parecieron a las bellas playas de la isla. No constaban de la inmensidad de Playa el Agua o Caribe, más bien eran estrechas y estaban muy sucias.
Los lugareños pescan allí: usan de plomada botellas de plástico con arena que luego tiran en el mar así como también bolsas de residuos, neumáticos de autos, etc.
Cientos de carteles anunciando el cuidado de las playas decoran el paisaje pero la gente no los lee, o si lo hacen, no comprenden el mensaje.
Nos bañamos en el mar, sobre la orilla las algas viven y duermen y adornan el océano. No hay olas en este mar, una pileta natural imposible de creer nos abrazaba.
Otra playa que bordea la ciudad es el Pe;on, hasta allí fuimos el tercer día de estadía en Cumana. Al llegar al lugar, bajamos del bus y nos sorprendió un barrio sumamente popular y una playa imposible de ser admirada.
El barrio esta construido sobre la orilla y no existe un centímetro de arena en donde poder reposar. Es pobre la playa, tan pobre como el barrio. Al pobre siempre le toca la escasez, hasta del paisaje pero aun en esa pobreza, las mujeres jugaban al bingo, los hombres tomaban cervezas y los niños se bañaban en un mar que para ellos era el más hermoso. ¿Quién podría subestimar tanta pobreza?
Escuchamos por ahí algún día, luego de salir del Pe;on en las playas del Parque Mochima a una mujer que se quejaba del gob. Socialista, de no poder comprar de lo que se le antojaba en el supermercado. Escuchamos decir que al pobre no le importaba porque se conformaba con la bolsa del mercal. Sin embargo ella disfrutaba de una mar maravillosa, paradisiaca, dada su condición de clase media. En cambio el pobre al que con tanto desprecio se refería, calmaba su calor en unas playas sucias, sin arena y al lado de ranchos que vendían cervezas pero el pobre vive feliz. Se sienta en la vereda con las puertas de su casa abiertas. Va al mercal porque consigue el alimento digno para sus hijos.
En el barrio cheto de Cumana, los ricos viven en casas hermosas, en calles limpias pero se sienten inseguros. Sacamos algunas fotos de las calles y un Toyota Corolla gris, se paro al lado de nosotros y nos advirtió acerca del peligro del barrio. Nos miramos y reímos.  
Así vivía el rico, lleno de posesiones que era incapaz de disfrutar. Del otro lado, el pueblo haciendo suyas las calles y las plazas, con lo poco que tenia y lo mucho que merecía.
Nosotros, nada teníamos que ver con esas casas amuradas, caminábamos entre el pueblo, subimos a sus buses y transitamos sus calles. Estábamos tranquilos.
Partimos de Cumaná, después de cuatro días con destino a San Cristóbal. Llenos de colores y de contrastes. Al partir una imagen nos transmite la inmensidad del lugar: “Ay Cumaná, quien te viera y por tus calles paseara.”
Caminamos y vivimos Cumaná, última parada de este país hermano.

Hasta siempre Venezuela, te vamos a extrañar.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Estación Playa Caribe

El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre, a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste del mar?
En sueños, la marejada me tira del corazón.
Se lo quisiera llevar. Padre, 
¿por qué me trajiste acá?
Rafael Alberti. 

Perecieron mis ojos al encontrarse con este paraíso en el medio dela nada. Llegamos al mediodía acompañados de un calor que nos corroía la piel. Al bajar del taxi abonamos los veinte bolos que costó el traslado y el chofer muy despreocupadamente nos indicó:- “Esto es playa Caribe” 
-Nos miramos desconcertados. No había mercado, no había kiosco, ninguna señal de urbanización exceptuando el inmenso mar caribeño vestido de un turqueza tan claro que encandilaba, tres paradores con carpas y reposeras y un grupo de turistas con sombreros raros.
-“¿Qué hacemos acá?” Nos miramos y reímos a carcajadas. Dejamos las mochilas bajo un toldo abandonado y Pechu, cuan comandante a cargo del ejército, salió a buscar refugio.
Nos recibió un muchachón de 27 años, Alexander, nos indicó una posada cerca de allí donde podríamos dormir.
Entonces este caribeño de piel tostada por el sol le prestó a Gonza su bicicleta. La suerte le dio la espalda al yiramundi que clavó una espina considerable sobre la cubierta del rodado y lo dejó a pie de regreso a la playa y a Alexander sin el único móvil para trasladarse del pueblo al trabajo. Nobleza obliga, repusimos la cubierta rota dándole cien bolos equivalentes al arreglo del rodado.
El hostal costaba unos 2500 bolos ($450) por noche. Suma imposible de pagar para dos yiramundis que viajan por la carretera. Asi que, con la mejor buena vibra, Ale nos ofreció poner la carpa en un parador de la playa sin abonar ni un solo bolo.
¡No lo podíamos creer! De este modo se fueron dando las cosas y armamos la carpa a diez pasos de este mar maravilloso.
Conocimos a Jose, otro caribeño muy agradable, dueño del parador “La Sirena” quien nos brindó una muy buena bienvenida dejándonos un sabrozo plato (pescado con arroz y vegetales) por 200 bolos el equivalente a $32.
El mediodía rajaba la piel y almorzamos refrescándonos con unas birritas heladas a 15 bolos c/u ($3). Luego Jose nos invitó unas cervezas más y bajamos al mar un poquito mareados a darnos un chapuzón.
Alrededor de las seis de la tarde un mágico atardecer nos invitó al encuentro. Allí estaban la luna y el sol. Uno, partiendo. Regalando besos de amor. La amada contemplándolo sin poder tocarlo, llenándolo de estrellas. Entonces el sol, apesadumbrado por no poder besarla, se escondió tras el mar que lo arropaba dándole el consuelo que la noche le quitaba. Las estrellas salieron a danzar y nosotros, acompañamos la melodía tomando unos mates.
Nos presentamos ante Edgar, el guardia del lugar quien nos indicó algunas  normas sobre el funcionamiento del lugar.
Cenamos unos fideos con atún y nos fuimos a dormir a las diez de la noche.
La carpa estaba tibia, la cama dura pero éramos felices.
Así como el sol y la luna esperaban el encuentro armonioso con la bendición del mar, así nos abrazamos, recostados sobre la brisa caribeña que, danzando sobre las olas, nos daba la bienvenida.
El segundo amanecer nos sorprendió con la presencia de Araceli, una hermosa isleña de cuarenta años cuya hospitalidad y armonía nos enamoró tanto como la isla misma.
Trabajaba en el balneario que en realidad era la casona de un español llamado Antonio. Ella era la casera del lugar y se encontraba viviendo allí hasta el regreso del patrón. Fuimos a saludarla. Como todas las mañanas en la isla, esa mañana brillaba el sol con incandescencia. Hacía mucho calor y Araceli junto a su hijita  Javieris de seis años y su sobrina, limpiaban la casona blanca.
Nos contaba de su vida en la isla. Que hacía tiempo vivía allí pero que era oriunda de un pueblito llamado Cumanacoa. Que su familia era humilde. Que su papá había fallecido. Que era la única mujer entre cinco hermanos. Tenía cuatro hijos: dos varones y dos mujeres. Los dos mayores estudiando en la universidad. También tenía un nieto de cinco meses y era feliz.
Araceli nunca paraba de sonreír. Se sorprendía con nuestros relatos. Todo en ella era una inmensa admiración. El año entrante viajaría con los dólares que el gobierno chavista les daba: tres mil dólares de los cuales sólo debería devolver cincuenta mil bolos, un equivalente a ochocientos dólares. Quería conocer Panamá. Argentina, decía, quedaba muy lejos.
Soñaba la isleña, tenía sueños atrapados en un llamador. Sus ojos brillaban, su sonrisa era tan limpia como el mar que nos abrazaba.
Esa tarde nos limpió el baño del balneario y lo dejó disponible para nosotros.
Caía la tarde en playa Caribe y después de un chapuzón refrescante, nos sentamos a contemplar el amanecer enredados en palabras con nuestra amiga y su niña.
Entre palabra y palabra, le hablamos de nuestro país, de la realidad que percibíamos y de la que nos querían hacer percibir. Le hablamos de lo enamorados que nos tenía Venezuela y de nuestra admiración por Chávez. Nos miró y sus ojos se nublaron en lágrimas que no se animaban a escapar. Se conmovió al recordar al hombre que, para ella y para tantos otros venezolanos, fue capaz de devolverles la esperanza y los sueños. –“A Chávez lo matamos nosotros”- dijo.-“él murió  por nuestra culpa. Estaba recién operado y sin embargo salió a hacer campaña por su pueblo. No lo cuidamos. Yo lo extraño”- También algunas lágrimas cayeron de nuestros ojos y recordamos el cuartel de la montaña, las casitas de colores, el recuerdo de Hugo en cada pared.
Al otro día desayunamos en la casona: cocotoa y arepas que Araceli cocinó. A las ocho de la mañana partimos para Juan Griego a recorrer sus calles y conocer a su gente.
Paramos un carro (taxi) que nos cobró 40 bolos ($6). El chofer nos enriqueció con una copla dedicada a su pueblito Altagracia. Copla que gravamos para tenerla en la posteridad.
Nos encontramos con un hermoso pueblo: lanchitas de pescadores bordeaban la costa del lugar, en ella cientos de pelícanos miraban a la gente pasar. Casitas coloniales vestidas de muchos colores adornan sus calles, una plaza que enaltece el nombre del libertador Bolívar, como casi todas las plazas en Venezuela, constituye el centro del lugar, rodeada de puestos de diferentes tipos.
Caminamos hacia la terminal y fuimos testigos de un velorio en plena calle, cortada por los familiares y amigos del fallecido que moraba dentro del hogar.
Regresamos a Playa Caribe a las ocho de la noche y cenamos junto a Araceli quien nos preparó un arroz con pollo y mazorca (choclo).
La noche estaba tempestuosa. Un viento muy fuerte soplaba en la isla. Estaba triste la luna que nos despedía. Tan triste como nosotros de despedirla.
Como un regalo del cielo, Araceli nos ofreció dormir la última noche en la casona así que armamos las mochilas y descansamos serenos.
Partimos muy temprano al otro día y al despedirnos nuestra amiga nos obsequió una virgencita de la isla:- “Para que los cuide en el camino”- nos dijo y la abrazamos muy fuerte para no soltarla nunca.
Con el corazón lleno de nostalgia nos despedimos de playa Caribe. Dejamos allí a tres amigos increíbles. Regresamos a paso lento hasta Juan Griego y llegando al pueblo, un taxi se apiadó de nosotros y nos transportó hasta la terminal. Allí subimos a un bus con destino a Porlamar para luego tomar otro camino a Punta de Piedras.
Al subir al ferri nos despedimos definitivamente de la isla, de la luna, de su mar cálido y cristalino y de su gente humilde, noble y curtida por el calor del sol.
Cargados de nostalgia llenamos la memoria. Ahora ellos también viajan en nuestras mochilas.

Estación Aluminé

Partimos de Argentina con la decepción de no poder presenciar el nacimiento de Alu, la primer "mujer" Niggli de la familia.
Sin dudas, todo un acontecimiento, después de ser 4 hermanos varones y más aún, del nacimiento de Nazareno, hasta entonces, el único sobrino.
Luego de unos días en Caracas y de no tener noticia alguna, nos conectamos en Playa El Agua y nuestros ojos se humedecieron de emoción al ver una foto de la beba recién nacida junto a Ceslete.
Con tama, nos abrazamos y reímos al mismo tiempo, ante las miradas curiosas de los demás internautas.
Pues, al comentar una foto, Marcos, que también estaba conectado en Buenos Aires, nos escribió: "Gastón dice que es igual a mí, peludita y negrita".
Seguramente, habrá nacido como dice Shakespeare "el niño llora desconsoladamente por haber abierto los ojos en un mundo lleno de locos".
Pero, sin dudas, ha florecido de felicidad a la abuela Inés, que tanto ansiaba una beba en la familia.
A la distancia, todo se agiganta. por no estar en el lugar indicado o justamente, por estar en el sitio buscado y no poder abarcarlo todo.
Somo tíos, otra vez, y nuestras almas, están llenas de mariposas... Felicidades papis!!!

Estación Playa El Agua

Necesito del mar porque me enseña / no sé si aprendo música o conciencia / no sé si es ola sola o ser profundo / o sólo ronca voz o deslumbrante / suposición de peces y navíos.

Pablo Neruda

Después de una combinaciòn de bondis (Punta Piedras-Porlamar-Playa El Agua) llegamos al destino trazado en el mapa.
El chofer nos dejò en la mismísima playa, en donde la refinada arena blanca y la mar cristalina, nos recibiò a pleno sol.
Tamara, maravillada anta tan imponente esecenografía, no paraba de reírse de emoción: ¡Es lo que siempre soñé! gritaba a viva voz ¿Quién nunca soñó bañarse en el caribe? es imposible no pensarlo.
En tanto, Gonzalo, salió en busca de un hospedaje y consiguió junto a la vía una posada por Bs. 400 la noche ($80 argentinos) con TV, aire y baño privado.
justamente, allí descansaron los días en aquellas hermosas playas. vale recordar la importancia del televisor, ya que el domingo, Boca jugaba con lanús en la Bombonera y quizás, por desgracia del buen fútbol, pudo haber sido el último partido de Juan Román Riquelme en el equipo más popular de América.
Las horas, se fueron gastando en la playa, en las rondas de mate, en caminatas por el pequeño pueblo que a las 7 pm apagaba sus luces y en muchas charlas, que por las noches eran acompañadas por unos besos de cerveza.

Próxima Estación, Playa Caribe... pase lo que pase, sea lo que sea, a nuestra manera (Radio Yiramundi)

martes, 20 de mayo de 2014

Estación Isla de Margarita

Con pocas chances de viajar a Cuba, partimos de Caracas hacia Puerto La Cruz, para bañarnos en las aguas del oriente venezolano.
Pasadas las 17 hs, pisamos la terminal y decidimos tomar el ferry hacia la isla.
Mientras hacíamos la fila para comprar el ticket, nos informan que ya no había pasajes para el ferry de las 18 hs.
Sin dudas, creíamos que la mala suerte nos estaba persiguiendo. Finalmente, habilitaron un barco para la 1 de la madrugada y con boleto en mano, esperamos el horario de la partida en el puerto.
Entendimos, en este viaje de contradicciones y apertura a lo desconocido, que no debemos renunciar a la libertad impuesta porque seria como renunciar a nuestra propia existencia.
Embarcamos en "Navibus" y navegamos mar abierto hacia la turística isla.
Después de 5 horas, llegamos a Punta Piedras y la incertidumbre nos envolvió nuevamente.
La consulta a un kiosquero, nos habilitó para rodar hacia Playa El Agua (ver aparte). Luego de unas noches increíbles, rumbeamos para Playa Caribe (ver aparte), en donde la estadía fue mágica.
Después de una semana, decidimos tomar el ferry hacia Cumaná, para regresar a tierra firme y seguir recorriendo el oriente venezolano.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Estación Comandante Hugo Chávez

“No sería extraño que en Marte haya habido civilización,
pero a lo mejor llegó allá el capitalismo,
llegó el imperialismo y acabó con ese planeta” (2011).
Comandante Chávez

El Cuartel de la Montaña (también conocido como Museo Histórico Militar) es un edificio multiuso que se localiza en el sector de la planicie en la parroquia 23 de enero del Municipio Libertador en el Distrito Capital al centro norte del país sudamericano de Venezuela y al oeste de la ciudad de Caracas.
Tras el fallecimiento de Chávez en marzo de 2013 el gobierno de Nicolás Maduro decidió adecuar el espacio para que funcionara como Mausoleo y museo donde se exhibieran objetos relacionados con la vida del presidente Chávez, conservando su condición de Museo Militar adicionalmente.

Por Gonzalo:
Gregorio, militante chavista de los barrios de caracas, nos invitó ir a visitar el “4 F”, donde reposan los restos del Comandante Chávez. Si dudarlo, fue la primera acción que ejecutamos en la capital bolivariana.
Tempranito, tomamos un bus rojo, que al llegar al cuartel, nos dijeron que el viaje era sin cargo, ya que íbamos a visitar al e presidente.
A primera vista, nos impresionó la arquitectura del destacamento que fue realizado en forma de castillo en 1911.
Además, la atmósfera que lo acobija impresiona. El barrio 23 de Enero, está tatuado por centenares murales con las imagines del Che, Bolívar, Sub Marcos y Chávez.
En el acceso, un guía esperaba por nosotros, que junto  a un puñado de chavistas, empezamos el recorrido. A medida que nos sumergíamos en el cuartel, la presencia de Chávez se agigantaba.
El paso de las banderas, el cañonazo de las 4:25 y la vista  del Palacio de Miraflores, ahogaban nuestro llanto.
Las boinas rojas y los trajes verde oliva, decoraban la escena. Murales de Miranda, Bolívar y de Alí Primera, resguardan el féretro del  Comandante.
Pues, debo confesar, que la energía de este sitio, me hizo recordar a la visita que realicé años atrás en Bolivia, cuando pisamos junto a Marcos, La Higuera y Vallegrande, para seguir la Ruta del Ché.
Porque estos hombres, convertidos en mitos, trascienden fronteras, revolucionan sus vidas y también la de un pueblo.
Un pueblo que lo abraza y lo sufre, que lo enaltece y lo aviva, por su pasado y por su futuro.
Gracias Comandante.

Por Tamara:
Subiendo la sima hacia el cuartel, desciendo de un bus viejo que en cuyo respaldo aguarda Dios para cubrir mi espalda. Allá, a diez pasos de mí, la inscripción en un mural me sorprende y me da la bienvenida: “Chávez somos todos”; y entonces el comandante me saluda con una inmensa sonrisa, en un gesto armonioso me abre las puertas de su hogar.
Alrededor del cuartel, el barrio 23 de Enero protege su lecho, lo adornan casitas bajas, coloridas, populares. En cada una de sus paredes Hugo sonríe, su cara no deja de relucir. En estas calles existe y resiste, en este barro de pueblo que supo abrazar, el comandante sobrevive a la misma muerte y la gente sigue gritando su nombre con una fe que rebalsa los límites de Dios pues Hugo Chávez es otro muerto que no para de nacer.
Me acerco tiesa. Un cañón recuerda cada tarde que a las 16:25 hs de cada día, el revolucionario latinoamericano abandonó la tierra hacia un encuentro con el Che.
¿Quién es éste que vive en cada pared de la ciudad de Carcas? ¿Quién es este hombre que ha sobrepasado los límites inimaginables de la devoción?
Abren las puertas del recinto y veinte renglones tallados en mármol frío reproducen un discurso único, eterno, esperanzador: “Oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía, su desprendimiento, y yo ante el país y antes ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano”. Palabras de un hombre que caminaba rumbo a la muerte. Palabras que recita un hombre que, entregándose al destino inexorable de la finitud del cuerpo, desprende su canto de libertad, de resurrección, de redención.
Me paro frente a su lecho. Una orquídea  sostiene su descanso eterno. Todo es blanco, claro como la claridad que emana de la luz; única luz: la luz del amor, del amor a la revolución. Me descubro allí, en ese pétalo, en esa orquídea. Pues también lo sostengo y apenas acabo de saberlo y lloro. Una inexplicable sensación de desamparo me invade el alma, el cuerpo, la mente y la sangre y lloro. Lloro con desconsuelo por haberlo perdido y por haberlo encontrado. Lloro porque fue mío también y recién lo descubría. Lloro porque en el llanto desgarro tanta impotencia. Lloro porque los muertos resisten en el llanto. Lloro porque en mi llanto llora el barrio 23 de Enero, el barro del pueblo, las casas de colores, la lucha incansable del pobre que nada tiene excepto su dignidad y su esperanza de un futuro mejor. Lloro por la pérdida inexplicable de un combatiente de la vida.
Era yo una mujer insignificante parada ante la inmensidad de un hombre que acababa de descubrir. Reconocí todo el amor que me había dado y sentí bronca por haberlo perdido. Volví a llorar. Porque a pesar del dolor, la idea persiste. La emoción de la soledad en esa orquídea de mármol. Lloré porque sentí esperanza. Porque Chávez no ha muerto. Porque está vivo en mí.

¡Hasta la victoria siempre, mí querido comandante!

lunes, 12 de mayo de 2014

Estación Caracas

“Tenemos que ser creativos continuamente. 
Hay que buscar la teoría; 
no hay revolución sin teoría revolucionaria.”
Hugo Chávez 

Estar en tierra firme, después de muchas horas de vuelo fue gratificante y más, si nuestros pies iban a ser marcados en tierras bolivarianas.

La policía aeroportuaria, luego del visado correspondiente, nos ofreció cambiar dólares. Pues, accedimos, sabiendo de la irresponsabilidad de la ley pero la hora apremiaba ya que el día ya era noche.
Luego, tomamos un bus hacia el metro "gato negro" y bajamos en la estación "ciudad universitaria". Pues, nos restaba caminar unas cuadras para dar con el Ateneo Popular y sinceramente, fue la obra más difícil.
La calle "Vasrgas" era desconocida por los vecinos de Los Guaramos, barrio del hospedaje, y con las mochilas a cuestas, caminamos sin dirección hasta que un chamo, se hizo de su teléfono para colaborar con nosotros y dimos con el destino buscado.
Cerca de las 20 hs encontramos el hospedaje y la buena gente, Gregorio y Juan, que a{un recordaban la estadía de Marcos y Celeste, por 2011. Situación que nos llenó de orgullo, sabiendo que los Yiramundi´s vamos por la carretera dejando nuestras huellas.
En el Ateneo, entre charlas, macramé y mate, nos quedamos tres noches para luego partir hacia Oriente pero antes de visitar esas aguas cálidas del caribe, vivimos intensos momentos que quedarán en nuestras retinas como fotogramas: la plaza Bolívar, el barrio 23 de Enero, el Silencio, el Capitolio, el Palacio Miraflores, la casa del Libertador de América, fueron encantadores para el cuerpo.
Pero como no sólo estamos compuestos de materia, el alma también bailó y se hizo añicos, se retorció de emoción y se bañó de revolución, cuando pisamos el "4 F" Cuartel de la Montaña (ver aparte).
En fin, Caracas, es el reflejo de un país que vive con el "miedo" impuesto por los medios masivos de comunicación y el espejo de los barrios de la clase obrera que con su cuerpo se ha enfrentado a la "guarimba" para defender un Gobierno Socialista en América del Sur.
Chávez Vive y la Lucha Sigue...

Próxima Estación, Puerto La Cruz...

jueves, 8 de mayo de 2014

Estación: “La Previa”

Santa Teresita: Jueves 01 de Mayo
Una vez más nuestro rancho se vistió de fiesta. Nos encontramos en un tierno abrazo fraternal, un abrazo cálido, eterno. Un abrazo de esos de los que cuesta desprenderse, casi desesperadamente reímos como locos: treinta locos riendo en fraternidad. 

Alrededor de las 21:00 hs  se encendió el fuego sagrado de la parrilla del rancho al mando de Nico “el cabeza” Pieroni y Juanchi Machado y el Tano Ricci como ayudantes consagrados. El menú: hamburguesas y lomito a la parrilla. También hubo menú vegetariano para las amigas de siempre.

Entre Fernet con pomelo y música y risas; así casi descuidadamente la noche nos fue acercando hacia el ritual de despedida. Una despedida que comenzó recibiendo el nuevo año y nos encontró desvelados el 1 de mayo.
Cuan trabajadores de la vida, brindamos ininterrumpidamente por los abrazos postergados, por la carne a la parrilla, por la patria fernetera y, especialmente y por sobre todo, por la ruta que nos esperaría el 6 de mayo camino a Caracas.
La noche nos encontró bailando al son de una rola de kapanga, una rola que nos invitaba al insomnio, que nos permitía aletargar por unos minutos más las cuerdas del reloj.
Cantamos, bailamos, volvimos a cantar y a reir a carcajadas. La risa fue la invitada de honor en esta fiesta de locos.
Fuimos gastando las cuerdas de la noche y los amigos fueron partiendo. Nos dejaron deseos de los buenos, nos llevaron el alma de pila para el viaje. Dejaron la parrilla vacía, y algunas manchas de vino tinto desparramadas por el suelo. Y también nos dejaron llenos de nostalgia…
“Esta es una fiesta de locos pero no soy el único que está loco…” treinta locos más nos acompañan, los cargamos en nuestras mochilas rumbo a Venezuela.

Buenos Aires: Viernes 2 de Mayo

Partimos de Santa Teresita a las 16 horas y nos subimos al auto del “pelado” rumbo a la ciudad de Bs As. Con nostalgia y recelos, cerramos la puerta de nuestro hogar y dejamos allí a nuestro mejor amigo: Guevara.
Unas lagrimas salieron de nuestros ojos al verlo ahí, llorando también, sabiendo que pasarían 4 meses para volverlo a ver, teniendo la certeza que muchas tardes como esta, estaríamos deseosos de abarazarlo, apretar sus orejas y dormir pegado a su hocico.
En Babylon nos esperarían más amigos, hermanos y despedidas.
Allí brindamos junto al negro Niggli, Celes, Gamu, Debi, Romi y el negro Pérez. Hubo cervezas, picadas y nuevamente, el domingo nos sorprendió comiendo un asado en el patio de la morada de Gamuza.

Lunes 5 de Mayo

Alrededor de las 20 hs comenzamos a acomodar las mochilas para el viaje. Ingrata sorpresa nos cacheteó en la mejilla cuando nos dimos cuenta que habíamos olvidado los pasaportes en Santa Teresita.
Con un nudo en el estómago, en medio de una escena que nada debe invidiarle a una tragedia clásica, llamamos a la familia para que hurgaran en nuestro rancho con la ilusión de encontrar los documentos.
En tiempo record, sonó el timbre del depto del negro Niggli y el hombre más hermoso del mundo, nos rescató de la tragedia para conducirnos nuevamente a nuestro cuento de fantasías.
Rumbo a ezeiza, los nervios fueron tejiendo la acidez estomacal. Buenos Aires apenas comenzaba a despertar y la noche nos encontraba rodando en la autopista rumbo al aeropuerto.
El auto, nos conducía hacia nuestro sueño. Las mochilas viajaban serenas, pasaporte en mano, partimos rumbo a Lima.   

Lima: 6 de Mayo

En el aeropuerto anduvieron nuestras mochilas mareadas, gastadas, aburridas y cansadas de rodar por el espacio carcelario que significa ingresar en un aeropuerto. Vigilancia absurda, desgastante, agotadora. Una procesadora de tolerancia que espera constante del permiso.
Dadas vueltas hasta el mareo, chequearon mochilas, camperas, y hasta zapatos y cinturones. Pasaportes, pasajes, caras, nombres y nacionalidades.
Durante el vuelo una turbulencia volvió a retorcer nuestros nervios ¿Quién dijo que en el cielo sólo existe la calma?
Y entonces miramos por la ventanilla mientras el avión se elevaba, pasamos el nubarrón que cubría el cielo de la ciudad de Lima y un sol nos abrazó entre las nubes. Volamos alto, donde la claridad descubría la tormenta. Todo existía en ese cielo: estaban allí los colores de nuestra bandera, nuestros ángeles sonriendo, todos los dioses saludando nuestro paso.
Entonces, respiramos profundo y el mareo pasó, sonreímos y nos quedamos dormidos.


Próxima Estación, Caracas…