Tiene las alas salpicadas de islotes.
Es nuestra bella del mar.
La patria la contempla desde la costa madre
con un dolor que no se va.
El frío del invierno costero,
empaña los vidrios y aísla a las personas. Condiciona, muchas veces, más que la
economía emergente de un país que se debate entre políticas de ajuste y neoliberalismo.
Tiene las alas llenas de lunares.
Lobo roquero es su guardián.
La patria la contempla. Es un ángel sin sueño
la patria junto al mar.
En tanto, el mate y la computadora.
Y un viaje a las Islas Malvinas, de otro argentino, que ha recorrido muchos
países del mundo, pero parece que no ha aprendido a compartir sus aprendizajes,
sí no es a cambio de unos dólares. Porque en esta globalización, los nómades
viajeros, también son mercancía del mercado global.
Tiene el pecho de ave sobre la onda helada.
Ave caída es su igual.
El agua se levanta entre sus alas.
Quiere y no puede volar.
Entonces, nos pusimos a buscar
información, a enviar correos electrónicos a la embajada británica en Argentina,
a hablar con ex combatientes argentinos que habían regresado para saber de sus emociones
y de su coraje, a bucear las webs de vuelos y estadías en las islas más
australes del cono sur. Y así, fuimos construyendo un viaje imaginario, que se
fue materializando con el pasar del tiempo y del invierno.
El pingüino la vela. La gaviota le trae
cartas de libertad.
Ella tiene los ojos en sus canales fríos.
Ella está triste de esperar.
En primavera, los tres ya
teníamos el vuelo de avión de Punta Arenas a las Islas (primer paso). Y empezamos
a debatir de cómo llegaríamos al sur de Chile: sí en un maratónico viaje de 27
horas por la extensa ruta 3 o por aire. Y salió la posibilidad de volar de Buenos
Aires a Río Gallegos y de allí, subirse a un bus con rumbo a la última estación
previa a la utópica Malvinas.
Como a mujer robada le quitaron el nombre;
lo arrojaron al mar.
Le dieron otro para que olvidara
que ella no sabe pronunciar.
Todo (creíamos) estaba encaminado,
pero sabíamos que no podía ser un viaje de improvisaciones e hipeadas, sino que
todo debería estar orquestado, amasado y severamente organizado. Entonces, la
búsqueda y las comunicaciones con los isleños empezaron por el hospedaje y por
el alquiler de un vehículo que nos lleve a recorrer, nuestros sueños y las de
los caídos (Los Héroes de Malvinas).
El viento es suyo; el horizonte es suyo.
Sola, no quiere más.
Sabe que un día volverá su hombre
con la bandera y el cantar.
Debemos reconocer, que se hizo
difícil dicha tarea, ya que nuestro inglés es “very difficult” y el traductor
en línea, nos solventó la posibilidad de entendernos y concretar la reserva de
alojamiento y del vehículo.
Cautiva está y callada. Ella es la prisionera
que no pide ni da.
Su correo de amor es el ave que emigra.
La nieve que cae es su reloj de sal.
Pues, con la logística
emprendida, solo resta que llegue el día del viaje y vivir la experiencia
isleña. Y entender, quizás, que en todos y cada uno de los caminos desconocidos
de nuestros viajes llegamos a conocer más de nosotros mismos y que la mayoría
de los momentos y vínculos pueden venir con un marco de tiempo y mientras los
tengamos y lo busquemos, necesitamos vivirlos.
Hasta que el barco patrio no ancle entre sus alas,
ella se llama Soledad.
Las Islas. El conflicto de 1982. La bandera británica ondeando en territorio argentino. Los resabios de la guerra. Los goles de Maradona a los ingleses. Los montes y el mar. El viaje de tres hermanos y un nuevo destino. La vieja que no está y el amor perdurable de la distancia.
Próxima estación, Islas Malvinas…
*Poema de José Pedroni (1953)