lunes, 23 de mayo de 2016

Córdoba en Bicicleta: Regreso a San Marcos

Lo mejor de los viajes es lo de antes y lo de después.
Maurice Maeterlinck.

Depende de que lado se lo analice, un viaje empieza y termina y vuelve a empezar. Por que el regreso a un lugar, no quiere decir, explícitamente, que uno haya terminado o llegado.


Pues, citando al maestro Eduardo Galeano, recordar, del latín re-cordis, es volver a pasar por el corazón. Y los viajes, pasan una y mil veces por el corazón y la mente, luego del destino marcado en el mapa.
Y en esta disyuntiva, regresar a San Marcos, no fue más que acordar el acto con las palabras, que también viene del latín: a (proximidad) y cordis (corazón). Es decir “unir los corazones”.
Y así, pedaleé por la Ruta 28 hasta el cruce con la Ruta 38, que me iba a depositar en los aposentos de San Marcos, una vez que gire los 119 kilómetros de distancia, entre un punto y el otro.
Ahora que lo escribo percibo la poca distancia trazada en el mapa, cuando el googlemaps te marca el tiempo en automóvil: 1 hora y 34 minutos. Y sabiendo que en bicicleta, en este recorrido, dejé el alma y el cuerpo para llegar a destino.
Las ondulaciones, el viento cruzado (en contra de mi humanidad), el cansancio y el dolor persistente en la rodilla derecha, fueron mis demonios a vencer en aquella nublada tarde cordobesa.
Convencimiento y fortaleza mental, fueron los argumentos para seguir en cada pedaleada y sobrellevar el espíritu de un guerrero. Pues, en estas circunstancias, uno mismo es el factor de energía.
Nadie, hará por uno el esfuerzo que se necesita para sobrellevar ese camino. Así es y así se disfrutan los viajes en bicicleta. Todo se simplifica a uno mismo: pedalear, descansar, alimentarse, hidratarse. Así, cíclicamente a lo largo del recorrido.


¿Y que nos queda? ¿Qué recordamos? ¿Fotos? ¿Paisajes? ¿Qué hay al fin de este viaje? Pues, viajar en el llano, ser un transeúnte más, respirar las calles, sentir los aromas, vivir con los colores, hablar con la gente y compartir un mate en una esquina, lo guardaré en mis recuerdos.

Así, son mis viajes. Así, me gusta vivir. Actualizándome. Nutrirme del otro. Ser parte del Todo. Hasta el infinito y mucha más carretera.

martes, 17 de mayo de 2016

Mi libertad no huele a shopping


Lleva sólo aquello que puedas cargar contigo,
para no tener que ir perdiendo cosas por el camino.
Lleva sólo aquello que puedas cargar contigo,
pero por encima de todas las cosas,
nunca te olvides de ti mismo.

- Arnau de Tera -

jueves, 12 de mayo de 2016

Córdoba en Bicicleta: Cabalango

“La aventura es un camino. La aventura real – autodeterminada, automotivada y a menudo riesgosa- te fuerza a tener encuentros en carne propia con el mundo. El mundo tal como es, no como te lo imaginas. Tu cuerpo va a chocar con la tierra y tú serás testigo de eso. De esta manera te verás obligado a lidiar con la bondad ilimitada y la crueldad insondable de la humanidad –y quizás te darás cuenta que tú mismo eres capaz de ambas. Esto te cambiará. Nada será blanco y negro nuevamente”.  Mark Jenkins


Era momento de partir. Después de respirar el aire libertario en el Museo del Che Guevara, me esperaba la carretera en todo su esplendor. Sol y viento en contra.
No siempre, el escenario es el propicio para rodar en dos ruedas, a veces o siempre, la naturaleza nos pone a prueba el carácter, la autodeterminación, el amor propio y sobre todo, la superación constante.
“Aneurisma”, había leído por ahí, que “cada momento puede ser el último”, y así arranqué, sin la menor premonición, en total ignorancia del futuro. Pedal y más pedal, para enfrentar al fuerte viento que cruzaba mi proyección. Y los carteles de kilómetros recorridos que disminuían en dirección a Villa Carlos Paz.
Una vez llegado a la rotonda de Falda del Carmen, me senté en la sombra para darle aire a mis pulmones y a mis piernas. Extenuado, por cierto, por primera vez en el viaje. El viento, que siempre fluye y que es un gran compañero rutero, me estaba dando una gran paliza.
Y escogí la libreta de la alforja, para alimentar mis pensamientos y leí una frase de Freya Stark: “Viajar logra lo mismo que los buenos novelistas consiguen hacer con la vida cotidiana cuando la enmarcan como si fuera una foto en un portarretratos o una gema en un anillo, de manera que las cualidades intrínsecas de las cosas se vuelven más claras. Viajar logra hacer eso con la materia de la que está hecha nuestra vida cotidiana, dándole los contornos nítidos y significados del arte”.
Levanté la vista y rodeado de árboles y sierras, me dí lugar a disfrutar el cansancio en mi cuerpo. Y me vi desde otra perspectiva, emocionado por el presente a pesar de lo que aún me restaba por llegar.
Así, enfrentando al viento y a mis propios miedos, pedaleé hasta la intersección de la Ruta 20. Frené en la colectora y escogí doblar hacia la izquierda, en busca de la conexión que me deposite en la Villa para luego seguir viaje hasta Cabalango.
Pues, el viento, seguía en su papel de enemigo íntimo. Y la autopista, con sus ondulaciones, provocó más que una desazón en el trayecto. Hasta que llegué a la Avenida San Martín y propicié descansar junto al río San Antonio.
Veinte kilómetros me separaban de Cabalango y del tan esperado encuentro con Martín, en donde iba a descansar en mi estadía en aquella localidad. Y ya con el viento del otro lado del dique, todo se veía más encantador.


Con el cansancio a flor de piel, avance sin obstáculos hacia Tanti, por la Ruta 28. Y visualicé el cartel que indica Cabalango y giré por la callecitas de la sierra para abrazarme con Martín y dejar que el destino se haga presente.
Y allí, la distancia nos acercó y nos sentimos vivos en una sensación de no haber perdido tiempo. Como decía Prado, en el film “Un tren nocturno a Lisboa”, en donde había preguntado si el alma era un lugar de los hechos o si los hechos alegados eran sólo las sombras engañosas de historias que nos contamos, sobre los demás y sobre nosotros mismos…
¿Tú que dices?

Próxima Estación, San Marcos

viernes, 6 de mayo de 2016

Estación Museo Che Guevara

"Toma, es sólo un corazón,
tenlo en tu mano
y cuando llegue el día,
abre tu mano para que el sol lo caliente..."
Che Guevara

La clara razón de mi visita a Alta Gracia, fue la mera presencia de la casa Villa Nydia, donde el Comandante y su familia, vivieron algunos años por la salud del por entonces Ernestito.
En bicicleta, con el equipaje listo para seguir por la carretera, me hice un lugar para la memoria y la historia. Y llegué con la emoción de un niño y con el aprendizaje de la vida.


Desde La Higuera a Valle Grande, de Santa Clara a La Habana, de América Latina a Alta Gracia y la extrañable transparencia de su querida presencia. En todos los caminos, su imagen, vertiente de colores y luz para un mundo más justo y verdadero.
Pues, caminé despacio, delicadamente cada habitación del museo-casa. Me hice carne de su pasado y presente, respirando su infancia y juventud.
Me puse en su mirada, que se reproducía en mí, y desde esa perspectiva, absorbido me reflejé en él. La forma en que veía y que ha aparecido - pensé - nunca había sido así durante un minuto en mi vida. No en la escuela, no en la universidad, no en mi práctica. ¿Es lo mismo con los demás: que no se reconocen a sí mismos desde el exterior? ¿Que la reflexión parece como un escenario lleno de distorsión grosera? ¿Que, por el miedo, que tenga en cuenta una brecha entre la percepción que los demás tienen de ellos y la forma en que se experimentan a sí mismos?


Y entre tantos interrogantes, me detuve en “la poderosa” y esa gloriosa moto que lo llevó a rodar por el cono sur de América junto a Alberto Granados. Que linda locura llevaban estos tipos –pensé en voz alta- y un empleado del museo, me dijo “vos también tienes la tuya, que llegaste en bici hasta este sitio”. Y me reí, claro, separando las grandezas del Ché y su brazo libertario.
Y me senté en el patio, junto a él, manipulado por un artista, con un habano en la mano, saboreando el tabaco y con la mirada limpia. Ahí, me despedí de Alta Gracia y agradecí su presencia. Su legado. Su historia.


Porque si no creyera en el delirio, en la esperanza de sus palabras y de sus actos, todo mi caminar por América, sería una mochila de fotos y anécdotas y dejaría a un lado, el aprendizaje de los barrios vulnerados, de la lucha constante de las clases trabajadoras, el respeto a la madre tierra y sobre todo, el valor de las relaciones humanas.
Aquí, es cuando me miro hacia adentro y agradezco los kilómetros que llevo en el corazón y en el pensamiento, para ser un servidor de la nueva era.


Próxima Estación, Cabalango   

lunes, 2 de mayo de 2016

Córdoba en Bicicleta: Alta Gracia

De nada importa lo que un día hiciste.
De nada importa lo que un día viviste.
De nada importa quien un día fuiste.
Sólo importa todo lo que aprendiste.
- Arnau de Tera -

El sol, tenue, entró sin permiso por la ventana de la vieja hostería y me despertó, su inmensidad. Al mismo tiempo que las flores abrían sus pétalos y los pájaros cantaban su himno mañanero.
Doña María, ya andaba por los pasillos de su hospedaje, haciendo el desayuno a cuatro futuros serviles de la Patria, que con la cabellera rasurada y con la mirada ceñuda, tenían que acudir a sus estudios militares.


En tanto, me acerqué al comedor a servirme el desayuno y María, amablemente, me acercó el café, el pan y el dulce. “Coma bien mi hijo, que tiene que esforzarse en el camino” me dijo con voz de abuela y agregó “¿hasta donde va?”.
Su mirada limpia, me brindó confianza para pedirle que se siente conmigo y le contesté “Hasta Alta Gracia pero si el camino me presenta otro sitio, hasta allí entonces”. Sin entender mucho de lo que le decía, sugirió que vaya con cuidado y que iba a rezar por mí. Le agradecí su amabilidad y me despedí con un beso y un abrazo.
Ya con el equipaje en la bici y con una leve llovizna que limpiaba mi cara, salí a pedalear por la Ruta 38 hacia el sur de Córdoba. Los 16 kilómetros que me separaban de Cosquín, iban a hacer claves para los 70 kilómetros de la jornada. Y pedal contra pedal, me acerqué a la ciudad del Folclore y del Rock Argentino. El río, del mismo nombre, recorre el contorno de la ciudad y por la carretera, se puede apreciar el Cerro Pan de Azúcar, llamado por los pueblos originarios del lugar “Supaj Nuñu” (Seno de Mujer).


Así, me empapé de esta ciudad, de la imprenta de sus paredes ilustradas y maquilladas con arte callejero y de su entorno natural, que avasalla a cualquier ser vivo. Santa María de Punilla y Bialet Massé, fueron las postas de los kilómetros siguientes. Hasta llegar al lago San Roque y su inmensidad.
Allí, relaje la mirada y la intensidad del cuerpo. Sentado al lado del camino, me dejé llevar por el pensamiento y escribí… “Hay cosas que son demasiado grandes para nosotros los seres humanos: el dolor, la soledad y la muerte, sino también la belleza, lo sublime y la felicidad. Para ellos hemos creado la religión. ¿Qué pasa cuando la perdemos? Esas cosas son todavía demasiado grandes para nosotros. Lo que queda para nosotros es la poesía de la vida individual. ¿Es lo suficientemente fuerte como para soportar los abates de la sociedad establecida?”.


Sin respuestas, me hice materia con la bicicleta y rodee por la autopista el final del Dique San Roque para retomar la Ruta 73 y pedalear hasta Falda del Carmen y hacer la última escala de la jornada.
El sol, se había adueñado del cielo, esquivando las nubes y empujando la lluvia hacia otras latitudes y la tarde se iba completando con un vientito caluroso con dirección nordeste.
Así, con el cuerpo casi entero, llegué pasada las 15 horas a la ciudad de 40 mil habitantes pero con vida de pueblo. Histórica y pintoresca localidad, fundada en 1588 por un casco de estancia de jesuitas.


De esta manera, fui a descansar al Hostel Alta Gracia, situado a pocas cuadras del centro histórico de la ciudad. Y a pensar, si vivir es suficiente para ser feliz y que somos criaturas estratificadas, llena de abismos, con almas de azogue, con las mentes cuyo color y cambios de forma se dan como en un calidoscopio que se agita constantemente.

Próxima Estación, Che Guevara