sábado, 18 de junio de 2011
Estación "Cementerio de Trenes"
Un lugar desolado y plagado de maquinarias ferroviarias antiguas o siniestradas que nos abre la puerta al pasado de Uyuni. Aquel de principios de siglo, cuando el auge de la minería apuró la llegada de los ferrocarriles a Bolivia.
Pero, como ocurrió en la Argentina y en toda América latina, el neoliberalismo feroz y los títeres políticos, degollaron la industria Nacional y vendieron hasta la propia alma de las patrias de este sector del globo.
Y es que visitar este panteón de fierros herrumbrados y abandonados da pie a imaginar todo aquello que esos trenes arrastraron a su paso. Se tiene la impresión de estar visitando unas ruinas arqueológicas, sólo que no se trata de vestigios de culturas milenarias porque éstas son unas ruinas deel reciente siglo XX.
Esos trenes que permanecen empequeñecidos por la inmensidad del altiplano, por el cielo impecable que los resguarda, abatidos por el feroz viento que a veces recorre por el lugar, se está convirtiendo en un peculiar atractivo turístico. Distinto a los maravillosos paisajes que caracterizan la zona, se trata más bien de un paraje hecho de herrumbre y olvido, de oscuros fierros y piezas.
Visitar el cementerio de trenes es como asomarse al desván de parte de nuestra historia, una historia que viajó en tren y que dejó más penas y vientos que riquezas prometidas.
Los primeros trenes... Precisamente la primera ruta tendida en Bolivia fue la del ferrocarril Uyuni - Antofagasta, en 1899. Por ella circulaban principalmente vagones cargados de plata, que salían de las minas de Huanchaca. Ese fue el principio de la ruta que hoy une a Oruro y Villazón, pasando por Tupiza Atocha y otros pueblos que han crecido pendientes del agudo silbido con que anunciaba su llegada el ferrocarril.
El tren llego a Bolivia con gran alboroto. La sola imagen de una locomotora era el símbolo inequívoco del progreso y por ende, motivo de una gran algarabía y pomposas ceremonias oficiales. Esa fiebre fue furtiva, pues pronto se supo que los trenes se llevaban mineral pero no traían más que cansados pasajeros y trabajadores. El progreso no llegó y los trenes se quedaron. El Estado los administro durante años hasta que fueron capitalizados por el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Los trenes se convirtieron así en una parte fundamental de la vida de los pueblos. Un símbolo, sobre todo para los jóvenes: como no recordar los primeros viajes hacia otras ciudades, los vagones que traían de paso a bellas muchachas o jóvenes galanes, las historias de aventuras y personajes, de accidentes, de esperas interminables, de viajes increíbles en vagones atestados de contrabandistas que poco antes de llegar arrojaban sus productos por las ventanas para evadir los controles. El coche comedor invadido por estudiantes que volvían a visitar a sus madres, bebiendo y tocando guitarra, sintiéndose todopoderosos.
En el antiguo pueblo de Pulacayo la sirena suena todavía, en la hora exacta en que los mineros deberían ingresar a la mina. Sólo que ya no hay mineros, casi todos han emigrado y sólo quedan quinientos habitantes que se empeñan en preservar su memoria, como la sirena que marca las horas vacías. "Este es un pueblo de fantasmas -dice una mujer-, pero los fantasmas somos nosotros".
En Pulacayo se resume la vida histórica de Bolivia: la explotación minera llevó allí el primer tren del país; allí se enriqueció Aniceto Arce, uno de los barones del estaño que devino presidente de la Nación; allí llegó el legendario bandido Butch Cassidy atraído por las riquezas; allí se gestó uno de los movimientos sindicales más poderosos de Latinoamérica (La tesis de Pulacayo).
La sirena de Pulacayo aún despierta, en las polvorientas calles abandonadas, las huellas de esa historia. ¡Cuando vaya a Uyuni, aproveche en visitar este pueblo histórico puntal de la minería en Bolivia otrora.
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