martes, 8 de mayo de 2012
El Cruce de Los Andes en Bicicleta
Cuarta Etapa: de Punta de Vacas a Cristo Redentor
"Humanizar el
carácter y hacerlo sensible aun con los insectos que nos perjudican. Stern ha
dicho a una Mosca abriendo la ventana para que saliese: Anda, pobre Animal, el
Mundo es demasiado grande para nosotros dos."
Gral. Don José de San Martín
Luego de una noche “movida” por el sismo que se produjo en Valparaíso
y que se sintió de lo lindo en el Gimnasio en donde dormimos, nos levantamos
temprano para terminar la carretera del lado argentino.
Punta de las Vacas, donde se crearon algunas praderas verdes
mediante irrigación artificial que brindan a las mulas pastos tolerables, nos
supo acobijar. Nos despedimos amablemente de Villarroel y de los gendarmes, que
nos supieron tratar como “dos aventureros de esta patria”. El sol, empezaba a
quemar el pavimento y así calentar nuestros huesos ante el frío viento de la
mañana.
Guantes, bufanda y camperas, fueron el abrigo para los
kilómetros que nos separaban de Los Penitentes, un centro de esquí que por
estos meses está cerrado esperando la temporada invernal.
Allí, desayunamos y nos sacamos un poco de abrigo. La subida
de 200 metros en casi 10 km nos había acalorado más de lo pensado. Al costado
del camino, un arroyo atraviesa la cordillera oriental; primeramente se une con
el río Tupungato, cuyo valle cierra la cima nevada de forma acampanada del
Tupungato, un volcán extinguido de 6.178 metros de altura.
Nuestra próxima parada, después de cruzar algunos puentes
sobre la ruta nacional 7, fue el Puente del Inca, un gran puente natural que se
alza sobre el arroyo donde se origina el río Mendoza. Las fuentes termales
curativas allí existentes, atraen hasta esas alturas a los pacientes del llano.
Ubicado en plena Cordillera de los Andes, a 2.720 metros
sobre el nivel del mar, el Puente del Inca, ha sido formado por la acción de
las aguas minerales. El caudal fluvial se abrió paso entre sedimentos
depositados en el fondo de una artesa y luego cementado por las aguas termales.
Éstas, dan a la zona su coloración de naranjas, amarilla y
ocre, y a cualquier objeto que se coloque bajo ellas una dureza tal por la
impregnación en sales minerales que adquiere una apariencia
"petrificada". Allí, almorzamos y descansamos un tiempo
indeterminado, rodeado de turistas que preparan sus cámaras ante semejante
esplendor natural.
Los últimos kilómetros hasta llegar a Las Cuevas fueron
durísimos. Las piernas estaban rendidas, el paisaje que nos envolvía era encantador
y las bicicletas, fieles compañeras, rodando junto a nosotros. Pero como locos
soñadores, nunca pensamos en renunciar a nuestras convicciones.
No hay dudas, que las utopías rescatan al propio ser del
caos de este mundo porque soñar es acariciar otros planos, otros universos, un
regocijo en el alma y en las ideas, hechas acción.
Finalmente, después de unas subidas decorosas, con mucha
frecuencia de camiones que nos alentaban a su paso, llegamos al túnel 14, el
último de la ruta nacional 7, que tenía como comprometedor sus 440 metros de
longitud.
El viento, por esos momentos, era tan intenso que se
duplicaba en la boca del túnel, parecía una turbina que nos impulsaba hacia
atrás. Miramos, que no haya camiones a la vista y rodamos… inexplicable
describir la sensación de penetrar por las amígdalas de la cordillera en donde
todo se hacía de noche cuando la luz del sol aún derretía la nieve caída
algunos días atrás.
Llegamos a Las Cuevas cuando se hizo otra vez la luz, este
pueblito situado en la Cordillera de los Andes, próxima al límite internacional
con la República de Chile y que cuenta solo con 7 habitantes.
A 9 km de la población, subiendo por un camino estrecho y
sinuoso que era parte de la antigua ruta hacia Chile (actual ruta nacional A006),
se encuentra el monumento al Cristo Redentor, símbolo de la confraternidad entre
Argentina y Chile y nuestro “objetivo” pero todo se vino abajo cuando nos
enteramos que el camino estaba cerrado por la copiosa nieve que había bañado
las alturas de la cordillera.
Un poco resignados, consultamos con los choferes de las traffic
que realizan turismo hacia el monumento y sus respuestas fueron contundes “las
ruedas están llena de barro y del lado chileno, donde el sol no llega, está
cubierto de nieve”.
Solo atinamos a sacarnos una fotografía en la puerta del
Cristo Redentor y mezclar as raras sensaciones que cubrían nuestros cuerpos…
felicidad, tristeza, desilusión, tranquilidad, en fin, una malegría constante.
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