miércoles, 20 de diciembre de 2023

Próxima Estación, Islas Malvinas (Argentinas)

Tiene las alas salpicadas de islotes.

Es nuestra bella del mar.

La patria la contempla desde la costa madre

con un dolor que no se va.

El frío del invierno costero, empaña los vidrios y aísla a las personas. Condiciona, muchas veces, más que la economía emergente de un país que se debate entre políticas de ajuste y neoliberalismo.

Tiene las alas llenas de lunares.

Lobo roquero es su guardián.

La patria la contempla. Es un ángel sin sueño

la patria junto al mar.

En tanto, el mate y la computadora. Y un viaje a las Islas Malvinas, de otro argentino, que ha recorrido muchos países del mundo, pero parece que no ha aprendido a compartir sus aprendizajes, sí no es a cambio de unos dólares. Porque en esta globalización, los nómades viajeros, también son mercancía del mercado global.

Tiene el pecho de ave sobre la onda helada.

Ave caída es su igual.

El agua se levanta entre sus alas.

Quiere y no puede volar.

Entonces, nos pusimos a buscar información, a enviar correos electrónicos a la embajada británica en Argentina, a hablar con ex combatientes argentinos que habían regresado para saber de sus emociones y de su coraje, a bucear las webs de vuelos y estadías en las islas más australes del cono sur. Y así, fuimos construyendo un viaje imaginario, que se fue materializando con el pasar del tiempo y del invierno.

El pingüino la vela. La gaviota le trae

cartas de libertad.

Ella tiene los ojos en sus canales fríos.

Ella está triste de esperar.

En primavera, los tres ya teníamos el vuelo de avión de Punta Arenas a las Islas (primer paso). Y empezamos a debatir de cómo llegaríamos al sur de Chile: sí en un maratónico viaje de 27 horas por la extensa ruta 3 o por aire. Y salió la posibilidad de volar de Buenos Aires a Río Gallegos y de allí, subirse a un bus con rumbo a la última estación previa a la utópica Malvinas.

Como a mujer robada le quitaron el nombre;

lo arrojaron al mar.

Le dieron otro para que olvidara

que ella no sabe pronunciar.

Todo (creíamos) estaba encaminado, pero sabíamos que no podía ser un viaje de improvisaciones e hipeadas, sino que todo debería estar orquestado, amasado y severamente organizado. Entonces, la búsqueda y las comunicaciones con los isleños empezaron por el hospedaje y por el alquiler de un vehículo que nos lleve a recorrer, nuestros sueños y las de los caídos (Los Héroes de Malvinas).

El viento es suyo; el horizonte es suyo.

Sola, no quiere más.

Sabe que un día volverá su hombre

con la bandera y el cantar.

Debemos reconocer, que se hizo difícil dicha tarea, ya que nuestro inglés es “very difficult” y el traductor en línea, nos solventó la posibilidad de entendernos y concretar la reserva de alojamiento y del vehículo.

Cautiva está y callada. Ella es la prisionera

que no pide ni da.

Su correo de amor es el ave que emigra.

La nieve que cae es su reloj de sal.

Pues, con la logística emprendida, solo resta que llegue el día del viaje y vivir la experiencia isleña. Y entender, quizás, que en todos y cada uno de los caminos desconocidos de nuestros viajes llegamos a conocer más de nosotros mismos y que la mayoría de los momentos y vínculos pueden venir con un marco de tiempo y mientras los tengamos y lo busquemos, necesitamos vivirlos.

Hasta que el barco patrio no ancle entre sus alas,

ella se llama Soledad.

Las Islas. El conflicto de 1982. La bandera británica ondeando en territorio argentino. Los resabios de la guerra. Los goles de Maradona a los ingleses. Los montes y el mar. El viaje de tres hermanos y un nuevo destino. La vieja que no está y el amor perdurable de la distancia.

Próxima estación, Islas Malvinas…

*Poema de José Pedroni (1953)

jueves, 26 de octubre de 2023

Pensamientos viajeros II

 

  1. La libertad no se encuentra al llegar, se desata al partir.
    Es el momento en que el viento sopla en contra y vos igual seguís caminando.
    No se compra, no se enseña, no se gana: la libertad es el polvo que dejás atrás cuando elegís tu propio rumbo. 
  1. Yiramundi es la tierra que camina, el espíritu nómada que no se cansa.
    Va en cada paso de quien busca sin saber qué, y encuentra sin darse cuenta.
    No tiene mapa ni bandera, pero sí memoria.
    Viajar es despertar el yiramundi que llevamos dormido en los pies. 
  1. El viaje no cambia el paisaje: cambia al que lo mira.
    Cada frontera cruzada es una piel que se cae.
    Cada noche afuera es una semilla.
    Y al volver, no sos el mismo.
    Y no importa: ya no querés serlo. 
  1. La carretera no tiene promesas.
    Sólo ofrece lo que es: camino, incertidumbre y horizonte.
    Pero en su brutal honestidad, te da lo que ninguna ciudad:
    la posibilidad de perderte sin culpa. 
  1. Viajar con alguien es ver cómo se mueve su alma.
    En los silencios compartidos, en los mapas mal leídos, en el frío de una carpa o en un mate compartido con sed.
    El amor que sobrevive al viaje no necesita pruebas: ya pasó la más grande. 
  1. El mundo te quiere quieto, callado, obediente.
    Pero al viajar descubrís que la humanidad no está en las pantallas, sino en una mujer que te da agua en un pueblo sin nombre, en un viejo que te señala el camino con los ojos. La matrix cruje cuando te largás a andar. 
  1. No hay WiFi en la montaña, pero hay señal.
    La tierra te escucha, te sostiene, te enseña a respirar distinto.
    Dormir bajo estrellas que nadie encendió, te recuerda que no sos el centro, sino apenas un latido más de la Pachamama. 
  1. No hace falta ir lejos para viajar.
    A veces, cerrar los ojos y escuchar el silencio de adentro es el viaje más largo y más honesto.
    El equipaje: tus preguntas.
    El destino: vos mismo. 
  1. El mar te dice: fluí.
    La montaña te dice: resistí.
    Y vos, en medio, aprendés a hacer ambas cosas.
    A veces, ser viajero es aprender idiomas que no se hablan con palabras. 
  1. En cada rincón de América Latina hay un canto que no murió, una lengua que resiste, una abuela que guarda historias como quien guarda semillas.
    Viajar sin mucho dinero es también un acto político:
    te obliga a mirar, a pedir, a agradecer.
    El mochilero sin dinero a veces es el más rico:
    lleva en la espalda el peso del mundo y en el corazón, la ternura de los pueblos que aún luchan.