Somos mensajeros de la lucha y la verdad.
Somos peregrinos de la amada libertad…
Raly Barrionuevo
El sol, estrella de fuego,
alumbró mis pasos y los de Julieta, donde dejamos las huellas por la calle
Onelli. Una vez solo, baje las escaleras hasta la avenida 12 de octubre y me
dejé llevar por el viento y por el agua del lago.
Así, caminé hasta toparme con la
Avenida Juan Manuel de Rosas y visualicé el Centro Cívico y todo su esplendor
arquitectónico y su entorno, característico propio de las regiones montañosas y
boscosas de las películas hollywoodenses.
Subí las escalinatas que cruzan
la calle Reconquista y me senté a observar, que no es lo mismo que mirar. Y la
bandera Argentina, hacía piruetas en el mástil por el fuerte viento. Y el Reloj
de la torre de la Municipalidad, señalaban las 18 horas del día. Que de a poco,
se estaba haciendo noche.
En tanto, saqué el mate, le puse
yerba y cubrí la boca del mate con la mano. Lo invertí y sacudí para mezclar la
yerba, para que los palitos se ubiquen en el fondo del porongo. Una vez que la yerba
quedó a unos 45 grados, vertí un poco de agua para que se hidrate la yerba
mate. Coloqué la bombilla con fuerza y disfruté del aire patagónico.
Y entre mates por medio, se
acercó Francisco, un abuelo barilochense y con voz ronca, por el frío y por el
whisky, lanzó unas cataratas de palabras, en donde me explicó, lo que mis ojos
observaban: “Este es el destino de la actividad cívica y social de la ciudad
con el Municipio, la Oficina de Turismo, la Policía Provincial, la Aduana y el Juzgado
de Paz”.
Mientras, cebé otro mate y le
convidé. “Aquí –y tragó saliva- se encuentra la Biblioteca Sarmiento, cuna del
conocimiento barilochense.” Y me aconsejó “hay que estudiar, para ser alguien
en la vida”. Aunque, este buen hombre, quizás no sepa que para “ser” alguien en
la vida no hace falta ser abogado o contador público. Pero acepté sus palabras
y sus enseñanzas, sin refutarle ni un guiño.
Con poca agua en el termo, nos
saludamos. Y por último, sentenció “Acércate al Museo Patagónico, que es muy
lindo.” Y me quedé con la magia de una arquitectura relacionada con el paisaje
natural de la zona, enmarcando la vista al lago Nahuel Huapí y los cordones
Montañosos.
Aunque, en el centro de dicha
arquitectura, hay un nombre en discordia. Defendido y odiado a lo largo de
la historia argentina. Julio Argentino Roca, el genocida de los Pueblos
Originarios, fue el Comandante de las tropas que asesinaron a miles de
indígenas en la denominada “Campaña del Desierto”.
De la mochila, sacó un artículo
de Osvaldo Bayer, que se publicó el 8/11/14 en Página 12 y lo leo ante el inverisímil
monumento:
“Se han cumplido cien años de
la muerte de Julio A. Roca. El diario La Nación, su defensor constante, dedicó
mucho espacio para recordar la fecha de la desaparición de ese presidente
argentino.
En una página entera, los historiadores Ceferino Reato y Mario
“Pacho” 0’Donnell volcaron –con todo entusiasmo– su apoyo a esa figura tan
discutida de nuestra historia. Reato lo calificó nada menos como “el mejor
presidente de la historia nacional”, y O’Donnell trató ya en el título de su
colaboración de desmerecer a aquellos autores que tienen a la Etica como medida
definitiva para calificar a un protagonista de la Historia. Titula O’Donnell
“Un caudillo objetado por un revisionismo malentendido”. Bastaría tocar un
punto no mencionado por los dos historiadores para rebajar moralmente los
argumentos de ellos.
Ambos callan una realidad: no mencionan el capítulo donde este
protagonista de nuestra historia pisotea para siempre los principios de la Ética
que debe impulsar la vida de todo ser político. Es cuando Roca, como comandante
del Ejército, lleva a cabo el genocidio indígena y el presidente Avellaneda
avala todo ese inmenso crimen. Y también cuando los prisioneros indígenas
–hombres, mujeres y niños– son ofrecidos como esclavos en las plazas públicas
de Buenos Aires. Para comprobarlo no hace falta más que leer los periódicos de
Buenos Aires de 1878. Un ejemplo lo dice todo.
El diario El Nacional, de Buenos
Aires, expresa en su edición del 31 de diciembre de 1878: “Llegan los indios
prisioneros con sus familias. La desesperación, el llanto no cesan. Se les
quitan a las madres sus hijos para en su presencia regalarlos a pesar de los
gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo
dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano, unos se tapan la cara, otros
miran resignadamente al suelo, la madre aprieta contra el seno al hijo de sus
entrañas, el padre se cruza por delante para defender a su familia de los
avances de la civilización”. Esta crónica de esos días lo dice todo. Por eso
hay que leer los diarios de la época para comprender toda la realidad y la crueldad
empleada por Roca y sus tropas…”
El texto, es largo y profundo,
pero ya no puedo más. Me fui, mirando el piso, decorado por pañuelos blancos de
lucha y resistencia, de las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo, que
custodian, paradójicamente, al acto militar más sangriento de la Patagonia.
Próxima Estación, Villa Mascardi…
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