jueves, 8 de octubre de 2015
Estación Villa Mascardi
"Virar el paisaje, mudar de
dirección en su marcha, para que el horizonte se invierta, y convierta, la
bóveda en suelo, y la tierra en nubes, para sembrar en lo alto, un recuerdo
áureo, y vivir vertiendo, el vació del cuerpo y la belleza del alma... cuerpo,
espíritu y corazón..."
Adriana Nivia
Bariloche tiene sus encantos, más
allá de la nieve, los deportes extremos, el chocolate, la pesca o los viajes de
egresados. Es, simplemente, con su prestigio de turismo internacional, por su
naturaleza innata y por sus contrastes. Donde, los cordones montañosos y los
bosques y lagos, le dan escenografía de mural.
Entonces, la mochila y el interés
de emocionarse hasta enmudecer las retinas, están siempre intactas. Y se sale,
a la calle, con o sin rumbo. Porque todas las latitudes tienen su magia. Y
todos sus olores son diferentes. Y los colores. Y el viento. Y la energía. Y la
vida, es diferente.
Y el camino, nos encontró
rumbeando por la Ruta Nacional 40 hacia Villa Mascardi. Lejos del centro cívico
y de la calle Mitre, pasamos por los barrios altos de la ciudad para
sumergirnos en los labios del Lago Gutiérrez, de aguas glaciares.
Continuando por la mística 40,
nos encontramos con el Lago Mascardi y posteriormente, el Lago Guillelmo.
Ambos, con nombres de misioneros que anduvieron por estas tierras en el siglo
XVII.
Dejamos el auto, pegado a una tranquera y emprendimos camino
hacia el lago. Dejando en cada huella, un historia por contar. Ya que, en estas
tierras, los tíos y los primos, habían vivido la infancia y justamente, aquí,
fue la primera vez que me hospedé en Bariloche, cuando era muy pequeño.
Por consecuencia, la nostalgia, nos embriagó en anécdotas
familiares. Y la abuela Hortepe, fue la estrella que más brilló en la tarde
soleada junto al lago. El mate, no se hizo esperar y fue, otra vez, un gran
compañero.
Descubrirnos o redescubrirnos, fue el legado de estos
viajecitos al centro de los lagos. Donde nos llevamos en las venas el agua de
glaciar y de ríos. En los cabellos el viento. Y en el cuerpo, la tierra árida
de la estepa.
Así, nuestro latir, compost de nuestra alma, se hace fuerte
y hecha raíz en nuestro caminar. Fortaleciendo relaciones y sanando heridas.
Para ver y observar, que el Mundo que nos rodea, lo transformamos a diario para
crear un Mundo dentro de otros Mundos.
Hasta la próxima estación, Villa La Angostura.
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