viernes, 6 de mayo de 2016

Estación Museo Che Guevara

"Toma, es sólo un corazón,
tenlo en tu mano
y cuando llegue el día,
abre tu mano para que el sol lo caliente..."
Che Guevara

La clara razón de mi visita a Alta Gracia, fue la mera presencia de la casa Villa Nydia, donde el Comandante y su familia, vivieron algunos años por la salud del por entonces Ernestito.
En bicicleta, con el equipaje listo para seguir por la carretera, me hice un lugar para la memoria y la historia. Y llegué con la emoción de un niño y con el aprendizaje de la vida.


Desde La Higuera a Valle Grande, de Santa Clara a La Habana, de América Latina a Alta Gracia y la extrañable transparencia de su querida presencia. En todos los caminos, su imagen, vertiente de colores y luz para un mundo más justo y verdadero.
Pues, caminé despacio, delicadamente cada habitación del museo-casa. Me hice carne de su pasado y presente, respirando su infancia y juventud.
Me puse en su mirada, que se reproducía en mí, y desde esa perspectiva, absorbido me reflejé en él. La forma en que veía y que ha aparecido - pensé - nunca había sido así durante un minuto en mi vida. No en la escuela, no en la universidad, no en mi práctica. ¿Es lo mismo con los demás: que no se reconocen a sí mismos desde el exterior? ¿Que la reflexión parece como un escenario lleno de distorsión grosera? ¿Que, por el miedo, que tenga en cuenta una brecha entre la percepción que los demás tienen de ellos y la forma en que se experimentan a sí mismos?


Y entre tantos interrogantes, me detuve en “la poderosa” y esa gloriosa moto que lo llevó a rodar por el cono sur de América junto a Alberto Granados. Que linda locura llevaban estos tipos –pensé en voz alta- y un empleado del museo, me dijo “vos también tienes la tuya, que llegaste en bici hasta este sitio”. Y me reí, claro, separando las grandezas del Ché y su brazo libertario.
Y me senté en el patio, junto a él, manipulado por un artista, con un habano en la mano, saboreando el tabaco y con la mirada limpia. Ahí, me despedí de Alta Gracia y agradecí su presencia. Su legado. Su historia.


Porque si no creyera en el delirio, en la esperanza de sus palabras y de sus actos, todo mi caminar por América, sería una mochila de fotos y anécdotas y dejaría a un lado, el aprendizaje de los barrios vulnerados, de la lucha constante de las clases trabajadoras, el respeto a la madre tierra y sobre todo, el valor de las relaciones humanas.
Aquí, es cuando me miro hacia adentro y agradezco los kilómetros que llevo en el corazón y en el pensamiento, para ser un servidor de la nueva era.


Próxima Estación, Cabalango   

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