jueves, 12 de mayo de 2016
Córdoba en Bicicleta: Cabalango
“La aventura es un camino. La aventura real – autodeterminada,
automotivada y a menudo riesgosa- te fuerza a tener encuentros en carne propia
con el mundo. El mundo tal como es, no como te lo imaginas. Tu cuerpo va a
chocar con la tierra y tú serás testigo de eso. De esta manera te verás
obligado a lidiar con la bondad ilimitada y la crueldad insondable de la
humanidad –y quizás te darás cuenta que tú mismo eres capaz de ambas. Esto te
cambiará. Nada será blanco y negro nuevamente”. Mark Jenkins
Era momento de partir. Después de
respirar el aire libertario en el Museo del Che Guevara, me esperaba la
carretera en todo su esplendor. Sol y viento en contra.
No siempre, el escenario es el
propicio para rodar en dos ruedas, a veces o siempre, la naturaleza nos pone a
prueba el carácter, la autodeterminación, el amor propio y sobre todo, la
superación constante.
“Aneurisma”, había leído por ahí,
que “cada momento puede ser el último”, y así arranqué, sin la menor premonición,
en total ignorancia del futuro. Pedal y más pedal, para enfrentar al fuerte
viento que cruzaba mi proyección. Y los carteles de kilómetros recorridos que
disminuían en dirección a Villa Carlos Paz.
Una vez llegado a la rotonda de
Falda del Carmen, me senté en la sombra para darle aire a mis pulmones y a mis
piernas. Extenuado, por cierto, por primera vez en el viaje. El viento, que
siempre fluye y que es un gran compañero rutero, me estaba dando una gran
paliza.
Y escogí la libreta de la
alforja, para alimentar mis pensamientos y leí una frase de Freya Stark: “Viajar
logra lo mismo que los buenos novelistas consiguen hacer con la vida cotidiana
cuando la enmarcan como si fuera una foto en un portarretratos o una gema en un
anillo, de manera que las cualidades intrínsecas de las cosas se vuelven más
claras. Viajar logra hacer eso con la materia de la que está hecha nuestra vida
cotidiana, dándole los contornos nítidos y significados del arte”.
Levanté la vista y rodeado de
árboles y sierras, me dí lugar a disfrutar el cansancio en mi cuerpo. Y me vi
desde otra perspectiva, emocionado por el presente a pesar de lo que aún me
restaba por llegar.
Así, enfrentando al viento y a
mis propios miedos, pedaleé hasta la intersección de la Ruta 20. Frené en la
colectora y escogí doblar hacia la izquierda, en busca de la conexión que me
deposite en la Villa para luego seguir viaje hasta Cabalango.
Pues, el viento, seguía en su
papel de enemigo íntimo. Y la autopista, con sus ondulaciones, provocó más que
una desazón en el trayecto. Hasta que llegué a la Avenida San Martín y propicié
descansar junto al río San Antonio.
Veinte kilómetros me separaban de
Cabalango y del tan esperado encuentro con Martín, en donde iba a descansar en
mi estadía en aquella localidad. Y ya con el viento del otro lado del dique,
todo se veía más encantador.
Con el cansancio a flor de piel,
avance sin obstáculos hacia Tanti, por la Ruta 28. Y visualicé el cartel que
indica Cabalango y giré por la callecitas de la sierra para abrazarme con
Martín y dejar que el destino se haga presente.
Y allí, la distancia nos acercó y
nos sentimos vivos en una sensación de no haber perdido tiempo. Como decía
Prado, en el film “Un tren nocturno a Lisboa”, en donde había preguntado si el
alma era un lugar de los hechos o si los hechos alegados eran sólo las sombras
engañosas de historias que nos contamos, sobre los demás y sobre nosotros
mismos…
¿Tú que dices?
Próxima Estación, San Marcos
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