domingo, 22 de junio de 2014

Estación Laguna Quilotoa

Leyenda
“Cuenta la leyenda que hace un tiempo, en la caldera circular ubicada en el centro del volcán, aparecía en la superficie de la laguna un dios llamado Quilotoa al cuál se le consideraba el rey de las erupciones de todos los volcanes ya que destruía todo a su paso. 

Existía, además otro dios, Toachi, que se encontraba durmiendo bajo las aguas  de la laguna. Cuando el volcán entraba en erupción los dioses se peleaban, por lo que en el siglo XVIII destruyeron todo lo que existía a su alrededor.
Un hombre de la zona presenció la pelea entre los dos dioses y vio cómo se arrojaban fuego el uno al otro. El dios Toachi  le tenía odio a Quilotoa porque éste en su laguna reflejaba el color del cielo y le impedía desahogar su furia y admirar las verdes aguas de las superficies. Acorralado por Quilotoa, Toachi espera algún día salir y admirar el cielo que se le niega en el interior del volcán”.

Laguna de Quilotoa
El Volcán Quilotoa (3.900 msnm), localizado en la Provincia de Cotopaxi, Parroquia de Zumbahua, forma parte de la Reserva Ecológica Los Iliniza. Su nombre proviene de dos vocablos quichuas "quiru" que quiere decir diente y "toa" que significa reina debido a la forma de la laguna, pues ésta tiene forma casi elíptica de aproximadamente 3.15 kilómetros de diámetro y una diferencia de 440 metros entre el nivel del agua y el borde superior. El borde del cráter remata en el lado suroeste con la cumbre Huyantic o Puerta Zhalaló que tiene 4.010 msnm. 
El agua de la laguna posee un color verde esmeralda y varía de acuerdo a la temporada. También posee gran cantidad de gas carbónico mezclado con hidrógeno sulfuroso por lo que no es aconsejable para el consumo, la temperatura del agua oscila entre los 16°C y -1°C. 
La laguna dentro del cráter del Quilotoa, está localizado en el circuito conocido como el Quilotoa, y se encuentra a sólo 14 kilómetros más adelante del pueblo de Zumbahua. 
Hace diez mil años, el volcán hizo erupción violentamente, enviando un enorme flujo piroclástico a las laderas del volcán. Los efectos del agua y del viento sobre los escombros de la erupción, crearon las paredes blancas que se pueden ver en los cañones del río y las montañas en la cercanía del volcán. Una erupción del Quilotoa (800 años a.C.), fue el evento explosivo de mayor escala que se cree se ha producido en el Ecuador precolombino. Durante este evento, las cenizas viajaron cientos de kilómetros al norte de Quito.(1)

La Pacha nos llama
Llegamos desde la terminal de Latacunga, tomando un bus cuyo costo fue de dos dólares cada uno. El pueblo se encuentra en pleno desarrollo económico y su principal recurso es el turismo. Cuenta con comedores y hospedajes que no bajan de los veinte dólares. Al ingreso, se abonan dos dólares por persona para conocer el volcán. También hay comercios con artesanías típicas de la comunidad y talleres de artesanos. 

Acampar allí resulta algo tedioso pues el frío y el viento penetran los huesos hasta filtrarlos por completo. En esta inmensidad rodeada de verdes montañas, nos esperaba Quilotoa, inquieto por impedir que Toachi se escapara y desprendiera toda su furia.
Un camino estipulado cercado por paredones de piedras y sendas de ripio resbaloso nos guiaba hasta el corazón de este cráter que resiste la furia de los dioses. En los primeros veinte pasos, Quilotoa nos sorprende con una mirada inquieta: -“¿Quiénes son?”- Nos pregunta. Entonces, casi enmudecidos ante tanta inmensidad, titubeamos nuestros nombres que sonaban pequeños, tan pequeños como insignificantes. El dios sonrió y respondió:- “Son bienvenidos a mi morada. Pasen tranquilos”- Descendimos por las superficies de sus paredes y el corazón latía con tanta furia que parecía querer salirse del cuerpo para correr hacia las entrañas del volcán.
Enmudecimos ante su inmensidad, los ojos se llenaron de vida. Quilotoa sonreía mientras contaba nuestros pasos descendiendo por sus pieles. Descansamos sobre una pared que nos permitía conversar con las aguas y contemplar sus orillas verdes fosforescentes. Nos quedamos ahí un minuto, dos minutos, cientos de minutos.
Abandonados a la entrega de sus quietudes y silencios, la Pacha nos transmitió el lenguaje de uno de sus hijos más hermosos y sublimes. Nos dijo que éramos hermanos de Quilotoa y que se sentía feliz de que lo abrazáramos. Le dimos las gracias con el viento acariciando nuestros rostros, el mismo que secó las lágrimas que salían del alma y que fue nuestro único gesto capaz de demostrar el sentimiento que no somos capaces de describir con las palabras. 

El dios Sol apagaba sus luces dispuesto a que su amada la Luna saliera a despedirlo. El viento soplaba frío y entendimos que era el momento de subir al pueblo y despedir a nuestro hermano. Nos abrazamos por última vez a su inmensidad. La tocamos, la olimos y la saboreamos. Nos despedimos con emoción y gratitud.  Nos sentimos libres y pequeños.
Quilotoa quedó durmiendo sobre los regazos de la Madre de todos. Toachi, forzado a sucumbir en el interior de las entrañas de su adversario, promete que pronto, también podremos acariciarlo.

Estación Latacunga

"La libertad no se implora de rodillas, se conquista en los campos de batalla”.
General Eloy Alfaro Delgado

Antes de partir de Canoa, sabíamos que el viaje iba a ser una lucha constante para el cuerpo y por el tiempo recorrido arriba del bus. Y después de llegar al destino, nos dimos cuenta que lo pensado a priori, no fue en vano sino aún más duro. 

En Ecuador, casi ningún destino trazado en el mapa tiene un bus directo o una carretera que te lleve si hacer escalas. Pues, de Canoa, el mapa nos ofrecía dos caminos y muchos destinos. Nosotros decidimos ir por el sur para no hacer parte del mismo recorrido que habíamos trazado de Quito a Pedernales pero no fue una buena idea.
De Canoa bajamos hasta Bahía por $1 dólar y de Bahía a Portoviejo por $2 billetes verdes. Después de 3 horas de viaje, ya en la terminal de Portoviejo nos enteramos que no hay un bus que nos acerque a Latacunga, cuando en el mapa figuraba una ruta directa hacia esta ciudad andina.
El desconcierto fue total, ya que habíamos gastado nuestro cuerpo sin sentido alguno y lo peor de esto, es que debíamos regresar al norte para hacer la carretera vía Quito sin llegar a la ciudad Capital.
Entonces, pasadas las 13 horas, abordamos un bondi y empezamos un rally de ciudades y terminales: Portoviejo-Chone-Santo Domingo y de allí a Latacunga. Cerca de las 21 horas pisamos tierra andina y fuimos en busca de un alojamiento.
Justamente, en el Hostal Los Robles, situado frente a la terminal, pasamos dos días a $10 dólares (con TV) una noche y a $7 el segundo día. En el medio, nos fuimos a la laguna Quilotoa, que era el justificativo de tantas horas recorridas de la costa a la cordillera (ver Estación Laguna Quilotoa).
Sinceramente, no recorrimos mucho la ciudad, que es la capital de la provincia de Cotopaxi y cabecera cantonal. También se la conoce como Latacunga Romántica y se encuentra al sur de Quito, en la Sierra centro del país, cerca del volcán Cotopaxi en la hoya de Patate a 2750 metros sobre el nivel del mar y tiene una temperatura promedio de 12 grados centígrados que nosotros sentimos en nuestros huesos.


Próxima Estación Baños de Agua Santa…

viernes, 20 de junio de 2014

Estación Canoa


Después de una excelente semana en Mompiche, decidimos seguir viaje por la ruta del sol y marcamos en el mapa a Canoa, como próxima estación.
Para ello, debimos tomar 3 buses Mompiche-Chamanga, Chamanga-Pedernales y Pedernales-Canoa. En esta oportunidad, tuvimos la compañía de Marianela, una argentina que conocimos en playa negra y que decidió cambiar su ruta de viaje para compartir unos días con nosotros.

En Canoa, Pepe me había habilitado la info de un camping pero decidimos volver al hosta-camping que ya habíamos visitado en 2008 y por suerte de nuestros días, estaba habilitado. En esta oportunidad, lo estaban administrando unos colombianos que nos ofrecieron pasar la noche en camping por $5 dólares los dos utilizando la piscina y también la cocina.
Sin dudas, estábamos en un lugar maravilloso, en donde los días entre la playa y el parque fueron sucediendo sin tiempo. Además, la hospitalidad de Rocío, de Darío y de los hermanos Lorenzo y Sebastián nos impedían abandonar la costa para seguir viaje por la cordillera.
Justamente, los chicos recién citados, fueron el motor de alargar nuestra estadía en Canoa, ya que surgió el apoyo escolar a cambio de hospedaje. Finalmente, fueron diez días los que nuestros pasos dieron en este pequeño pueblo de la costa ecuatoriana.
Los días, se iniciaban bien temprano con un fuerte desayuno y macramé. Posteriormente, continuaba con la pileta y el almuerzo. La tarde se hacía tiempo en la playa y por las noches, el pool y la cena, completaban el día.
Aunque con la llegada del mundial, Darío y cia. pusieron la antena Direct TV y un proyector con pantalla gigante, en donde disfrutamos varios partidos del mundial y sobre todo, el de Argentina ante Bosnia.
Justamente, estas comodidades, hacían que nuestros cuerpos no quieran abandonar el camping pero la carretera no podía seguir esperando, así que tuvimos que dejar a la buena gente que nos acobijó y las esperanzas que en el camino, siempre uno se cruza con personas que por momentos pasan a ser las familias de esos días.
Dicen, que nunca hay que volver a un lugar en donde hubo magia para no entorpecer aquellos recuerdos pero podemos afirmar, que regresaríamos a Canoa para superar aún esta segunda visita a este pequeño pueblo de 17 kilómetros de playa y dos calles de pavimento.

Próxima estación, Quilotoa…

domingo, 15 de junio de 2014

Estación Mompiche

“Y deberás crear si quieres ver tu tierra en paz”

Mompiche, saliendo de Quito, acariciando Pedernales hasta llegar a Chamanga; de ahí un bus hasta el cruce y abordamos una camioneta que nos condujo hasta el pueblito costeño, tranquilo y apagado por un dólar cada uno. Sus calles de arena, una placita muy chiquita, más hoteles y posadas que habitantes, de aspecto descuidado y ambiente pausado. Su recurso natural primordial es el océano pacífico, la pesca, el turismo y los bananos. En el camino una compañera chilena nos acompañó hasta el pueblo y los tres descendimos de la camioneta sobre la rivera del mar, a media cuadra del camping que nos alojaría durante cuatro noches. Cuatro dólares fue lo que abonamos por acampar en un camping que cuenta con mucho potencial pero en donde escasea lavandina y una buena administración. Y creando senderos anduvimos sus playas que dejaron huellas en el libro de la vida, en la memoria y en el alma. Luces nuevas alumbraron nuestras calles, en este viaje de la vida que no tiene retorno. Entre un cielo cubierto de nubes sin estrellas, nuevos amigos llenaron nuestros días de dicha: el camino nos encontró con Pepe, un cordobés cuya bondad se trasluce en cada palabra y en cada gesto:-“Chicos, les presto mi cámara. Úsenla que yo la tengo ahí guardada”- nos dijo apenas le contamos que nos habían robado la nuestra por segunda vez, saliendo de Quito. Cada uno da lo que recibe y recibe lo que da, anuncia Drexler en unos de sus temas, y la mano que dimos a Emi y David , tiempo antes en Bogotá, hoy nos la devolvía este hermoso ser. En nuestro tercer día de estadía, el sol, remolón y perezoso, prefirió tomarse un descanso y su hermana la lluvia, emocionada ante el paisaje, recorrió Mompiche y se quedó con nosotros. Mágica tarde costeña nos regaló la vida. Salieron mates y torta fritas, salieron sonrisas de muchos colores y entre mate y mate, el arte llenó cada espacio del lugar. A la lluvia acompañó una jornada completa de artesanos hermanados desplegando su arte y Pechu, con júbilo, transmitió un poco de ese amor que tanta vida da: mandalas y wipalas. Así se tejió la tarde y se enredó en la noche y la noche en amigos y los amigos en paisajes. Caminando llano, llegamos al otro día a Playa Negra, antes una costa explotada por una minera, hoy un paraíso en el pacífico. A su nombre se debe el color de su arena: negra como el azúcar negra, negra como el “tinto” colombiano, tan negra como suave, tan suave como brillante, tan brillante como única en el mundo. Para pisar sus costas, caminamos un kilómetro desde las playas de Mompiche y nos advirtió su entrada un cartel de la minera. Maravillados quedamos ante esta loquera de La Pacha, que una vez mas, nos brindaba lo mejor de sus entrañas para el regocijo de nuestros sentidos. De regreso, una muchacha sola tomando mates esperaba la caída del sol. Nos acercamos tímidos y preguntamos si nos convidaba con uno. Acto seguido estábamos en ronda comulgando con Marianela y creando caminos juntos. Cuatro noches nos abrazó Mompiche y en esas horas, seis amigos se quedaron para siempre en nuestras vidas. Vicky, Eli, Angie y Marian nos agasajaron la última noche con una cena riquísima y al son de tambores y estrellas, pintaron una remera para perpetuar este encuentro mágico. Amanecimos el último día acariciados por la lluvia constante en este pueblito del sur. Sobre una mesa húmeda reposaba una remera llena de colores. Una leyenda invita al encuentro: “y deberás crear si quieres ver tu tierra en paz”. Creando caminos de amores y paisajes, tres partimos hacia Canoa, otros tantos se quedaron en Mompiche pero todos nos encontramos en la misma sintonía: construyendo sueños para transformar un mundo mejor.

miércoles, 11 de junio de 2014

Estación La mitad del Mundo - Quito, Ecuador

Desde la ciudad de Quito, tomamos una trole en avenida América hasta la terminal Ofelia (u$s 0,25 cada uno) en donde hicimos transferencia en un bus hasta San Antonio (u$s 0,15 cada uno). 
El chofer, a pura garganta, anuncia la parada "mitad del mundo". En el trayecto, nos cruzamos con unos cubanos, con los cuales compartimos unas palabras y recibimos de obsequio una moneda del Che Guevara.
El ingreso a la ciudad tiene un valor de u$s 3 y nosotros presentamos el carnet de estudiante ISIC y abonamos la mitad.
Entramos con el interés de conocer la historia, la geografía y el descubrimiento de cientos de años de trabajo y nos fuimos con la sensación del mercantilismo hecho turismo. Su arquitectura está basada en una muestra característica del estilo colonial y, en la actualidad, cuenta con locales comerciales donde puede encontrar artesanías de todo el Ecuador.
Además, de contar con muchos museos y locales de gastronomía, nos llevamos de regalo la simple foto de poner un pie en cada hemisferio y entender que en el sur, los corazones laten más fuerte...

Ciencia: En el año de 1736, llega a este territorio la primera Misión Geodésica Francesa con el objetivo de medir un arco de meridiano que comprobara la forma real de la Tierra.  La Misión estaba conformada por un personal adecuado de académicos y técnicos franceses, entre los cuales se destacan: Godin, Bouguer y La Condamine; además del personal de apoyo como: Hugot, Morainville, Couplet, Godin des Odonais, Seniergues, Jussieu y Verguin; quienes, en conjunto, estarían a cargo de realizar los estudios por donde pasara la línea a la que llamaron “ecuatorial”.
Después de realizar una profunda investigación, se concluye que la Academia de Quito era el territorio más propicio para realizar las mediciones. El Rey Felipe V autoriza la llegada de los científicos franceses pero bajo la compañía de dos jóvenes marinos: Jorge Juan y Antonio de Ulloa, para que representaran a España dentro de tan afanosa empresa.
Una vez en tierras ecuatorianas, se une a este equipo el científico ecuatoriano Pedro Vicente Maldonado, quien con su conocimiento de geografía y geodesia, colabora estrechamente para asegurar el éxito de la Misión.
Dentro de los aportes contribuyentes a la cultura universal enmarcados por la Primera Misión Geodésica, se rescatan tres con un alto valor histórico local y global:
La determinación de la forma real de la Tierra, es decir la ratificación de la teoría de Newton sobre el achatamiento Polar.
La implementación del “metro” como sistema de medida universal (diez millonésima parte del cuadrante de un meridiano terrestre).
La Condamine y su obra “Journal de Voyage a l´Equateur”, son la causa directa de la adopción del nombre de ECUADOR cuando se consolidó el Estado, al separarse de la Gran Colombia.
A fines del siglo XIX, en 1902, la Academia de Ciencias de París deseosa de comprobar los resultados obtenidos por sus científicos en el siglo XVIII envía al Ecuador la Segunda Misión Geodésica comandada por el General Charles Perrier, para medir un arco de meridiano mayor  al medido por la Condamine y corroborar los resultados obtenidos en la primera Misión.

Fuente: www.mitaddelmundo.com/es 

martes, 3 de junio de 2014

Estación Otavalo



"Las ofertas de paz de Benalcázar y de nuestros enemigos no van encaminadas sino a sacarnos el tesoro que ellos piensan que está en Quito, para apoderándose de ello hacer lo mismo de nuestras mujeres e hijos y privarnos absolutamente de la libertad, como la experiencia de Cajamarca lo ha demostrado...

Estas cosas nos muestran que por nosotros ha de pasar lo mismo con tanta afrenta y deshonras, que antes que verlas no quisiéramos ser nacidos. Y, pues que nuestras muertes han de ser a sus manos padeciendo tan cruel y terrible servidumbre, mejor es que muramos luego con sus armas y debajo de su caballo, quedándonos a lo menos este contento de haber (por la defensa de nuestros dioses, de la Patria y de la libertad) hecho nuestro deber con honradez."

Rumiñahui


Dejamos Colombia para sumergirnos en las corrientes pacificas de las costas ecuatorianas.
Impulsados por las ansias de descubrimiento, atravesamos la frontera colombiana y pisamos el suelo de Ecuador. Llegamos bien temprano a la terminal de Ipiales y de allí tomamos una buseta hasta la frontera. Sellamos nuestros pasaportes en el puesto de migración colombiano. Allí, atravesamos el puente internacional que separa a ambos países y nos embarcamos en una nueva buseta con destino a la terminal de Tulcán, donde tomaos un bus hacia Otavalo por un dólar y medio ($15).
En la ciudad nos recibió un calorcito gratificante. Bajamos del colectivo en plena avenida y de allí caminamos unas quince cuadras hasta el centro. Luego de una hora de espera, encontramos un alojamiento acorde a nuestro presupuesto.
El hostal se llamaba “Tamia-tuki” y abonamos diez dólares por noche de estadía, en una habitación con tele y baño privado. Además, el lugar contaba con cocina. Estaba ubicado a dos cuadras de Plaza del Poncho: lugar increíble, lleno de puestos en los que venden sus mercaderías toda clase de artesanos.
En Otavalo nos hospedamos tres noches en las que caminamos las calles del pueblo, sus plazas y vías de un ferrocarril en expansión.
El segundo día de estadía partimos temprano hacia el “Parque Peguche”, bosque en el que habita a comunidad “FACCA LLACTA”. Imposible describir con exactitud la inmensidad de aquella pequeña selva en el centro de la montaña: el verde desborda por los ojos, árboles ancestros abrazan la quietud del espacio y arrullan a mariposas y pájaros de todos los colores. Varios caminos de piedras guían los pasos de los transeúntes que visitan el lugar.
Ese domingo, la pacha agració al suelo húmedo con gotas de lluvia suavecitas, casi imperceptibles. La caminata desde el centro de Otavalo nos había deja exhaustos pero al percibir tremenda inmensidad, nuestro cuerpo agradeció la fatiga y, extenuado de felicidad, descansó en el centro de una cueva natural de la que nacía una cascada transparente que llenaba de música el ambiente.
Decidimos acampar en el corazón de la cascada y, acompañados de su melodía, cocinamos unas pastas salteadas con verduras. Almorzamos felices, agradeciendo en  cada bocado, la gracia de que nuestros sentidos perciban semejante paisaje.
Nuestra pacha amada, feliz de nuestra compañía,  nos retribuyó con un sol resplandeciente. Abandonamos la cueva y recorrimos las entrañas del Peguche, emocionados en cada paso, admirados al tocar, oler y sentir las caricias que nos brindaban las gotas de agua, las hojas de los arboles, el canto de os pájaros, los suspiros de ancestros que habitaban esos verdes y hoy moran ahí, cuidando la selva, el agua y a los animales.
Extasiados de inmensidad, regresamos a Otavalo, de camino un pana vecino nos acercó hasta el centro y allí regresamos al hotel.
El tercer día dejamos la ciudad vestida de colores cada mañana, tarde y noche. Guardamos en la retina, sus veredas rojas y negras, sus plazas limpias y verdes, sus monumentos ancestrales en honor a los dueños de toda la tierra. Acariciamos las sonrisas de su gente. Sus damas vestidas con polleras largas y blusas bordadas con flores de unos colores maravillosos. Sus caballeros de gala, con sombreros redondos y trenzas que llegan hasta la cintura, pantalones blancos y alpargatas de tela.
Despedimos a este pueblo tranquilo, alegre, ancestral. Nos embriagamos de sus tradiciones, sus mercados y sus sabores.
Caminamos a paso lento hacia la terminal y tomamos un bus con destino a Quito. Allá, a dos horas de viaje, dejamos a Otavalo… agradecidos a la Pacha por habernos permitido morar en sus inmensidades.

Próxima estación, Quito...