domingo, 15 de junio de 2014
Estación Mompiche
“Y deberás crear si quieres ver tu tierra en paz”
Mompiche, saliendo de Quito, acariciando Pedernales hasta
llegar a Chamanga; de ahí un bus hasta el cruce y abordamos una camioneta que
nos condujo hasta el pueblito costeño, tranquilo y apagado por un dólar cada
uno. Sus calles de arena, una placita muy chiquita, más hoteles y posadas que
habitantes, de aspecto descuidado y ambiente pausado. Su recurso natural
primordial es el océano pacífico, la pesca, el turismo y los bananos. En el
camino una compañera chilena nos acompañó hasta el pueblo y los tres
descendimos de la camioneta sobre la rivera del mar, a media cuadra del camping
que nos alojaría durante cuatro noches. Cuatro dólares fue lo que abonamos por
acampar en un camping que cuenta con mucho potencial pero en donde escasea
lavandina y una buena administración. Y creando senderos anduvimos sus playas
que dejaron huellas en el libro de la vida, en la memoria y en el alma. Luces
nuevas alumbraron nuestras calles, en este viaje de la vida que no tiene
retorno. Entre un cielo cubierto de nubes sin estrellas, nuevos amigos llenaron
nuestros días de dicha: el camino nos encontró con Pepe, un cordobés cuya
bondad se trasluce en cada palabra y en cada gesto:-“Chicos, les presto mi
cámara. Úsenla que yo la tengo ahí guardada”- nos dijo apenas le contamos que
nos habían robado la nuestra por segunda vez, saliendo de Quito. Cada uno da lo
que recibe y recibe lo que da, anuncia Drexler en unos de sus temas, y la mano
que dimos a Emi y David , tiempo antes en Bogotá, hoy nos la devolvía este
hermoso ser. En nuestro tercer día de estadía, el sol, remolón y perezoso,
prefirió tomarse un descanso y su hermana la lluvia, emocionada ante el
paisaje, recorrió Mompiche y se quedó con nosotros. Mágica tarde costeña nos
regaló la vida. Salieron mates y torta fritas, salieron sonrisas de muchos
colores y entre mate y mate, el arte llenó cada espacio del lugar. A la lluvia
acompañó una jornada completa de artesanos hermanados desplegando su arte y
Pechu, con júbilo, transmitió un poco de ese amor que tanta vida da: mandalas y
wipalas. Así se tejió la tarde y se enredó en la noche y la noche en amigos y
los amigos en paisajes. Caminando llano, llegamos al otro día a Playa Negra,
antes una costa explotada por una minera, hoy un paraíso en el pacífico. A su
nombre se debe el color de su arena: negra como el azúcar negra, negra como el
“tinto” colombiano, tan negra como suave, tan suave como brillante, tan
brillante como única en el mundo. Para pisar sus costas, caminamos un kilómetro
desde las playas de Mompiche y nos advirtió su entrada un cartel de la minera.
Maravillados quedamos ante esta loquera de La Pacha, que una vez mas, nos
brindaba lo mejor de sus entrañas para el regocijo de nuestros sentidos. De
regreso, una muchacha sola tomando mates esperaba la caída del sol. Nos
acercamos tímidos y preguntamos si nos convidaba con uno. Acto seguido
estábamos en ronda comulgando con Marianela y creando caminos juntos. Cuatro
noches nos abrazó Mompiche y en esas horas, seis amigos se quedaron para
siempre en nuestras vidas. Vicky, Eli, Angie y Marian nos agasajaron la última
noche con una cena riquísima y al son de tambores y estrellas, pintaron una
remera para perpetuar este encuentro mágico. Amanecimos el último día
acariciados por la lluvia constante en este pueblito del sur. Sobre una mesa
húmeda reposaba una remera llena de colores. Una leyenda invita al encuentro:
“y deberás crear si quieres ver tu tierra en paz”. Creando caminos de amores y
paisajes, tres partimos hacia Canoa, otros tantos se quedaron en Mompiche pero
todos nos encontramos en la misma sintonía: construyendo sueños para
transformar un mundo mejor.
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