lunes, 20 de julio de 2015

Estación Santa Lucía (Cuba)

"El hombre que ha empezado a vivir seriamente por dentro,
empieza a vivir más sencillamente por fuera"... 
Ernest Hemingway 

Viviendo en la hermosa Camagüey, decidimos ir a la playa y rodar los 110 kilómetros que nos separaban del Caribe. Romi, con experiencia en ir y venir en camión hasta el destino marcado, nos levantó a las 6 de la mañana y salimos, dormidos, rumbo a la vieja estación de tren.


Aquí, los camiones al mejor estilo “segunda guerra mundial”, como lo calificó Tamara, están estacionados en 45 grados para partir. Pero no todo es tan sencillo para los extranjeros. Cuba y su gente, te hace notar que venís de afuera y que las reglas, las imponen los locales.
Ya pasadas las 8:30 de la mañana y de casi dos horas de espera dentro del camión, el chofer nos avisa que el pasaje a nosotros nos costaría $5 dólares cuando el pasaje para todos era de $15 pesos cubanos ($1 dólar =$25 pesos cubanos).
Tamara, perdió el control ante tanta deshonestidad y a puro gritos e insultos, se “agarró” con el propietario del transporte y por ende, fuimos en busca de un nuevo camión que nos lleve a la tan ansiada playa.

Por su parte, Romi, también se sumo al altercado pero de manera más pacífica aunque con la misma bandera de reclamo de Tama. Sentimos, y ahí me incluyo, el desprecio que se vive en muchos países cuando uno viaja como un ciudadano más del país que visita.
Cuba, no está preparada para recibir turismo de peregrinos fuera del turismo tradicional con “paquete”, hoteles y restaurantes. Pero de todas formas, fuimos en busca del camino alternativo y nos subimos a un camión por $15 pesos cubanos.
El transporte, sin comodidad alguna, es brusco para el cuerpo pero uno se va acomodando a medida que se va llenando y en las paradas, el descenso de pasajeros da un poco de aire para que el viento haga de respiradero natural.

Pues, cerca del medio día, pisamos la arena blanca de Santa Lucía, en medio de un entorno semidesolado, natural, virgen, casi paradisíaco.
Nos ubicamos en reposeras y bajo una sombra, constelamos la naturaleza en toda su dimensión. El agua, cristalina y con hierbas, parecía un espejo en el desierto. La playa, posee una gigantesca barrera coralina, que la convierte en una gran piscina natural.
El arte de esta playa, fue caminar 50 metros mar adentro para que el agua sólo te moje las piernas hasta la cintura. Entre la barrera de arrecifes y la línea de costa, el mar alcanza una profundidad máxima de 2 metros.

Con el conocimiento de que a las cinco de la tarde, había una guagua de regreso a la ciudad, tuvimos que embarcarnos en la empresa de transportarnos a Camagüey. Sabiendo lo difícil y polémico que fue el viaje de ida, las expectativas, no eran las mejores.
Después de media hora y de comernos las frutas como merienda, se aproximo la guagua de los trabajadores, que era el único móvil de regreso. Con caras de buenos muchachos, esperamos que suban los pasajeros “correspondidos” y charlamos con el chofer para concretar el viaje.
Finalmente, pudimos acceder a la guagua pero no al derecho de sentarnos ya que las butacas estaban reservadas para los cubanos.


Otra vez, sentimos en carne propia, el despropósito de las autoridades hacia el extranjero haciéndonos sentir que no pertenecíamos a su lugar y a su realidad. Llegando a la ciudad, finalmente con la guagua casi vacía, nos sentamos en el fondo para darle descanso a las piernas y al pensamiento.
Así, pasamos un día más en la hermosa isla socialista. Donde el capitalismo quiere apropiarse del hombre manteniendo al otro lejos y distante, mostrándolo como un enemigo. Quizás, Cuba, con la apertura económica, cometa el error o no de seguir ese oscuro camino.

Hasta la próxima estación, Holguín.

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