"El hombre que ha empezado a vivir
seriamente por dentro,
empieza a vivir más sencillamente por
fuera"...
Ernest Hemingway
Viviendo en la
hermosa Camagüey, decidimos ir a la playa y rodar los 110 kilómetros que nos
separaban del Caribe. Romi, con experiencia en ir y venir en camión hasta el
destino marcado, nos levantó a las 6 de la mañana y salimos, dormidos, rumbo a
la vieja estación de tren.
Aquí, los
camiones al mejor estilo “segunda guerra mundial”, como lo calificó Tamara,
están estacionados en 45 grados para partir. Pero no todo es tan sencillo para
los extranjeros. Cuba y su gente, te hace notar que venís de afuera y que las
reglas, las imponen los locales.
Ya pasadas las
8:30 de la mañana y de casi dos horas de espera dentro del camión, el chofer
nos avisa que el pasaje a nosotros nos costaría $5 dólares cuando el pasaje
para todos era de $15 pesos cubanos ($1 dólar =$25 pesos cubanos).
Tamara, perdió
el control ante tanta deshonestidad y a puro gritos e insultos, se “agarró” con
el propietario del transporte y por ende, fuimos en busca de un nuevo camión que
nos lleve a la tan ansiada playa.
Por su parte,
Romi, también se sumo al altercado pero de manera más pacífica aunque con la
misma bandera de reclamo de Tama. Sentimos, y ahí me incluyo, el desprecio que
se vive en muchos países cuando uno viaja como un ciudadano más del país que
visita.
Cuba, no está
preparada para recibir turismo de peregrinos fuera del turismo tradicional con “paquete”,
hoteles y restaurantes. Pero de todas formas, fuimos en busca del camino
alternativo y nos subimos a un camión por $15 pesos cubanos.
El transporte,
sin comodidad alguna, es brusco para el cuerpo pero uno se va acomodando a
medida que se va llenando y en las paradas, el descenso de pasajeros da un poco
de aire para que el viento haga de respiradero natural.
Pues, cerca del
medio día, pisamos la arena blanca de Santa Lucía, en medio de un entorno
semidesolado, natural, virgen, casi paradisíaco.
Nos ubicamos en
reposeras y bajo una sombra, constelamos la naturaleza en toda su dimensión. El
agua, cristalina y con hierbas, parecía un espejo en el desierto. La playa,
posee una gigantesca barrera coralina, que la convierte en una gran
piscina natural.
El arte de esta
playa, fue caminar 50 metros mar adentro para que el agua sólo te moje las
piernas hasta la cintura. Entre la barrera de arrecifes y la línea de costa, el
mar alcanza una profundidad máxima de 2 metros.
Con el conocimiento
de que a las cinco de la tarde, había una guagua de regreso a la ciudad,
tuvimos que embarcarnos en la empresa de transportarnos a Camagüey. Sabiendo lo
difícil y polémico que fue el viaje de ida, las expectativas, no eran las mejores.
Después de media
hora y de comernos las frutas como merienda, se aproximo la guagua de los
trabajadores, que era el único móvil de regreso. Con caras de buenos muchachos,
esperamos que suban los pasajeros “correspondidos” y charlamos con el chofer para
concretar el viaje.
Finalmente,
pudimos acceder a la guagua pero no al derecho de sentarnos ya que las butacas
estaban reservadas para los cubanos.
Otra vez,
sentimos en carne propia, el despropósito de las autoridades hacia el
extranjero haciéndonos sentir que no pertenecíamos a su lugar y a su realidad.
Llegando a la ciudad, finalmente con la guagua casi vacía, nos sentamos en el
fondo para darle descanso a las piernas y al pensamiento.
Así, pasamos un
día más en la hermosa isla socialista. Donde el capitalismo quiere apropiarse
del hombre manteniendo al otro lejos y distante, mostrándolo como un enemigo.
Quizás, Cuba, con la apertura económica, cometa el error o no de seguir ese
oscuro camino.
Hasta la próxima
estación, Holguín.
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