Créeme,
cuando me vaya y te nombre en la tarde
viajando en una nube de tus horas,
cuando te incluya entre mis monumentos.
Vicente Feliú
A medida que el sol saliente
alumbraba las calles de la ciudad, nosotros fuimos despertando junto al nuevo
día. Y no iba a ser un día más en la hermosa Cuba, sino que por delante teníamos
el encuentro con Arístides para visitar el Mausoleo del Ché, el Tren blindado,
la Estatua del Ché y el Niño y la Loma del Capiro.
Salimos del Hostel camino a la
Casa del Mate, con unos panes dulces para desayunar junto al profesor y amigo
cubano, que nos esperó con el agua caliente para compartir la ronda de mates. Por
tanto, una leve llovizna empezó a mojar las calles que alguna vez fueron
testigos de balas y revoluciones.
Con el tranco pausado, fuimos en
busca de un carro a caballo, que suelen cruzar la ciudad en todas sus
direcciones, para que nos alcance al Mausoleo. Aunque nos separaban solo 20
cuadras, el camino hacia el encuentro con el Ché, se hizo eterno.
Quizás, en mis pensamientos y
sensaciones, ocurrió esa eternidad hacia el esperado encuentro. Después de
visitar La Higuera y Vallegrande en Bolivia, donde fue capturado y asesinado y
de pisar la Plaza de la Revolución y ver la imagen de Korda en la histórica Habana.
La lluvia, seguía haciéndose añicos
en nuestros cuerpos, como una bendición del cielo o de la tierra porque somos como
una semilla que florece, a diario, alimentándonos de historias y de acciones.
Así, ingresamos al Mausoleo,
donde pudimos ver y observar sus pertenencias en diferentes etapas
revolucionarias, en las campañas al Congo y Bolivia y cartas y artículos de la
vida del Guerrillero Heroico.
Pero lo emocional, llegó al pisar
la sala en donde descansan los restos del Comandante junto a otros compañeros
de campaña y sentir, el latido de sus ideas. Allí, el tiempo pareció detenerse
y en una nebulosa, flotar en el tiempo.
Las palabras, que puedo escribir
a continuación de dicho momento, carecen de sentido práctico. Perdí la
conciencia por unos minutos y sólo recuerdo una mezcla de malegría, que no
tiene definición o simplemente, como dice Manu Chao, es una sonrisa con una
lágrima en la pupila.
Al salir, sentí el aire como una
bocanada, que me apretaba el pecho y aliviaba el dolor. Como pude, caminé junto
a Tamara hasta el Memorial y el inmenso monumento del Ché, despertó nuestro
asombro.
Mirándolo todo sentimos que vimos
poco y que no alcanza un día ni una mañana para abrazarse a tanta grandeza
humana. Así, salimos cabizbajos, rumbo a la toma del tren blindado. La incipiente
lluvia, limpiaba de mi rostro las lágrimas guevarianas que salían de lo más
profundo de mí ser.
Mientras el caballo galopeaba rumbo
a la toma del tren blindado, Arístides, iba enseñándonos su conocimiento sobre
los hechos históricos de la ciudad y cuando hablaba del Ché, suos ojos se
iluminaban y sus palabras tomaban fuerzas. “Este loco argentino, separó las
vías del tren y derrumbó al blindado”, y su cuerpo se mueve con fuerza como un
mar bravo del atlántico. Aquí, señala, “el Ché le ganó al ejército de Batista y
se empezó a hablar de revolución”.
Las vías, aún funcionan, por
Santa Clara, pasa el tren que comunica la capital caribeña con la ciudad de Santiago
de Cuba y a metros de la estación, están los carros blindados de aquel
acontecimiento histórico.
Mientras Arístides seguía con su plática
revolucionaria, fuimos hasta la Oficina
Provincial del PCC, donde está la estatua del Ché y el Niño. Arístides, afirmó que
la obra del artista Casto Marroyo “quiere simbolizar al Comandante y el Hombre
Nuevo” y agregó “utilizó a su hijo Sandro para representar al niño que tiene en
sus brazos”. La estatua, además, tiene muchas imágines que simbolizan la vida
del guerrillero.
Por último, fuimos hacia la loma
del Capiro, un lugar estratégico de la columna comandada por el Ché Guevara en
1958. Por lo tanto, caminamos hacia la cumbre de la loma donde está emplazada
un monumento que representa la unión de diferentes calibres de armas de fuego
que representan la lucha armada para ganar la batalla de Santa Clara.
De regreso y ante tanto contenido
histórico sobre nuestras mochilas, decidimos ir a almorzar en memoria del Ché.
Y como escribió alguna vez, Marcel Proust, "los días van cayendo poco a
poco encima de los anteriores y, a su vez, los entierran los siguientes. Pero
todos los días pasados se quedan depositados en nosotros como en una inmensa
biblioteca donde hay libros más viejos, y algún ejemplar que seguramente nadie
pedirá nunca. No obstante, si ese día pasado, cruzado por el espacio traslúcido
de las épocas siguientes vuelve a la superficie y nos cubre, tapándonos del todo,
entonces, por un momento, los nombres recuperan el significado antiguo; y las
personas el rostro antiguo; y nosotros nuestra alma de entonces; y sentimos,
con un sufrimiento inconcreto, pero que se ha vuelto tolerable y no durará, los
problemas que hace mucho se tornaron insolubles y tanto nos angustiaban a la
sazón. Se compone nuestro yo de la superposición de nuestros estados sucesivos.
Pero esa superposición no es inmutable como los estratos de una montaña. Hay
perpetuamente plegamientos que hacen aflorar las capas antiguas". (vol.
VI)
Próxima estación, Trinidad…
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