jueves, 29 de mayo de 2014

Estación Bogotá

"Colombianos, las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad"
Francisco de Paula Santander 

Tierra de Gabo, del olor a café y el sonido a violines, teatros y museos que se visten de fiesta cada mañana. En ellos, moran artes de Botero, Dalí y de Picasso. La historicidad de las monedas en el Museo de la Moneda, nos relata el ocaso de las civilizaciones antiguas y el saqueo de los tiranos en una dicotomía perpetua entre conquistadores y conquistados.
Llegamos a la gran Bogotá pasadas las siete y media de la mañana, después de catorce horas de viaje desde la ciudad de Cúcuta. El bus costó unos $110000 ($500) por los 561 km que separan a ambas ciudades.
El micro nos dejo en la terminal principal de colectivos que a simple vista parece un aeropuerto. Bajamos nuestras mochilas y nos dispusimos a tomar una buseta que nos dejara en el barrio “la candelaria”, el centro histórico de Bogotá.
Finalmente caminamos unas siete cuadras hasta Carrera 19 (Avenida 19) y allí tomamos el colectivo que nos acercaría al centro. El costo del boleto por cada uno fue de $1600 ($7.5). 
En el trayecto conocimos a unos mochileros europeos que nos preguntaron si teníamos hospedaje. Nos recomendaron un hotel en el que ellos paraban hacía ya dos meses, de los más baratos de la ciudad.
Decidimos acompañarlos. Bajamos del bus y caminamos unas diez cuadras con nuestras mochilas a cuestas. Las calles iban en subida y el recorrido parecía eterno. Afortunadamente, después de quince minutos de caminata, llegamos al Hostel Music Logic, ubicado en carrera 10 calle de la agonía. Allí nos recibió Christofer. El costo por día en una habitación compartida era de $16000 ($80 c/u) con desayuno incluido. Nuestra habitación se llamaba Regee y dormimos junto a un gringo del cual supimos menos que nada.
El lugar era hermoso. Un recibidor con carteles en ingles, horarios, disposiciones del lugar, etc. A la derecha, un salón de usos múltiples con maquinas e internet y una tv pantalla plana. Hacia la izquierda, el resto de la casona. Alrededor de diez habitaciones llenaban los patios internos de la posada. El hospedaje contaba con dos patios internos, una cocina común y un bar que a la vez se utilizaba como desayunador.
El sitio era atendido además, por Lucas, un mendocino que hacia ya tres meses estaba allí de voluntario, trabajando por la comida y la cama al igual que Daniel, un costarricense que, además trabajaba fuera del hotel para ahorrar una moneda..
Desayunamos y salimos a recorrer el casco histórico: afortunadamente llegamos en la semana de los museos. Vimos obras del gran Botero, Dalí y Picasso. Pinturas y esculturas por montones. Citas de Gabriel Gracia Márquez y una muestra fotográfica de la Bogotá de los años treinta, cuarenta y cincuenta.
Nuestra estadía en la capital colombiana duró dos noches, las suficientes para hacernos de amigos increíbles y revoluciones libertarias.

La ciudad: Bogotá se viste de fiesta cada tarde, mañana y noche. Sus casitas coloniales llenas de colores hoy funcionas como distintos negocios. Instituciones y hogares de familia. La plaza principal es Simón Bolívar y la rodean cuatro catedrales que datan del Medioevo.
Llegamos a Bogotá en plena semana de elecciones presidenciales, reclamos (pocos) y resignaciones (en demasía).
Las avenidas son amplias, como indefinidas las cantidades de vendedores ambulantes, artistas y negocios que las habitan. La plaza el Chorro de Quevedo sabe y huele a arte, cervezas y chicha de Guayaba. Es tan colorida como un arco iris en pleno día nublado. Allí el arte domina las calles, los rincones, el aire. Y las miradas.
“Tengo un par de gringos que me arruinan el paisaje” Al llegar, al irnos, al recordar, al repensar, los vemos andar sin andar, consumiendo de las calles lo frívolo, lo escaso, lo insípido, lo absurdo (desde nuestra perspectiva). Sus noches suelen ser más largas que sus días y sus días pasan sumidos en la fatiga que la noche (mal o bien vivida depende desde que punto de vista se lo mire) deja como huella. Para un latino, se complica en costos que están puestos para gringos, se complica en un idioma que no entendemos pues viajamos buscando, precisamente, todo eso que hemos perdido, que creímos perder o que nos intentaron hacer creer que no merecíamos en absoluto. Al mostrarnos su espejo notamos las distancias que nos separan, que no residen simplemente en kilómetros de océanos y rutas, sino en una manera de ver la vida, de sentirse humano, de compartir un mundo en común. Venimos de ellos muchos de nosotros pero hacia ellos no necesitamos volver, de eso estoy segura. Bogotá nos dejó el sabor de las calles arrebatadas por cientos de extranjeros que se alejan de nosotros en idiosincrasia, en tiempos de búsquedas, en metas, en paisajes encontrados. Por momentos nos sentimos extraños en una tierra que es nuestra y nos pertenece por derecho y por sangre derramada. Volveremos siempre pues Latinoamérica nos pertenece, nos duele, nos da esperanzas y, lo más importante: nos brinda IdEnTiDaD.
Celebración de la amistad: Se llama Daniel, un costarricense con cientos de sueños cargados en una mochila que aún no encuentra el momento para salir de caminata, sin tiempos y sin rumbos. Nos abrazamos fuerte la última noche en el hotel que nos abrigó; compartimos con él lo mejor de nosotros: el mate y el fernet con pomelo. Es dulce su sonrisa, inocente, espontánea. Se ríe a carcajadas con cada palabra típica argenta que sale de nuestras bocas sin darnos cuenta: Pomelo, capo, chabón, gil, huevòn, boludo, minita, groso, banana, langa, etc. Nos contó de su historia, de su pueblito, allá en Costa Rica, nos dice que todavía falta para que Costa Rica tenga un líder como Chávez o como Evo o como Fidel o como Néstor; que van en camino, que se sintió feliz porque aprobaron el sistema de salud para homosexuales, que ese detalle le da esperanzas. Un episodio desafortunado lo dejó sin su cámara en un barrio popular de Medellín; le arrebataron su cámara pero no sus sueños. Quiere recorrer Latinoamérica filmando documentales sociales para relatarle al mundo a través de los lentes de su cámara como vive y respira este continente amado. También quiere visitar Argentina y estudiar en la Universidad De Las Madres. Cuando Pechu le contó que había hecho una especialización en economía política en esa universidad sus ojos se le llenaron de luces y esperanzas. – Te esperamos en Santa Teresita, en nuestro hogar!- Le dijimos. No sabes los locos que tenemos allá, te vas a cagar de risa!. Asado y mucho fernet te esperan en nuestro quinchito.- Tenes que venirte! Y quedó una llave abierta para dentro de poco o mucho. Nos abrazamos fuerte y tomamos una foto para pasar por el corazón cada día luego de este día. A las nueve y media de la mañana el desayuno nos encontró hablando con Emiliano y David. Dos argentinos de regreso a la patria supuestamente derrotados por negocios y sueños que no pudieron llevarse a cabo durante su estadía en Colombia. La llave se abrió rápido, casi, casi, en la primer mirada que compartimos. Porque es así cuando estas lejos de tu tierra y te encontras con un camarada, entonces él se vuelve los hermanos que están lejos, la sonrisa de ese amigo que hace meses no escuchas, el fútbol con los pibes, el asado en la parrilla y el fernet con pomelo. Cerca de las dos, a punto de despedirnos con una fotografía del encuentro, Los pibes se dieron cuenta que faltaban sus únicos cien dólares con los que contaban para regresar a Lanús. Mucha bronca, mucha impotencia, mucha injusticia. Entonces nos miramos y entendimos que éramos llaves, panas, camaradas, amigos. Sacamos el vil metal de nuestros bolsillos y nos reconocimos en Emi y en David. Pagaron su noche de hotel y de sus bocas salieron un perdón y un gracias. Prometimos unas birritas cuando nos encontremos en Buenos Aires. Nosotros les decimos desde acá: Gracias a ustedes por el encuentro y por agregar a nuestras vidas nuevos amigos que va dejando la carretera.

“En los suburbios de La Habana, llaman al amigo mi tierra o mi sangre. En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave: pana, por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma y llave por... -Llave, por llave -me dice Mario Benedetti. Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron.” Eduardo Galeano. El Libro de los Abrazos.

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