La carretera nos esperaba, mansa en su atardecer, para que desfilemos en ella. Postrados a un costado del camino, con nuestras mochilas, decidimos jugar con la suerte y nos echamos hacer “dedo”.
Gamu, después de 15 minutos, se transformó en vidente y me ordeno ponerme en la ofensiva del pulgar y no se equivocó. El primer vehiculo se acostó sobre el asfalto recibiéndonos en la caja de la camioneta. Pues, junto a otros 5 tripulantes marchamos hacia Puerto López.
Luego de 3 horas de viaje, llegamos al pueblo y tomamos un bondi a Manta. Al anochecer caímos en la ciudad y nos enteramos que no había camping y los alojamientos no bajaban de 4 dólares.
En tanto, hablamos con un artesano local y nos dio la dirección del cuartel de bomberos para que le pidamos hospedaje. Pues, allí fuimos los 3 con nuestras mochilas cargadas de incertidumbre y buena aventura.
Hablamos. Esperamos. Soñamos. Hasta que llego el jefe del cuartel y nos dio el visto bueno para que pasemos la noche. Sus palabras fueron “como Institución no tenemos la obligación de brindarle asilo pero como hombres no le negamos el lugar a nadie”.
Nos acomodamos, comimos junto al jefe de operaciones en su sala observando “Fútbol de Primera” y dormimos en las bolsas junto al auto bomba.
El reloj marcó las 6 de la mañana y junto al sol naciente nos levantamos. Desayunamos en la plaza y salimos rumbo a Canoa, nuestra Próxima Estación.
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