De los castores, aprendimos hacer diques
De los pájaros, aprendimos hacer casas
Del viento, aprendimos la vela
¿Quién nos habrá enseñado las malas mañas?
¿De quién aprendimos a atormentar al prójimo y a humillar al mundo?
Eduardo Galeano
En las periferias de la ciudad capital, paramos en un peaje de transporte de carga para hacer dedo y encontrar así, un alma caritativa que nos lleve en el viento y fue así que Rafael en su camión, donde había espacio de sobra y sonaba buena música, nos acercó hasta Divisa, pequeño pueblo que vive al lado de la carretera.
Cuando las estrellas esperaban a brillar, decidimos acampar en el patio de una casa, donde compartimos la cena y largas horas de charlas con los dueños de la vivienda. A la mañana temprano, después de la ronda de mates, fuimos al control policial solicitando la colaboración de frenar un carro que nos arrime a la frontera y respondieron con 2 camionetas que nos bajaron después de unas horas a
Allí, tomamos una combi hasta las oficinas de migraciones, comimos unos patacones, tortas fritas y empanadas, sellamos los pasaportes e ingresamos a la tierra de los ticos, donde dormimos en la intemperie esperando el bus que nos llevaría a San José.
Después de 8 hs de viaje por un camino alucinante, de sierras y ríos con mucha vegetación, llegamos a la babilonia Tica. Junto a Matías y Lucho, quién esperaba la llegada de sus padres, fuimos al hotel donde iban a hospedarse y en el bar del mismo, mientras tomábamos unas cervezas, los mozos se alborotaron a nuestro alrededor. Sin entender lo sucedido, se acercaron y tímidos, nos interrogaron.
Ellos, estaban convencidos de que éramos una banda de música y nosotros no le quisimos cortar la ilusión y Lucho, sin vacilar, dijo “somos Los Cafres”. Los flashes, los papeles y lapiceras, empezaron a caer sobre la mesa y entre carcajadas, posamos y firmamos autógrafos en cantidad.
En tanto, los huéspedes del hotel, en su mayoría gringos, miraban con recelos a estos barbudos y desprolijos argentinos, que se hicieron famosos por 10 minutos sin nombre propio.
A las horas, nos despedimos de estos 2 locazos vagabundos, que nos brindaron toda su humanidad y buena onda. Además, de regalarnos un kilo de yerba mate y 4 alfajores Havanna. Caminando despacio, bajo la lluvia, fuimos a nuestro hospedaje, donde pasamos la noche en una pieza para luego seguir rumbo en Costa Rica.
En estos días que nos toco compartir con Mati y Lucho, aprendimos de las golondrinas a viajar juntos buscando la primavera del hemisferio sur al norte y dejamos en el vuelo las malas costumbres del ser humano.
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