jueves, 10 de julio de 2008

3 de julio - Estación San José (Costa Rica)

De los topos, aprendimos hacer túneles
De los castores, aprendimos hacer diques
De los pájaros, aprendimos hacer casas
Del viento, aprendimos la vela
¿Quién nos habrá enseñado las malas mañas?
¿De quién aprendimos a atormentar al prójimo y a humillar al mundo?
Eduardo Galeano


Las palabras pierden su sentido, mientras pierden su color la mar verde y el cielo azul, que habían sido pintados por gentileza de las hierbas mediante su pincel de oxigeno durante millones de años. Nosotros, en el siglo XXI, sin perder el rumbo de la carretera, nos despedimos de José y por la Panamericana encaramos hacia la Próxima Estación.
En las periferias de la ciudad capital, paramos en un peaje de transporte de carga para hacer dedo y encontrar así, un alma caritativa que nos lleve en el viento y fue así que Rafael en su camión, donde había espacio de sobra y sonaba buena música, nos acercó hasta Divisa, pequeño pueblo que vive al lado de la carretera.
Cuando las estrellas esperaban a brillar, decidimos acampar en el patio de una casa, donde compartimos la cena y largas horas de charlas con los dueños de la vivienda. A la mañana temprano, después de la ronda de mates, fuimos al control policial solicitando la colaboración de frenar un carro que nos arrime a la frontera y respondieron con 2 camionetas que nos bajaron después de unas horas a 40 Km. del limite nacional.
Allí, tomamos una combi hasta las oficinas de migraciones, comimos unos patacones, tortas fritas y empanadas, sellamos los pasaportes e ingresamos a la tierra de los ticos, donde dormimos en la intemperie esperando el bus que nos llevaría a San José.
Después de 8 hs de viaje por un camino alucinante, de sierras y ríos con mucha vegetación, llegamos a la babilonia Tica. Junto a Matías y Lucho, quién esperaba la llegada de sus padres, fuimos al hotel donde iban a hospedarse y en el bar del mismo, mientras tomábamos unas cervezas, los mozos se alborotaron a nuestro alrededor. Sin entender lo sucedido, se acercaron y tímidos, nos interrogaron.
Ellos, estaban convencidos de que éramos una banda de música y nosotros no le quisimos cortar la ilusión y Lucho, sin vacilar, dijo “somos Los Cafres”. Los flashes, los papeles y lapiceras, empezaron a caer sobre la mesa y entre carcajadas, posamos y firmamos autógrafos en cantidad.
En tanto, los huéspedes del hotel, en su mayoría gringos, miraban con recelos a estos barbudos y desprolijos argentinos, que se hicieron famosos por 10 minutos sin nombre propio.
A las horas, nos despedimos de estos 2 locazos vagabundos, que nos brindaron toda su humanidad y buena onda. Además, de regalarnos un kilo de yerba mate y 4 alfajores Havanna. Caminando despacio, bajo la lluvia, fuimos a nuestro hospedaje, donde pasamos la noche en una pieza para luego seguir rumbo en Costa Rica.
En estos días que nos toco compartir con Mati y Lucho, aprendimos de las golondrinas a viajar juntos buscando la primavera del hemisferio sur al norte y dejamos en el vuelo las malas costumbres del ser humano.
Hasta la Próxima Estación… Esperanza.

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