martes, 29 de julio de 2014
Estación Cusco
Llegamos a la capital incaica desde Ica. Allí arribamos a tomar el bus que
saldría a las siete de la tarde sin embargo, partió tres horas después de lo
establecido.
La
oferta y la demanda son la causa prima que prioriza cualquier excusa en boca de
los vendedores de pasajes en las
terminales peruanas. Vendiendo derechos al mejor estilo libre mercantilista,
los precios de los pasajes aumentan de un día para otro hasta en un cincuenta
por ciento y sin previo aviso. Así, los bolsillos de los consumidores se vacían
en un itinerario cuyo destino final es la máxima expresión de la plusvalía
capitalista: - “Son fechas patrias, por eso el aumento”
-“¿Pero
si ayer vine y me dijiste que el pasaje salía cuarenta soles?!¿Cómo puede ser
que de ayer a hoy haya aumentado el doble?!”
-“Los
precios vienen de Lima. Nosotros no los ponemos”. (…)
-
“¡En su país será como usted dice, pero acá las cosas son de este modo”!
Y
entre dites y diretes, las objeciones y
argumentos corrían abruptamente por la ruta de la desconsideración y el abuso.
Y entendimos, entonces, las reglas de este circo capitalista que nos somete a
determinaciones extremas y actitudes despiadadas que se repetirían lo mismo en
Cusco que en Lima, igual en Ica que en Aguas Calientes, en Cochabamba que en
Oruro.
Finalmente,
pagamos los pasajes y dieciséis horas después llegamos a destino. El viaje fue
algo así como el calvario de tres peregrinos que se encaminan hacia la redención.
En un bus “de primera”, ahogados por el calor del sol, transitamos la carretera
sobre ripio duro, entre cornisas de acantilados subiendo tan alto que podíamos
tocar las nubes con nuestros dedos.
Nunca
llegaban las tres de la tarde a posarse en el reloj. Se aletargaba la llegada
sumida en la espera de la ciudad perdida.
Con
los cuerpos exhaustos y la mente adormecida, bajamos del bus en la terminal
cusqueña. Ahí mismo, casi al mismo tiempo en que volvíamos del
desfallecimiento, Yuri nos ofreció hospedarnos en su hostal. Yuris Hostel house cuenta con una cocina y
baño con ducha caliente. Pagamos quince soles cada uno en las noches que allí
nos hospedamos.
Hermosa
ciudad Cusco. Por sus calles de piedras adoquinadas la historia se camufla
entre muros incaicos y recuerdos mudos, disfrazados de incas modernos que se
venden por una foto y hoteles de lujo. Cada rincón de sus esquinas recoge
leyendas de civilizaciones antiguas escritas por españoles en lenguas
vernáculas.
El
silencio de los olvidados se hace eco en los muros vivos que despiertan una
conciencia muerta: se revuelven los cuerpos mutilados de la historia entre el mercado San Pedro y
las iglesias de la corona. Llora Tupac el desapego de la memoria clausurada por
el sistema. Mira a su pueblo doblegarse ante el vil metal de los
conquistadores. Solitaria y nuevamente conquistada, ciudad incaica que hoy
vende los resabios de su historia a la malicia capitalista que todo lo corrompe
y todo lo convierte en un producto del mercado.
El
show de la conquista encuentra su trono a orillas de “la gran montaña”: desde
Cusco a Aguas Calientes, el regocijo del mercado silencia las voces de los
desterrados y la historia derrotada, comercializada, ultrajada y prostituida,
encuentra su cobijo en los pasos de aquellos que caminamos rezagados,
escupiendo al sistema y haciéndonos eco del recuerdo y la memoria.
Después
de dos días de caminar sus calles, partimos de Cusco temprano, camino a
Hidroeléctrica. A las siete y media de la mañana nos subimos a una combi que
nos conduciría a un encuentro con nosotros mismos.
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