domingo, 20 de julio de 2014

Estación Lima


Arribamos a la capital peruana bien temprano, cuando el sol todavía remolón, comenzaba a abrir sus brazos sobre la ciudad limeña. Desde Trujillo, tomamos un bus directo por 80 soles ($286) que nos dejó en la terminal.
Lima está ubicada en la costa central del país, a orillas del océano Pacífico, conformando una extensa y populosa área urbana conocida como Lima Metropolitana, flanqueada por el desierto costero y extendida sobre los valles de los ríos Chillón, Rímac y Lurín.
Con el sol naciente, caminamos unas quince cuadras hasta la plaza San Martin, en búsqueda de un hospedaje que se amigara con nuestro presupuesto.
Muchos amigos nos habían advertido de la ferocidad de esta ciudad que se disputa con la gran Cusco, el derecho a la identidad incaica. Desamparados por sus avenidas grises, caminamos casi tres horas sin poder encontrar un hospedaje en el cual pasar la noche. Cuando creímos abrazar el milagro del cobijo, en un hotel cercano a la plaza, el recepcionista tuvo una fuerte discusión con Tama que derivó en la expulsión de ambos yiramundis de la “majestuosidad” de su amparo nocturno.
Impotente de bronca y congoja, Tama salió a darle revancha a la adversidad que se manifestaba delante de sus narices y le abofeteaba la mejilla. Finalmente conseguimos alojamiento en donde morar por cuarenta soles la noche, en una habitación para tres con tele y baño con ducha caliente.
Allí descansamos de la inhospitalidad con la que nos recibían nuestros hermanos peruanos. Al otro día, por la noche, nuestros brazos abrazarían con encanto a nuestro amigo Leito en el aeropuerto internacional de Lima. Hasta allí nos dispusimos alrededor de las nueve de la noche del martes ocho de mayo. A las doce del  dia miércoles, recibimos al tercer yiramundi.
Hermosa fantasía, ésta de abrazar tan fuerte a un hermano que viene a tu encuentro desde tu tierra para agasajar tu camino con su compañía.
De regreso al hotel, tomamos un taxi desde el aeropuerto que costó unos veinte soles. Al llegar, Leo desarmó su mochila y comenzó a fantasear con esta realidad convertida en un sueño tangente: caminar las venas abiertas de América Latina.
Los tres yiramundis festejaron el sueño de ver en una final a la selección argentina después de veinticuatro años. Y así, entre tanto sueño tejido y tangente, andamos caminando de regreso a nuestra tierra santa, en búsqueda de tesoros que nada tienen que ver con metales preciosos o dinero vil. Respiramos los callejones de los limeños, las expectativas fueron las mismas que nos esperan en cualquier esquina de cualquier ciudad capital.
Mañana, una nueva travesía nos espera: Paracas.

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