Arribamos a la capital peruana bien temprano, cuando el sol todavía remolón, comenzaba a abrir sus brazos sobre la ciudad limeña. Desde Trujillo, tomamos un bus directo por 80 soles ($286) que nos dejó en la terminal.
domingo, 20 de julio de 2014
Estación Lima
Arribamos a la capital peruana bien temprano, cuando el sol todavía remolón, comenzaba a abrir sus brazos sobre la ciudad limeña. Desde Trujillo, tomamos un bus directo por 80 soles ($286) que nos dejó en la terminal.
Lima está ubicada en la costa central del país, a orillas
del océano Pacífico, conformando una extensa y populosa área urbana conocida
como Lima Metropolitana, flanqueada por el desierto costero y extendida sobre
los valles de los ríos Chillón, Rímac y Lurín.
Con el sol naciente, caminamos unas quince cuadras hasta la
plaza San Martin, en búsqueda de un hospedaje que se amigara con nuestro
presupuesto.
Muchos amigos nos habían advertido de la ferocidad de esta
ciudad que se disputa con la gran Cusco, el derecho a la identidad incaica.
Desamparados por sus avenidas grises, caminamos casi tres horas sin poder
encontrar un hospedaje en el cual pasar la noche. Cuando creímos abrazar el
milagro del cobijo, en un hotel cercano a la plaza, el recepcionista tuvo una
fuerte discusión con Tama que derivó en la expulsión de ambos yiramundis de la
“majestuosidad” de su amparo nocturno.
Impotente de bronca y congoja, Tama salió a darle revancha a
la adversidad que se manifestaba delante de sus narices y le abofeteaba la
mejilla. Finalmente conseguimos alojamiento en donde morar por cuarenta soles
la noche, en una habitación para tres con tele y baño con ducha caliente.
Allí descansamos de la inhospitalidad con la que nos
recibían nuestros hermanos peruanos. Al otro día, por la noche, nuestros brazos
abrazarían con encanto a nuestro amigo Leito en el aeropuerto internacional de
Lima. Hasta allí nos dispusimos alrededor de las nueve de la noche del martes
ocho de mayo. A las doce del dia miércoles,
recibimos al tercer yiramundi.
Hermosa fantasía, ésta de abrazar tan fuerte a un hermano
que viene a tu encuentro desde tu tierra para agasajar tu camino con su
compañía.
De regreso al hotel, tomamos un taxi desde el aeropuerto que
costó unos veinte soles. Al llegar, Leo desarmó su mochila y comenzó a
fantasear con esta realidad convertida en un sueño tangente: caminar las venas
abiertas de América Latina.
Los tres yiramundis festejaron el sueño de ver en una final
a la selección argentina después de veinticuatro años. Y así, entre tanto sueño
tejido y tangente, andamos caminando de regreso a nuestra tierra santa, en
búsqueda de tesoros que nada tienen que ver con metales preciosos o dinero vil.
Respiramos los callejones de los limeños, las expectativas fueron las mismas
que nos esperan en cualquier esquina de cualquier ciudad capital.
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