martes, 10 de marzo de 2015
Estación carretera... Km 85
“La vida: hacer dedo, auto-stop, hitchhiking: se da o no se
da, igual los libros que las carreteras. Ahí viene uno: nos lleva? Nos deja
plantados? (Julio Cortazar. Arrimos. Discurso del no método)
Siete kilómetros de salida de Juan Lacaze. El sol nos
despidió sobre las orillas. Abandonamos el parque y armamos las bicis.
A la rivera de la partida nos depedía Nicolas, con su mirada
nostálgica pensando en la remota posibilidad de que, mágicamente, cayera del
cielo en angel de la bicicleta y le prestara por un rato las dos ruedas para
encontrarse andando con sus amigos y sacarse las ganas ante tanta imposibilidad.
La mente entonces, también se prepara para la salida. A
pleno sol del mediodía, ante tanto cielo descubierto y desnudo, tan excelso y
celeste; al compas del pedal vibra el latido del corazón y el cansancio de la
sed. Un único paisaje se presenta pintado ante los ojos despejados:la ruta,
subidas y bajadas en constante contradicción. Todo se resuelve al instante de
gloria en el que tu mente vence a la derrota inevitable de no lograr llegar a
la cima. Tu compañero detrás (o delante) es tu horizonte y tu punto de
llegada:alla, dos pedaleadas mas y lo alcanzo y subimos juntos y el de atrás te
impulsa y la marea sube y baja y fluyen las miradas de ocio, o de cansancio o
de fastidio. O de inmensidad.
Emergencia hídrica: sin agua cual desierto de dunas grises y
calmas. Un rancho a lo lejos, una parada de bus. Dos chicas destilando fosforescentes.
Se acercan. Se entienden. La buena mujer sale del rancho. El perro mueve la
cola y se acuesta en la sombra. La pasividad de la nada. El viento timido que pasa y alla frente a nosotras los chicos
esperando. Un bus que se escapa. Una respuesta propicia. Un campamento que
nunca será. Corrimos al relevo, las gargantas arenosas se llenaron de humedad.
Y el sol, celosoy malévolo, nos atormentó con sus rayos de fuego.
La soledad de la desidia invita al desapego y a la
incredulidad pero en ese pasaje alterno el Otro es uno mismo y lleva consigo el
impulso que necesitamos ante la vulnerabilidad.
Sobre la ruta vacia encontramos el lecho del segundo dia. La
noche (Todo vino siempre de la noche) y esa noche de ciegos alegres trajo
consigo la inmensidad de la luna. Encantó al insodmio y despertó a los sueños rebeldes
y trasgresores adormecidos. La perplejidad del ocaso ante la luz de la
nocturnidad. Grillos. Brisa. Nadie. Solo nosotros debajo de esa luna, perdidos
a las orillas de la ruta; sin tiempo. Sin mayor espacio que una carpa y una
bolsa de dormir y el firmamento. Las bicis. Las alforjas. Las risas. Los sueños
a flor de piel. Dormimos. Amanecimos a las ocho. Sonrientes. Y con el alma
desnuda.
Próxima Estación... ANCAP
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