lunes, 25 de agosto de 2014

Estación Salar de Uyuni

El paisaje nos sorprendió acariciando nuestra vista ante una inmensidad blanca que se perdía en un horizonte continuo con el cielo azul. 


Todo alrededor de nuestros ojos era sal: sólida, transparente, radiante, luminosa. Kilómetros interminables cubiertos de un mar extinguido hace años que dejó su huella allí en esta tierra boliviana que, paradójicamente, hoy reclama la salida al mar que Chile se encargó de robarles.
Quema el sol tenue en este desierto de sal y la inmensidad se hace luz en nuestras retinas que palpitan y saben a sal de la vida. 
Visitamos el hotel de sal, el museo de sal, la isla Incahuasi y finalmente, el hogar de antepasados que dejaron sus cuerpos (momificados) en cuevas de piedras que hoy sirven de atractivo para los visitantes de Uyuni.
Alrededor de las seis de la tarde regresamos exhaustos de vuelta al hotel. Nos dimos un baño de agua caliente y nos acostamos a dormir. 
Al otro día bien temprano, de madrugada, partíamos hacia Villazón, frontera con Argentina para abrazar nuestro retorno al hogar, al asado, al fernet con pomelo, a la patria del fútbol, a la tierra del Diego…

Próxima Estación, Argentina...

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sábado, 16 de agosto de 2014

Estación Uyuni

Partimos de cerro Rico con el alma atiborrada de sensaciones que sólo pueden ser sentidas, ni nombradas, ni escritas, sólo vividas y palpadas con el cuerpo. Dejamos allí amigos sinceros, a los cuales quizás no volvamos a ver nunca mas en nuestras vidas. 
 Sin embargo quedarán en nosotros por la posteridad pues una parte de ellos quedó guardada en nuestras memorias, en nuestras retinas y en nuestro inconciente colectivo; nos recorre la sangre y nos impulsa al ejercicio de la memoria y la trascendencia.

Desde Potosí, tomamos un bus con destino a Uyuni: nuestro próximo destino pisar la sal que en esas tierras se funde. Por 75 bolivianos ($115) viajamos como se viaja en Bolivia: con frío y secos de sed y de tiempo. Llegamos al mediodía, un domingo de sol. Tama esperó sobre la calle mientras Leo y Pechu salieron a “patear” en busca de un alojamiento donde dormir y descansar un poco. Fue dura la travesía en busca de una morada que nos cobije y terminamos parando en el mismo lugar en el que Pechu durmió tres años antes cuando visitó el salar junto a los yiramundis Marcos y Celes.
Caminamos a paso lento, admirando calles grises y mercados sobre las veredas, una voz en el camino se avecina a la acera y nos grita: - ¡Duerman acá, argentinos!-  haciendo caso omiso, seguimos marchando hacia nuestro nuevo hogar: Residencial Las Marías a 200 bolivianos ($300) por las dos noches que moramos en la última parada boliviana.
Luego de instalarnos, salimos a recorrer la ciudad en busca de alimento para nuestros cuerpos y nuestra alma y nos encontramos con la inhospitalidad del capitalismo y las leyes del mercado que funcionan óptimamente en la totalidad de las calles de cada pueblo que pisamos, pero esta vez, a diferencia de otras tantas, nuestras mentes se cansaron del desatino que genera la importación de conciencias que sólo responden al interés monetario y te dejan desarropado en medio de la calle sin frazadas, si comida, sin amparo.
Nuestra intención era comprar mandarinas para nuestro amigo Leo, por las mismas nos querían cobrar el doble de lo que habíamos pagado en Potosí y en Oruro. Lo mismo pasó cuando tuvimos la intención de comprar harina: el precio fluctuaba según nuestras caras y según la intención del vendedor. 
En cada negocio, nos encontramos con la misma regla y cansados de esta estafa constante, estallamos en rabia y  por nuestros hermanos bolivianos que, como nos veían blancos nos trataban como gringos, condicionados (como ellos mismos tantas veces en la historia) por nuestro color de piel.
Cayendo la noche nos dispusimos a buscar una agencia de turismo que nos llevara al salar por un precio razonable. Finalmente intercambiamos arte de nuestras manos y logramos una rebaja en la tarifa para los tres yiramundis: pagamos el tour de un dia $360 bolivianos ($500).
Al otro día, a media mañana, una camioneta nos esperaba para partir hacia el salar.

lunes, 11 de agosto de 2014

Estación Sumac Orcko (Cerro Rico)



Un tour a 210 bolivianos ($330 argentinos) nos alcanzo hasta el “cerro rico”, la montaña sagrada; el gran Potosí.
Desde el interior de las entrañas de la Pacha, sus hijos mineros le rinden culto cada día y, en la oscuridad de sus venas, le encienden un pucho al “tío” para que los ampare dentro del vientre de la gran madre.
Es primero de agosto, el sol nace resplandeciente entre las orillas de la cordillera. El gran cerro se viste de colores para agasajar en su día a las madres de todas las madres.
Nos disponemos a subir a la cima más alta, a casi 5000 mts de altura, los hombres de la pacha esperan el mediodía para degollar una llama y verter su sangre sobre los cimientos de la mina Potosí:-“En agradecimiento por todo lo que la tierra nos brinda y también para que nos cuide cada día cuando ingresamos en la mina”- nos cuenta Sanon, un minero que desgasta sus días trabajando en la mina de Potosí desde los ocho años: –“Mi papa también era minero y también es minero mi hijo de 18 años”-“Voy a morir siendo minero como murió mi viejo”- y a los 56 años lo despidió corroído por la enfermedad de la mina.
Y así, con ese ensueño que sorprende, se van desprendiendo otros sueños de los interiores del gran cerro en cuyo vientre tantas almas descansan y otras no descansan en la labor de llevar el pan cada día a la mesa:-“El año que viene voy a estudiar ingeniería- me cuenta Carlitos- porque no quiero decirle a mi hija que soy un simple minero”- y sus lagrimas escenifican la dura vida de un jovencito de 22 años que parece cargar con 40 sobre sus espaldas.
Día tras día esta familia de mineros trabajan de sola sol rescatando de la mina la sobra que dejaron los españoles hace ya siglos atrás. A diferencia del yugo de la conquista que piso cabezas, descuartizo cuerpos, mato niños, mujeres y viejos y exprimió al gran Potosí hasta dejarlo seco; estos hombres se asocian en cooperativas y le devuelven a la tierra el amor que ella les brinda: la cuidan, le hablan, le ofrendan y reintegran a la madre, lo que la madre les da.
Se hicieron las doce del mediodía, el ritual fue consagrado. Fue vertida la sangre derramada y los órganos del animal enterrados para disfrute del suelo. Como grandes hermanos, los mineros nos invitaron a terminar de consagrar el gran día y todos juntos celebramos al calor de las brasas, la carne asada de la llama sacrificada. Bebimos  “caballo blanco” (alcohol con sprite) y cerveza: un sorbo para la pacha y otro sorbo para el alma.
Hermanados en una fraternidad sin descripción, comulgamos como una gran familia y esta Pacha sumamente herida, se sintió feliz de haber parido a estos hijos de su sangre.
Cada mirada de contemplación fue un pedido de perdón a nuestros hermanos bolivianos tan dignos de esperanzas y escasos de oportunidades, que desgarran cada día sus espaldas para sacar mucho, poco o nada:-“depende el día”-nos dicen.
Encerrados en el circulo vicioso de un sistema que fabrica desesperanzas, abrazar las voces de los mineros significa escuchar la voz de los sin voz y sentir como propia la injusticia sufrida durante siglos sobre los cuerpos y las vidas de nuestros hermanos desposeídos. Pues cuando muchos de nosotros gastamos el tiempo de trabajo dejando horas de sueños o momentos con la familia, cada uno de estos hombres, al ingresar a la jornada laboral, dejan la vida y enferman su cuerpo.
Fue cayendo el sol y la luna se hizo cómplice del acontecimiento. Abandonamos el campamento de regreso al hotel. Embriagados de tanta hermandad, alcohol y conciencia caímos en la realidad de la historia vivida y sentida: nos vendieron un tour a las minas y agradecidamente, nos llevamos la historia viva de los mineros, donde la ficción y la realidad están entrelazadas a fuego y espada con el pasado y con el presente.
Al otro día partimos de Potosí hacia el sur mas nuestros hermanos quedaron allí, presos y libres al labor de cada día, a desgastar un poquito más la vida para recuperar la dignidad que merecen, que les pertenece y que les han robado, arrebatado hace cientos de años y que, todavía, no pueden recobrar.

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Estación Potosí



De Oruro a Potosí, el camino se hizo bien cabrón. El bus, paraba a cada rato y nuestros cuerpos, cansados y deshilachados, ya no soportaban el traqueteo de la carretera. Después de 5 horas, llegamos a la nueva terminal y en taxi, nos dirigimos al casco antiguo de la ciudad para alojarnos en Felcar por 100 bolivianos los tres.
Allí, pasamos nuestras noches, reconfortados por tanta inmensidad e historia. Pues, en esta oportunidad, no describiré la ciudad porque ya lo hice en 2011 y entendí que la mirada no ha cambiado mucho desde aquel entonces… los dejo con mi pluma y con lo que somos:  


“En nuestros días, Potosí es una pobre cuidad de una Bolivia pobre” Eduardo Galeano
Nos esperaba 230 km por los picos más altos de la Pachamama. El gobierno actual, está asfaltando las carreteras y un nuevo camino nos llevó a destino.
Paramos en la vieja estación y nos hospedamos en un alojamiento por $20 bolivianos la noche. Nos acompañaron en esta aventura, los amigos israelitas que conocimos en el salar. La ciudad más alta del mundo, nos acobijo con los brazos abiertos y con el cuerpo pobre.
Cualquiera que llegue hoy a las puertas de Potosí, principal artífice del esplendor de Europa entre los siglos XVI y XVIII, siente frío en la sangre. Con cerca de 2.000 millones de onzas de plata sacadas de su Cerro Rico durante la Colonia, esta urbe, que pavimentaba sus calles con adoquines de plata, impulsó el Renacimiento y contribuyó a financiar la Armada Invencible. Hoy, Potosí es una ciudad moribunda.
Las calles están envueltas por la mugre y por los mercados, que en los fines de semana, cubren las grandes avenidas con toldos y fierros para poder subsistir vendiendo ropa, electrodomésticos, bicicletas, celulares y hasta carnes y frutas.
Nuestros días, dieron su rédito y sentimos una gran admiración por este pueblo. Recorrimos el casco antiguo, dónde las grandes iglesias y templos, llenaron nuestras retinas. Si uno pierde el sentido de orientación, por las calles angostas y por las pequeñas veredas, pareciera que estaría uno caminando por Cartagena de Indias o por Cusco, ciudades que quedaron marcadas a fuego por la espada filosa de la colonia.
Las lecciones que dio la historia de Potosí en su larga vida tienen que servir para que en la actualidad y en el futuro se pueda sacar provecho de estas concesiones que dio y da la naturaleza, pero en beneficio del pueblo boliviano.
Hasta el momento eso no parece pasar, los medios de comunicación y los gobiernos regionales, ocultan a la gran población los explotadores y la existencia misma de estos recursos.

Estación Oruro



Partimos de La Paz rumbo a Oruro para hacer una escala antes de llegar a Potosí sabiendo que era una ciudad “aburrida” en arquitectura e historia pero nos acobijó por dos noches.
Fue muy difícil conseguir un alojamiento acorde a nuestro presupuesto y después de casi una hora de recorrido, abonamos un hospedaje por 100 bolivianos los tres. Allí, utilizamos nuestro anafe para cocinarnos ya que la comida boliviana se basa en el aceite y en el pollo broaster.
Oruro, está a una altitud de 3.735 msnm y es considerada entre las ciudades más altas del mundo. El nombre, es una derivación de Uru Uru (ururu). Los urus son un pueblo establecido en el actual territorio boliviano antes del Incario
La ciudad fue fundada el 1 de noviembre de 1606, por el oidor de la Real Audiencia de Charcas, Manuel de Castro del Castillo y Padilla, como un centro minero de plata en la región de los Urus.
Para el día de su fundación, Oruro ya contaba con 15.000 habitantes entre mineros españoles, criollos, negros e indígenas de las etnias "Uru", "quechuas" y "aymaras". Hoy, tiene más de 260 mil habitantes y su principal economía sigue siendo la minería y el ingreso turístico por los carnavales.

Revolución:
El 10 de febrero de 1781 en la Villa Real de San Felipe de Austria (Oruro) se dio uno de los gritos libertarios de América Latina, continuando con las rebeliones contra la corona española. En aquella oportunidad la revuelta libertaria dirigida por Sebastián Pagador y otros caudillos emite la solemne proclama: "Amigos paisanos y compañeros: en ninguna ocasión podemos dar mejores pruebas de nuestro amor a la patria, sino en ésta, no estimemos en nada nuestras vidas, sacrifiquémosla gustosos en defensa de la libertad".

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jueves, 7 de agosto de 2014

Estación La Paz



Cerca del mediodía el bus desde Copacabana nos dejaba sobre la avenida Sucre, sobre la cual se estaciona la estación principal del teleférico boliviano. De allí caminamos unas tres cuadras hasta la terminal terrestres de la capital del Estado Plurinacional de Bolivia.
Nuestro hogar de destino, hostal “El Carretero”, se encontraba ubicado a unas diez cuadras del terminal, recto por la calle Catacora. Allí moramos tres noches a treinta bolivianos cada uno ($50). El mismo cuenta con cocina, un patio común, baño compartido con agua caliente. En él se hospedan mochileros de todas partes del mundo, especialmente de Sudamérica.-
La Paz nos sorprendió con una plaza de armas poblada por palomas que sitian el asfalto y las veredas de cemento. A la izquierda de la casa de gobierno, un reloj rebelde marca el paso del tiempo a contra mundo:-“El reloj marca el tiempo que precede a la conquista”- nos cuenta Carlos, un joven de veinte años que trabaja medio tiempo lustrando los zapatos de los transeúntes e invierte la otra mitad del tiempo estudiando ingeniería agrónoma.
En el 2005 el querido Evo torció el destino de las cuerdas de un reloj que, sentenciado a las cadenas de la opresión, marcaban las horas de sometimiento del pueblo boliviano. Desafiando el relato oficial de la historia “camba”, este humilde coya aimara rompió las cadenas opresoras y, torciendo el tiempo de la derrota, dio vueltas las cuerdas del reloj que hoy marcan, de izquierda a derecha, el paso de la historia de un pueblo libre y consciente de su poder libertario.
La ciudad descansa sobre la planicie en el centro de un vale rodeada de montañas nevadas en sus cumbres. En “el alto” habita el mayor porcentaje de la población paceña: hacia allí nos dirigimos el segundo día  a través del teleférico, inaugurado en el año 2013.
El sábado, ultimo  día de estadía en la ciudad, encaminamos nuestros pasos hacia el Valle de la Luna. Tomamos un bus con destino al parque por catorce bolivianos ($23) ida y vuelta. La entrada nos costo quince bolivianos cada uno ($24) y transitamos un circuito de 45 min. Por senderos de piedras blancas con tez de arcilla que emergen de la superficie en puntas perfectas, reproduciendo el espejo de la diosa Killa (luna).
Partimos de La Paz con destino a Oruro. Al día siguiente Evo visitaría la Republica Bolivariana de Venezuela al cumplirse el natalicio del gran comandante Hugo Chávez Frías.
(…)“Un Estado basado en el respeto e igualdad entre todos, con principios de soberanía, dignidad, complementariedad, solidaridad, armonía y equidad en la distribución y redistribución del producto social, donde predomine la búsqueda del vivir bien; con respeto a la pluralidad económica, social, jurídica, política y cultural de los habitantes de esta tierra; en convivencia colectiva con acceso al agua, trabajo, educación, salud y vivienda para todos.
Dejamos en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal. Asumimos el reto histórico de construir colectivamente el Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, que integra y articula los propósitos de avanzar hacia una Bolivia democrática, productiva, portadora e inspiradora de la paz, comprometida con el desarrollo integral y con la libre determinación de los pueblos” (…) – declara el preámbulo de la constitución boliviana. –“Evo nos devolvió la dignidad como seres humanos, hijos de la tierra”-nos cuenta emocionado Edilberto a orillas de las Isla del Sol.
Cargamos nuestras mochilas destino al sur con rumbo cierto a nuestra amada tierra argenta. El camino nos va enseñando que a veces, en ocasiones sólo es cuestión de animarse a hacer realidad grandes sueños pero otras tantas, la mayoría, solo se trata de tener el valor de esperar el momento apropiado y atreverse a torcer las cuerdas del reloj...

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