Macchu Picchu, pusiste
piedra en la piedra, y en la base, harapos?
Carbón sobre carbón, y en el fondo la lágrima?
Fuego en el oro, y en él, temblando el rojo
goterón de la sangre?
Devuélveme el esclavo que enterraste!
Sacude de las tierras el pan duro
del miserable, muéstrame los vestidos
del siervo y su ventana.
Dime cómo durmió cuando vivía.
Dime si fue su sueño
ronco, entreabierto, como un hoyo negro
hecho por la fatiga sobre el muro.
Pablo Neruda
(Por Gonzalo Clandestino) Desde el momento que supe que iba a volver
a visitar-redescubirir la ciudadela del imperio Inca, se me hizo difícil
soñar-pensar como sería ese instante. Y así fue que conviví todo el viaje desde
Venezuela hasta Aguas Calientes.
Pasaron algunos meses, indescifrables
momentos y muchos compañeros de ruta pero nada de estas acciones pudieron
desvelar mi ensueño. Mientras todo esto ocurría, esa alegría estaba siendo
recordada por la memoria y soñada por el sueño.
En esta oportunidad, quise dejar a un lado
la mirada política para centrarme en la cosmovisión del santuario y así
relacionarme espiritualmente con el sitio arqueológico. Aunque, no siento
verdadero este nombre porque si el pasado no tiene nada que decirle al
presente, la historia puede quedarse dormida.
En tanto, la lluvia besaba la tierra y la
música se hacía escuchar sobre las chapas del alojamiento. El timbre del
despertador, me sacó del sueño y preparé cuidadosamente la mochila. Calenté el
agua para el mate, cargué la yerba, el termo y algunos panes.
Además, la mochila tenía la camiseta del
Diego del ´86 y la de Boca con la 10 de Román. No tenía demasiado peso, pero en
la caminata hasta la Ciudadela, se hizo sentir en los hombros. En el
transcurso, supe que no sólo portaba lo mencionado sino que la carga emocional
sobrepasaba mi cuerpo y se había acomodado en los bolsillos del morral.
Así, fue mi caminata de una hora por la
montaña. Encontrando historias perdidas. De triunfadores y derrotados. De
conquistadores y esclavizados. De quimeras y sueños. Como dice Eduardo Galeano
“desatar las voces, desensoñar los sueños”.
Escribo, entonces, mi viaje por el Machu
Picchu, queriendo revelar lo real maravilloso para descubrir lo real
maravilloso en el exacto centro de América Latina. Los Incas y su legado. Su
energía y su influencia en las nuevas civilizaciones.
Y todo sucedió. A medida que el tiempo se
transformaba en nubes, mis sentimientos se fueron agudizando hasta el punto de
poder comprender los años que tardaron en colocar cada piedra. En pulirla. En
darle forma y lugar. Para que aquella construcción de hace siglos, hoy se
mantenga en pie para que pueda gozar y viajar a la inversa.
Porque entendí que aquellas piedras
respiran. No sólo son piezas de museo o mesa sagrada o Inti Park. Si así lo
hubiese comprendido, al escribir estas líneas me sentiría vacío y lo hubiese
vivido como un paseo por el shopping en busca de una película.
Me conecté con la historia. Me dejé guiar
por sus rituales y por sus senderos. Caminé junto a ellos en la defensa de su
cultura. En la lucha por su identidad. Porque al fin y al cabo, somos lo que
hacemos para cambiar lo que somos.
La identidad, no es una historia muerta,
para fotografiarla en la vitrina de un museo, sino la siempre asombrosa
síntesis de la loca aventura de vivir en el mundo y sentirse representado, para
encontrar nuestras raíces y destino.
El sol, acribillaba a las nubes que no lo
dejaban librarse. Como los españoles a los Incas, en época de conquista. Y el
día se tornó gris, como la historia de estas altitudes. Y la llovizna, se hizo
presente.
La Pachamama, agradecida por las caricias
del cielo, me abrazó en su magnitud. Me hizo parte de su tierra. De su historia
y los ojos, se humedecieron. Miré hacia adentro, contemplé al viento que acariciaba
mi cara y dejé que silbara.
Estaba desnudo. Dueño de nada. Dueño de
nadie. Fui mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que golpea mi
cara.
Después de unas horas, quizás muchas, fui
caminando hacia las afueras. Me senté en las escalinatas del descenso y
vislumbré la montaña. La lluvia, más intensa, se hacía añicos contra las
piedras y el agua, formaba senderos para alimentar a la naturaleza.
Finalmente, los sueños se fueron cumpliendo
y la memoria, que no se baña en amnesia, bailó y saltó en cada paso, en cada
huella. Machu Picchu, me abrió otra vez sus puertas y me quedé en su interior,
para siempre.
(Por Tamara Dardick) Tres horas de caminata por los andenes de
una vía con destino a la peregrinación del camino de la vida. A pasos lentos, el cuerpo se cansa.
Y, como en la vida misma, unos rezagados mientras otros se adelantan, se presentan
tantas incertidumbres como certezas: el encuentro de vos caminando contigo.
Escalón tras escalón el cuerpo se desliza por las entrañas de la
Pacha. Allá a lo alto descansa en la noche “La Gran montaña”, de la explotación
inmoral a la que es sometida cada mañana. Con la Madre Luna recuesta sus sueños
mutilados hasta que el Padre Inti, la despierta para enviarla a una nueva
jornada de trabajo. Decidí correr por entre las entrañas de esta montaña
violada hace varios siglos atrás, sumergirme en la cuna de una ciudad saqueada,
también en la modernidad.
Cuando alcancé la cima no pude evitar que
se perpetrara el llanto: -¡Perdón, Pacha
por haberte profanado tanto! Sucumbí en el encanto de la inmensidad mientras
Wayna me invitaba a que descansara a su
lado: sentí una inmensa necesidad de entender el mecanismo con el que funcionan
las redes de la codicia. Dejar de pertenecer a la raza blanca que todo lo
destruye, todo lo atraviesa y todo lo capitaliza. Quise dormir eternamente
abrazada al cándido silencio que emana de la madre incaica…
Varias horas camine sobre las cornisas de
terrazas vacías y recostada en sus bordes me llené de memoria y de energía.
Allí arriba la historia se rebela ante los ojos de aquellos que son dignos de
la verdad: Tupac vive y por las noches frecuenta la ciudad.
No se podrá desprender la ciudad inca de
los vicios perversos de los opresores que hoy ofrecen sus muros a precios de
mercado. Sin embargo estamos los otros, aquellos que decidimos redimir tanta
falta cometida, haciendo renacer la memoria. Pedimos permiso para entrar en su
vientre e intentamos torcer el destino a la que fue sometida… caminamos por sus
pieles y comulgamos con su verdad.
“El último escalón. Respiro profundo.
Inhalo. Exhalo. Sorbo de mi cuerpo unas gotas de saliva. Transpiro. Respiro.
Resisto. Me pierdo en el silencio de las voces ensordecidas y vuelo… Me olvido
por un momento que pertenezco a la raza que esclavizó tu cuerpo y te condenó al
fracaso. Me olvido de esta guerra eterna entre conquistadores y conquistados.
Asumo la fe que me permite creer que vas a volver a ver a tus hijos ofrecerte
rituales de amor. Inti, entonces resplandece en su lecho perpetuo. Tupac viaja
a mi lado y confiesa que por las noches renace del sepulcro y envilece tantos
muros saqueados. El último escalón. Una casilla de boletos de bus a diez
dólares por persona, más abajo ese cartel. Allá, en el primer escalón”
Me despedí de Machu embriagada de las voces
de los callados. La lluvia moja mis pasos lentos. En un refugio de piedra le
prometí a Wayna regresar algún día. El Machu me mira imponente, en sus
entrañas, las almas de sus hijos sometidos sueñan con ser libres.
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