lunes, 25 de agosto de 2014
Estación Salar de Uyuni
El paisaje nos sorprendió
acariciando nuestra vista ante una inmensidad blanca que se perdía en un
horizonte continuo con el cielo azul.
Todo alrededor de nuestros ojos era sal:
sólida, transparente, radiante, luminosa. Kilómetros interminables cubiertos de
un mar extinguido hace años que dejó su huella allí en esta tierra boliviana
que, paradójicamente, hoy reclama la salida al mar que Chile se encargó de
robarles.
Quema el sol tenue en este
desierto de sal y la inmensidad se hace luz en nuestras retinas que palpitan y
saben a sal de la vida.
Visitamos el hotel de sal, el museo de sal, la isla Incahuasi
y finalmente, el hogar de antepasados que dejaron sus cuerpos (momificados) en
cuevas de piedras que hoy sirven de atractivo para los visitantes de Uyuni.
Alrededor de las seis de la tarde
regresamos exhaustos de vuelta al hotel. Nos dimos un baño de agua caliente y
nos acostamos a dormir.
Al otro día bien temprano, de madrugada, partíamos
hacia Villazón, frontera con Argentina para abrazar nuestro retorno al hogar,
al asado, al fernet con pomelo, a la patria del fútbol, a la tierra del Diego…
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