Sin embargo quedarán en nosotros por la posteridad pues una parte de ellos quedó guardada en nuestras memorias, en nuestras retinas y en nuestro inconciente colectivo; nos recorre la sangre y nos impulsa al ejercicio de la memoria y la trascendencia.
sábado, 16 de agosto de 2014
Estación Uyuni
Partimos de cerro Rico con el
alma atiborrada de sensaciones que sólo pueden ser sentidas, ni nombradas, ni
escritas, sólo vividas y palpadas con el cuerpo. Dejamos allí amigos
sinceros, a los cuales quizás no
volvamos a ver nunca mas en nuestras vidas.
Sin embargo quedarán en nosotros por la posteridad pues una parte de ellos quedó guardada en nuestras memorias, en nuestras retinas y en nuestro inconciente colectivo; nos recorre la sangre y nos impulsa al ejercicio de la memoria y la trascendencia.
Sin embargo quedarán en nosotros por la posteridad pues una parte de ellos quedó guardada en nuestras memorias, en nuestras retinas y en nuestro inconciente colectivo; nos recorre la sangre y nos impulsa al ejercicio de la memoria y la trascendencia.
Desde Potosí, tomamos un bus con
destino a Uyuni: nuestro próximo destino pisar la sal que en esas tierras se
funde. Por 75 bolivianos ($115) viajamos como se viaja en Bolivia: con frío y
secos de sed y de tiempo. Llegamos al mediodía, un domingo de sol. Tama esperó
sobre la calle mientras Leo y Pechu salieron a “patear” en busca de un
alojamiento donde dormir y descansar un poco. Fue dura la travesía en busca de
una morada que nos cobije y terminamos parando en el mismo lugar en el que
Pechu durmió tres años antes cuando visitó el salar junto a los yiramundis
Marcos y Celes.
Caminamos a paso lento, admirando
calles grises y mercados sobre las veredas, una voz en el camino se avecina a
la acera y nos grita: - ¡Duerman acá, argentinos!- haciendo caso omiso, seguimos marchando hacia
nuestro nuevo hogar: Residencial Las Marías a 200 bolivianos ($300) por las dos noches
que moramos en la última parada boliviana.
Luego de instalarnos, salimos a
recorrer la ciudad en busca de alimento para nuestros cuerpos y nuestra alma y
nos encontramos con la inhospitalidad del capitalismo y las leyes del mercado
que funcionan óptimamente en la totalidad de las calles de cada pueblo que
pisamos, pero esta vez, a diferencia de otras tantas, nuestras mentes se
cansaron del desatino que genera la importación de conciencias que sólo
responden al interés monetario y te dejan desarropado en medio de la calle sin
frazadas, si comida, sin amparo.
Nuestra intención era comprar mandarinas para
nuestro amigo Leo, por las mismas nos querían cobrar el doble de lo que
habíamos pagado en Potosí y en Oruro. Lo mismo pasó cuando tuvimos la intención
de comprar harina: el precio fluctuaba según nuestras caras y según la
intención del vendedor.
En cada negocio, nos encontramos con la misma regla y cansados
de esta estafa constante, estallamos en rabia y
por nuestros hermanos bolivianos que, como nos veían blancos nos
trataban como gringos, condicionados (como ellos mismos tantas veces en la
historia) por nuestro color de piel.
Cayendo la noche nos dispusimos a
buscar una agencia de turismo que nos llevara al salar por un precio razonable.
Finalmente intercambiamos arte de nuestras manos y logramos una rebaja en la
tarifa para los tres yiramundis: pagamos el tour de un dia $360 bolivianos
($500).
Al otro día, a media mañana, una
camioneta nos esperaba para partir hacia el salar.
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Etiquetas:
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