lunes, 11 de agosto de 2014

Estación Sumac Orcko (Cerro Rico)



Un tour a 210 bolivianos ($330 argentinos) nos alcanzo hasta el “cerro rico”, la montaña sagrada; el gran Potosí.
Desde el interior de las entrañas de la Pacha, sus hijos mineros le rinden culto cada día y, en la oscuridad de sus venas, le encienden un pucho al “tío” para que los ampare dentro del vientre de la gran madre.
Es primero de agosto, el sol nace resplandeciente entre las orillas de la cordillera. El gran cerro se viste de colores para agasajar en su día a las madres de todas las madres.
Nos disponemos a subir a la cima más alta, a casi 5000 mts de altura, los hombres de la pacha esperan el mediodía para degollar una llama y verter su sangre sobre los cimientos de la mina Potosí:-“En agradecimiento por todo lo que la tierra nos brinda y también para que nos cuide cada día cuando ingresamos en la mina”- nos cuenta Sanon, un minero que desgasta sus días trabajando en la mina de Potosí desde los ocho años: –“Mi papa también era minero y también es minero mi hijo de 18 años”-“Voy a morir siendo minero como murió mi viejo”- y a los 56 años lo despidió corroído por la enfermedad de la mina.
Y así, con ese ensueño que sorprende, se van desprendiendo otros sueños de los interiores del gran cerro en cuyo vientre tantas almas descansan y otras no descansan en la labor de llevar el pan cada día a la mesa:-“El año que viene voy a estudiar ingeniería- me cuenta Carlitos- porque no quiero decirle a mi hija que soy un simple minero”- y sus lagrimas escenifican la dura vida de un jovencito de 22 años que parece cargar con 40 sobre sus espaldas.
Día tras día esta familia de mineros trabajan de sola sol rescatando de la mina la sobra que dejaron los españoles hace ya siglos atrás. A diferencia del yugo de la conquista que piso cabezas, descuartizo cuerpos, mato niños, mujeres y viejos y exprimió al gran Potosí hasta dejarlo seco; estos hombres se asocian en cooperativas y le devuelven a la tierra el amor que ella les brinda: la cuidan, le hablan, le ofrendan y reintegran a la madre, lo que la madre les da.
Se hicieron las doce del mediodía, el ritual fue consagrado. Fue vertida la sangre derramada y los órganos del animal enterrados para disfrute del suelo. Como grandes hermanos, los mineros nos invitaron a terminar de consagrar el gran día y todos juntos celebramos al calor de las brasas, la carne asada de la llama sacrificada. Bebimos  “caballo blanco” (alcohol con sprite) y cerveza: un sorbo para la pacha y otro sorbo para el alma.
Hermanados en una fraternidad sin descripción, comulgamos como una gran familia y esta Pacha sumamente herida, se sintió feliz de haber parido a estos hijos de su sangre.
Cada mirada de contemplación fue un pedido de perdón a nuestros hermanos bolivianos tan dignos de esperanzas y escasos de oportunidades, que desgarran cada día sus espaldas para sacar mucho, poco o nada:-“depende el día”-nos dicen.
Encerrados en el circulo vicioso de un sistema que fabrica desesperanzas, abrazar las voces de los mineros significa escuchar la voz de los sin voz y sentir como propia la injusticia sufrida durante siglos sobre los cuerpos y las vidas de nuestros hermanos desposeídos. Pues cuando muchos de nosotros gastamos el tiempo de trabajo dejando horas de sueños o momentos con la familia, cada uno de estos hombres, al ingresar a la jornada laboral, dejan la vida y enferman su cuerpo.
Fue cayendo el sol y la luna se hizo cómplice del acontecimiento. Abandonamos el campamento de regreso al hotel. Embriagados de tanta hermandad, alcohol y conciencia caímos en la realidad de la historia vivida y sentida: nos vendieron un tour a las minas y agradecidamente, nos llevamos la historia viva de los mineros, donde la ficción y la realidad están entrelazadas a fuego y espada con el pasado y con el presente.
Al otro día partimos de Potosí hacia el sur mas nuestros hermanos quedaron allí, presos y libres al labor de cada día, a desgastar un poquito más la vida para recuperar la dignidad que merecen, que les pertenece y que les han robado, arrebatado hace cientos de años y que, todavía, no pueden recobrar.

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