jueves, 25 de enero de 2024

Cementerio de Darwin, un silencio que habla

Llegamos a Darwin un martes al mediodía. El viento golpeaba con fuerza, como en casi todos los rincones de las islas, y el cielo se abría de a ratos entre nubes cargadas. No había turistas, ni carteles, ni señal de celular. Solo la tierra, el viento y las cruces blancas. Las mismas que desde lejos parecen iguales, pero que, al acercarse, muestran nombres, fechas, historias.

Fue Marcos quien nos dijo que habláramos poco. Que camináramos sin apuro. Que el lugar merecía respeto. Gastón asintió y caminó hacia la entrada. Gonzalo llevaba una mochila colgada del hombro. Nadie sabía aún que adentro guardaba la camiseta azul con el número 10 de Maradona. La del partido contra los ingleses en el Mundial del ’86. Una camiseta que, para él, simbolizaba más que fútbol.

El Cementerio Militar Argentino de Darwin aloja los restos de 237 soldados argentinos caídos en la guerra. Está en medio de la nada, alejado de las ciudades, entre colinas suaves y pastizales. Nos contaron que fue un granjero local quien cedió el terreno, y que fue un capitán británico, Geoffrey Cardozo, quien dio sepultura a nuestros soldados con cuidado y dignidad. La historia sorprende, porque en medio del conflicto hubo gestos que todavía hoy conmueven.

La mayoría de las tumbas tienen nombre, pero algunas aún llevan la leyenda “Soldado argentino solo conocido por Dios”. Son las que duelen distinto. Nos detuvimos frente a una de ellas y el silencio fue total.

Vinimos también a dejarle un homenaje a Aldo Omar Ferreyra, combatiente que vivió en nuestro pueblo, Santa Teresita. Aldo está enterrado acá. No volvió vivo de la guerra. Cuando pasaron los años y empezamos a entender lo que había pasado en Malvinas, supimos que él era uno de los que había visto el infierno de cerca.

Su historia nos tocó. Por eso decidimos traerla hasta acá. Gonzalo sacó la camiseta del '86, la desplegó con cuidado y la apoyó sobre una de las piedras. No era solo un gesto futbolero. Era un puente. Un símbolo. Una manera de decir: “Estamos acá, no nos olvidamos”.

Darwin no es un lugar turístico. No hay folletos, ni señaladores. Pero cada cruz es una guía. Cada nombre es una dirección a la memoria. Leímos los apellidos, algunos repetidos, algunos que quizás estén en nuestras propias familias, otros que nunca sabremos quiénes fueron.

En una esquina del cementerio hay un cenotafio con los nombres de los 649 argentinos caídos en la guerra. Fue inaugurado en 2004. En sus placas de acero se lee una historia que no termina. Una historia que seguimos escribiendo con cada visita, con cada flor que alguien deja, con cada palabra dicha en voz baja.

Antes de irnos, nos tomamos una foto. No para mostrarla, sino para tenerla. Para acordarnos que ese día estuvimos ahí. Que ese día la historia se nos hizo carne.

Volvimos al vehículo en silencio. El viento seguía soplando con fuerza. Parecía empujarnos, como queriendo decir que ya era hora de partir. Pero en el fondo sabíamos que algo nuestro se quedaba. Que en Darwin, junto a esas cruces blancas, dejamos parte de nuestra historia.

Y también trajimos la de otros. Como la de Aldo. Como la de tantos.

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