Por primera y única vez, Gastón, Marcos y Gonzalo pusieron pie en las Islas Malvinas. No fue un viaje turístico, ni un capricho de la nostalgia. Fue una peregrinación íntima, un acto de memoria fraterna. Y el Monte Dos Hermanas fue el corazón de ese viaje.
El viento
los recibió con la dureza que solo tiene el Atlántico Sur. Frío, insistente,
como queriendo poner a prueba su decisión. Frente a ellos, se alzaban las
laderas ásperas del monte. Rocas dispersas, pastizales duros y una silueta que
parecía quieta, pero que estaba cargada de historia.
—Parece que
el monte respira —dijo Gonzalo, con los ojos húmedos.
Marcos
asintió en silencio, y Gastón, que llevaba un cuaderno entre las manos, apuntó
algo que no compartió en voz alta.
Subieron
en silencio. No era una caminata más. A cada paso, les pesaba el conocimiento
de lo que había ocurrido allí, en esas mismas piedras, más de cuarenta años
antes. Fue en esas coordenadas donde los soldados argentinos resistieron con
fiereza el avance británico durante la noche del 11 de junio de 1982. En ese
mismo monte, los hombres del subteniente Franco enfrentaron cuerpo a cuerpo a
los infantes de marina británicos de la Compañía Yankee.
Muchos
informes británicos describieron esa batalla como un triunfo ágil. Pero la
realidad fue distinta. El testimonio del excombatiente argentino Mario Volpe lo
recuerda con firmeza:
“Nos
bombardearon toda la noche. Resistimos hasta que no pudimos más. No fue una
retirada: fue un retroceso obligado por el peso del fuego. Pero nunca dejamos
de responder.”
—Acá
estuvieron... resistiendo hasta que el cuerpo no dio más —dijo Marcos, mientras
tocaba un fragmento oxidado de metal que sobresalía de la tierra.
Cuando
alcanzaron la cima del monte, los hermanos se quedaron un momento en silencio.
El viento les traía un zumbido lejano, como si aún resonaran los gritos, las
órdenes, los disparos. No había monumentos allí arriba. Solo el paisaje
intacto, el mismo que habían visto los ojos jóvenes de aquellos combatientes.
—No puedo
explicar lo que siento —dijo Gonzalo—, es como si lo que pasó siguiera pasando.
Y
entonces lloraron. Sin vergüenza, sin palabras. No por nacionalismo vacío, no
por odio, sino por los nombres, las voces, las vidas. Por los que estuvieron y
por los que no volvieron.
Reflexión
histórica
El
excombatiente y periodista Edgardo Esteban ha dicho:
“El
problema no fue la valentía de los soldados, sino el contexto en el que fueron
enviados. Éramos pibes. Pero pusimos el cuerpo.”
Los hermanos
bajaron del monte con otra mirada. Cada paso hacia el campamento era también un
paso hacia una comprensión más humana, más compleja, más real.
Esa fue
su primera y última vez en Malvinas. Y también fue un renacer.
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