sábado, 20 de enero de 2024

Estación Mount Pleasent


El viaje es salirse de sí para encontrase con el otro...
 

Estoy sentado frente a la computadora. Es una mañana ventosa y soleada. El mate, listo, con el agua casi a punto de hervor. Y la página sigue en blanco. Pues, el viaje a Malvinas, me ha dejado sin palabras. Mejor dicho, sin palabras que precisen el sentir del viaje y su propio significado.

Porque no ha sido un viaje más por descubrir y aprender. Y es aquí, que entiendo que intentar atrapar una idea, atrapar una verdad, no es sencillo y tampoco, valedero pero sí nos dimos cuenta, que el movimiento, es el que genera las ideas.

Aeropuerto Mount Pleasant: arribamos a suelo malvinense cerca de las 13 horas y todo nuestro inglés, se quedó en los estudios de nuestra niñez pero sabíamos que, de alguna manera, nos íbamos hacer entender.

El vuelo, llegó completo, con 173 pasajeros de distintas nacionalidades y realidades. La sala, que no es comercial sino una base militar, con muchos controles, se puso caótica ya que no hay cintas que organicen la fila sino propia voluntad de los visitantes en respetar el lugar de espera.

Nosotros, creímos llegar con todos los requisitos solicitados: pasaporte, seguro médico, vuelo de regreso y reserva de hospedaje. Así, nos acercamos al punto migratorio y nuestro ingreso resultó positivo con la ayuda de un trabajador chileno que se ofreció de interlocutor.

Hasta aquí, todo más que bien y con mucha ansiedad. ¿El problema? El bus que te lleva a la ciudad. Pues, no nos habían informado que la empresa Penguin Travel te lleva con previa reserva del aeropuerto a Puerto Argentino (Stanley).

Entonces, con nuestro limitado manejo del idioma y con la ayuda de un ecuatoriano, pudimos acceder al transporte que nos separaba de nuestra primera travesía de 53 kilómetros al costo de 30 libras por persona (1 libra – 1.26 dólares).

Stanley: el viaje duró más de una hora y media. La lluvia y el viento, nos dieron la bienvenida en una tierra hostil y con banderas coloniales. Nos quedaba aún, ir en búsqueda del auto que habíamos rentado vía mail a la empresa Falkland Company para así, llegar a Fitzroy, la granja en donde estaba nuestro hospedaje, a 30 kilómetros de la ciudad. Y aquí, fue donde nos encontramos con la mayor dificultad del viaje, pues la empresa está cerrada los sábados, día que llega y sale el avión de la isla. Pero lo peor no sería lo mencionado sino que la reserva “nunca se concretó” a pesar de haber enviado la documentación solicitada.


Entonces, sentados en las escaleras de ingreso del Malvina House Hotel, nos pusimos a dialogar con el párroco de la ciudad, de nacionalidad chilena, y escuchando nuestro alegato, se ofreció a llevarnos a la granja. Así fue que, cerca de las 5 de la tarde, partimos rumbo al hospedaje y a empezar a vivir, nuestro viaje.

Aquel viaje, que es difícil de atrapar en unas palabras para que ustedes y muchos puedan leer y así, compartir nuestra experiencia. Pero aquí estamos, intentando dar nuestro testimonio y n nuestro sentir por estas tierras al sur del globo, anclado entre mares y soberanías, entre la guerra que fue y la que recordaremos por siempre, porque las gestas históricas para un pueblo que no olvida, quedan tatuadas en el alma y en el cuerpo.   

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